La nueva película de Michel Gondry (director de una trayectoria interesante pero que sin duda tuvo su momento cumbre con una de las mejores películas de los últimos tiempos, “Eterno resplandor de una mente sin recuerdos”) vuelve a contar una historia de amor y esta vez del modo más surrealista que puede hacerlo.
Para eso contó con un trabajo de arte muy cuidado y creativo, sin duda producto de una imaginación desbordante. Así, Gondry sitúa a sus dos protagonistas en un mundo que se parece al nuestro pero nunca del todo.
Basada en la novela póstuma de Boris Vian, el protagonista es Romain Duris, uno de los actores franceses que más ha trabajado en los últimos años, en el papel de Colin, un hombre que quiere enamorarse a toda costa pero no lo logra hasta que acude a una fiesta donde conoce a Chloe, Audrey Tautou (quien ya protagonizó con Duris la trilogía del director Cédric Klapisch), una muchacha bonita y adorable a la que un día le crece una flor en el pulmón y a partir de ahí enferma y, cada vez más débil, debe ser tratada con mayor cuidado.
A partir de ese momento es fácil suponer para qué lado, y tono, apunta la película. Y además, una de las decisiones estéticas más simples e interesantes, el director decide que la película vaya perdiendo color a medida que la historia avanza y ésta se va tornando más dramática.
“La espuma de los días” es una película inventiva, colorida y divertida, más allá del tono dramático que va adquiriendo a medida que se sucede. Su director incluso se permite un pequeño papel en ella y entrega una propuesta bella que, de todos modos, no puede evitar depender más de lo visual, donde es desbordante, que de lo narrativo, donde apela a una trama más bien simple y predecible.
En medio de tanta imagen hay unos cuantos símbolos interesantes (algunos más obvios que otros) y si bien su duración es un poco más extensa quizás de lo necesario lo cierto es que es una película muy disfrutable.