Que tu sur sea mi norte
El punto de partida de La Escuela contra el margen es la propuesta de esbozar un mapa, no de precisiones geográficas como el que abre la película, sino más bien un registro de cómo los estudiantes de la escuela Mujica Láinez viven la ciudad. En particular, la geografía estaría entendida aquí como “el estudio del hombre-habitante” (Maurice Le Lannou citado por Pierre George*). Estos estudiantes son porque habitan y piensan lo que habitan. La propia presentación del documental separa la ciudad de Buenos Aires, a partir de la avenida Rivadavia, en norte “con los mayores poderes económicos”, y sur “con los mayores índices de pobreza”.
La introducción más estructurada del documental no impide que se muestre la dinámica caótica del taller posteriormente. Es un caos en contraste con los términos tradicionales de las formas como se tienden las relaciones educativas. Pero la búsqueda de la facilitadora es que la relación de base sea un diálogo en el que, si ella pone las condiciones, también permite un espacio para los rasgos distintivos de cada alumno. La mejor prueba de ello es que, cuando uno de los participantes escucha música con ambos audífonos, el razonamiento de la facilitadora es que él siga escuchando pero con un solo auricular, como una manera de acordar ciertas condiciones de comunicación para que ambos estén satisfechos y atentos. Podrá parecer una nimiedad esto. Sin embargo, habla de cómo se van flexibilizando los procesos educativos en espacios mucho menos rígidos que los de la academia.
La película de Carabelli y González va registrando, además, una dinámica estrecha entre la facilitadora y los alumnos. Esto no implica que ella se amilane frente a las ideas de los participantes. Más bien, las hace dialogar para que no se minimicen a sí mismos frente a cómo los ubica socialmente el entorno. De este modo, lo registrado por el documental en estas dinámicas excede los confines de la obra y abre una ventana, nadie dice que la primera, sobre nuevas formas de educación que se amolden a la atención de quien escucha, sin coartar ni jerarquizar, pero sí poniendo algunas reglas del juego.
Por eso mismo, la obra va descubriendo posturas de quienes viven “al margen”, sin el preconcepto de que unas zonas son mejores o peores, sino que son ambivalentes y ricas en sus contradicciones. Son los propios alumnos quienes se plantean un mapa, más que inclusivo, complejo. Y mientras van tramando esta geografía, hablan sobre sus relaciones cotidianas entre ellos, con la policía o con sus modos de desplazamiento entre zonas.
Al final, este “mapeo del territorio” de Lugano, como los mismos talleristas lo refieren, no es menos que fascinante. Logra abarcar un proceso educativo dinámico donde los espacios no convencionales (visitas al parque Indoamericano, a la playa) retroalimentan las relaciones dentro de cuatro paredes. Pareciera que se trata de una geografía que forma a sus ciudadanos no por vínculos cerrados ni factores inasibles, sino abiertos por razones múltiples y que no suelen expresarse en la cotidianidad.