¿Quién dijo que las segundas partes son malas? Bueno, digamos que puede haber excepciones, más aún en el cine infantil animado.
Los Wishbone están de vuelta y una nueva familia se presenta: Los Starr. Conocidos como los científicos más ricos del planeta por realizar causas benéficas, su encuentro no será de las mejores. Ante el inesperado secuestro de Baba Yagá (Catherine Tate) y Renfield (Ewan Bailey), Max (Ethan Rouse) decide utilizar el amuleto de la bruja, ahora en etapa de aprendiz, para nuevamente convertir a los cuatro integrantes protagonistas en los personajes que les permitieron autodescubrir sus virtudes y defectos, rescatarlos y descubrir el verdadero plan de los millonarios.
Sinceramente, siento que esta trama es más interesante que su predecesora. Si bien era necesario entender el trasfondo de la familia principal y el viaje que tuvieron que hacer para comprender el verdadero propósito de su vida, al no depender de una fuente madre esta historia se desprende hacia un buen puerto al incorporar nuevos personajes dentro de la cultura popular del subgénero del terror: los monstruos.
Incluso, en esta cinta vemos una evolución tanto en los hijos como en los padres, y en cuanto al conflicto se añade la lucha entre la magia y la ciencia, dos áreas que nunca se llevaron bien, dos polos completamente opuestos debido a su filosofía.
Bajo un mismo equipo técnico, volví a tener el mismo inconveniente de las canciones utilizadas que, en esta ocasión, no superan del 2017 ¿es una broma, no?
Más allá de este pequeño detalle, el film apuntado a un target ATP (Sigla de Apto Todo Público) es una digna secuela.