Un cine que no fue
Hay algo ligeramente anacrónico en La despedida, como de un ambiente, unos personajes y un cine salidos de otras épocas. Como si en 2011 Juan Manuel D´Emilio hubiera filmado una película de hace 30 años. Los espacios físicos remiten a los ochenta, los personajes parecen anclados en los ochenta y la película vibra con un sentimiento "de barrio" que parece sacado de una filmografía que hace mucho ya que viene muriendo, aunque no termina de morir del todo.
Pero la gran innovación y en buena medida el mayor placer que ofrece La despedida es que su ochentismo no nace de una incapacidad (en cierta forma, el cine argentino parece condenado a resucitar ese espíritu anticinematográfico, contenidista y populachero) o de una nostalgia por lo perdido, sino de un auténtico amor por lo que ya no es (el tono elegíaco de la película es muy claro), por lo que pudo haber sido. La despedida abre algo así como una realidad alternativa: lo que podría haber sido el cine argentino si el Nuevo Cine Argentino no lo hubiera sepultado. O una nueva posibilidad: lo que podría ser el cine comercial argentino (si es que existe tal cosa) si en lugar de pelearse con el cine independiente aceptara modernizarse un poco. D´Emilio dice que La despedida quiere unir dos mundos: el cine independiente y la cultura popular. No estoy seguro de que lo haya logrado y es probable que la taquilla no lo acompañe (para fines puramente comerciales, La despedida es simplemente otra película independiente argentina que se estrena en pocas salas y que probablemente no convoque demasiado público), pero lo que es seguro es que esta película trae nuevos aires a un cine que parece atrapado por la abulia y/o el minimalismo. La despedida ofrece pasión en y por los personajes.
La historia es simple: un hombre cuarentón descubre que su salud ya no le va a permitir seguir siendo jugador amateur en el club de fútbol de su barrio. Está de novio, es empleado público y su club está a punto de descender de categoría. Sin apenas avisarle a nadie (excepto a sus dos amigos), decide que el próximo partido que su equipo juegue, en el que van a pelear para intentar mantener la categoría, va a ser su partido de despedida. El partido toca jugarlo en una ciudad de la costa, a 300 kilómetros. Entonces, él, sus dos amigos (también jugadores en el equipo) y su novia deciden tomarse el fin de semana y viajan en una casa rodante hasta el lugar del encuentro.
La historia, como se ve, es bastante mínima y en eso La despedida deja en claro su costado independiente: los lugares son pocos, los conflictos son internos, el trabajo es más bien intensivo, la narración es poca. La cámara suele pegarse a los personajes, se mueve y tiembla. ¿Cuál es, entonces, el supuesto costado "popular" de esta película? Bueno, primero: hay fútbol y fútbol por el que se transpira. Segundo: hay pasión, sufrimiento y una emoción que llega a desbordarse. Probablemente ahí sea donde La despedida busca ser accesible: no solo le propone al público personajes con los cuales identificarse, sino que en ningún momento esconde su intensión de emocionar, de comprometernos, de arrastrarnos.
Más allá de sus intenciones, la película tiene sus problemas: las actuaciones que caen más allá de lo recomendable, el humor un poco ramplón, sobre todo el final que a fuerza de golpe bajo se pasa un poco de rosca. Tiene hasta algunos problemas narrativos básicos (por ejemplo, en el partido final, nudo de toda la historia, pero que prácticamente no se ve en pantalla más allá de los ralenti cuidadosamente seleccionados para emocionar). Es claro que La despedida no es una película perfecta, pero se puede decir de ella algo hasta un poco mejor: intenta ser una película noble, sobre todo con sus propios personajes.