Parada delante de la puerta de un edificio, Mónica observa pasar a la gente sin desprenderse de un gesto de evidente preocupación. Motivos no le faltan. Al rato, en diálogo con un compañero de la empresa donde trabaja, se sabrá que ella se quedó con $ 15.000,-- de un cliente. Mónica dispondrá de menos de un día para reponer un dinero que no tiene. El resto es su desesperado recorrido por calles y domicilios en busca de algún conocido que le preste plata hasta completar la suma que debe. Los pocos pesos que ahorró con su pareja no le alcanzan, necesita mucho más.
A partir de este eje, el guión de Gustavo Fontán y Gloria Peirano va registrando los momentos en que Mónica intenta conseguir los billetes tan ansiados, sin que surjan las variantes necesarias para sostener el interés narrativo. Las reacciones de la protagonista carecen de matices que le saquen el jugo al planteo inicial. Los pedidos de pesos a diferentes personas podrían haber abierto un variado abanico anímico, referido a las reacciones que genera una situación de tanta urgencia, pero eso no sucede. Las distintas secuencias se suceden en forma rutinaria, y hasta previsible. Por su parte, el desenlace suscita determinada reflexión, y aún así no trepa a un alto nivel.
El imán de "La deuda" está en su tratamiento visual. En ese sentido, en su condición de director, Gustavo Fontán pone en marcha un eficaz registro del comportamiento de hombres y mujeres anónimos, que van y vienen por la ciudad, de noche y de día. Multitudes fugaces que se desplazan en vehículos, alguien dispuesto a cruzar en una esquina cerca de Mónica, el ruido de la mañana y el silencio inquietante de las horas nocturnas, se constituyen en detalles de una cotidianeidad que no nos es ajena. A esto se suma el estético encuadre de los distintos tramos del argumento, y el dinámico manejo de una cámara que parece transformarse en precisa mirada.
En el elenco, Belén Blanco asume el absorbente personaje de una Mónica que aparece en todas las escenas. Y a pesar de su destacada y premiada trayectoria teatral, cinematográfica y televisiva, en esta ocasión no alcanza su mejor estatura interpretativa. Cargando un papel de limitado alcance, no puede escaparle a la reiteración de gestos. Su labor cae en la monotonía.
En una participación especial, sobre el cierre de la historia, Leonor Manso saca a relucir su sólido profesionalismo, mientras Marcelo Subiotto, Edgardo Castro, Walter Jakob ofrecen correctas actuaciones.
Más allá de los méritos formales que mencioné, esta coproducción argentino-española (el lado europeo corresponde nada menos que a El Deseo, de Pedro Almodóvar) quedó en "deuda" -sin poder soslayar su título- con un contenido profundo.