Aquella bella extravagancia
La carrera del enorme Steven Soderbergh reúne dos características que la hacen única en el cine norteamericano de las últimas décadas: en primera instancia podemos decir que el señor siempre hizo lo que quiso a nivel de la elección de proyectos de lo más variopintos, y en segundo término el estadounidense cuenta con el talento y la imaginación suficientes para aprovechar esa libertad generando propuestas interesantes e imprevisibles, capaces de continuar sorprendiendo por más que hoy esté atravesando su cuarta década de trayectoria (ambos rasgos deberían ir siempre hermanados en el campo del arte porque un margen de acción sin agudeza e ingenio -y viceversa- es lo mismo que nada). Tal es la singularidad de su trabajo que el susodicho suele borrar los límites entre el indie y el mainstream a caballo de un inconformismo de fondo al que le importa soberanamente un comino las categorías.
Como era de esperar, La Estafa de los Logan (Logan Lucky, 2017), su regreso a la dirección luego de las algo lejanas y maravillosas Efectos Colaterales (Side Effects, 2013) y Behind the Candelabra (2013), respeta esta senda de antaño y hasta se permite jugar con el propio pasado, aquí reformulando aquella saga compuesta por las simpáticas La Gran Estafa (Ocean's Eleven, 2001), La Nueva Gran Estafa (Ocean's Twelve, 2004) y Ahora Son 13 (Ocean's Thirteen, 2007), quizás lo “peorcito” que hizo en la década previa. La fórmula es en esencia exactamente la misma porque hablamos de una heist movie hasta la médula, aunque ahora volcando la narración hacia el corazón precario del este de Estados Unidos y una entonación general cercana a lo que sería una comedia entre encantadora y absurda, un combo que por cierto arroja resultados positivos y reconfirma la perspicacia de Soderbergh.
En esta ocasión el objetivo está vinculado a robar el dinero que genera una competencia automovilística perteneciente al circuito NASCAR a través del sistema de tubos neumáticos utilizados para mover los dólares durante el evento. Como el título lo adelanta, los responsables del atraco son los miembros de la familia Logan, léase Jimmy (Channing Tatum), Clyde (Adam Driver) y Mellie (Riley Keough), asistidos a su vez por Joe Bang (Daniel Craig), un convicto experto en cajas de caudales. Los pormenores del asunto involucran sacar y regresar a éste último de prisión, incorporar a sus tontos hermanos Fish (Jack Quaid) y Sam (Brian Gleeson) al saqueo y principalmente explotar el tubo neumático en el transcurso de la carrera y dedicarse a aspirar el efectivo cual polvo en el piso. Aquí no hay planes enrevesados ni fetichismo tecnológico, sólo la inefable improvisación humana.
De hecho, el encanto de la película pasa precisamente por esa inteligente y placentera humildad que asimismo cuadra de manera prodigiosa con la desnudez retórica que le imprime el realizador a la faena, siempre aprovechando los hilarantes diálogos del guión de Rebecca Blunt y dejando espacio para que la mundanidad -tan ridícula y cotidiana como identificable- de los personajes se presente sin cesar a lo largo de un desarrollo muy simple y ameno. El influjo obrero y suburbial, bien de revancha ante las injusticias de un sistema/ estado que relega a gran parte de la población al olvido y la marginación, aparece en primer plano en La Estafa de los Logan ya que su eje es la lucha de un grupo de “hormigas” contra un “elefante” gigante y poderoso. Más allá de las geniales intervenciones de Seth MacFarlane y Hilary Swank, el que verdaderamente se destaca es Craig, aquí con el pelo teñido de rubio, pelando un acento insólito de West Virginia y mostrándose de lo más histriónico. Una vez más Soderbergh enarbola una sutileza formal y una irreverencia conceptual que nada tienen que ver con el conservadurismo patético del público y la crítica de derecha de nuestros días, quienes frente a la más mínima reconstitución de las premisas de siempre, o ante cualquier dejo de militancia artística ambiciosa, comienzan a llorar como nenitos caprichosos y autoritarios. La película se parece al pasado del director y a la vez se distancia vía una bella extravagancia que se mezcla con la trivialidad de los protagonistas y su astucia a la hora de encajar las piezas del rompecabezas del robo, logrando en el trajín traicionar expectativas y sacarle el lustre a las caper movies más austeras y minimalistas...