Cuando el dique colapsa…
Sopesar una película como La Gran Apuesta (The Big Short, 2015) resulta muy interesante porque abre un camino hacia la contradicción, en especial si consideramos que existen varias ópticas desde las cuales examinar lo hecho: podemos enfatizar la dificultad del tópico elegido (la crisis financiera global de 2007 a 2010), la labor de los responsables de la faena (un equipo compuesto por Adam McKay, director/ guionista, y Charles Randolph, copartícipe en la escritura, a partir de un libro de “no ficción” de Michael Lewis), o las herramientas formales que se utilizaron para encarar todo el asunto (en esencia hablamos de inserts explicativos con celebridades, sobreimpresiones animadas/ textuales y la colección de recursos propios de los mockumentaries; léase cámara en mano, una edición disruptiva, interpelaciones al espectador, juegos con el zoom, primeros planos que no dan tregua, etc.).
En medio de este mejunje hay un film valiente que no llega a desarrollar todo su potencial debido a que las diferentes facetas arrojan saldos discordantes, sin embargo vale aclarar que la experiencia en conjunto es positiva y cumple con dignidad en el campo de las anomalías hollywoodenses, esas que están más motivadas por la ideología y/ o objetivos en común de las estrellas protagónicas que por un verdadero acuerdo en torno a cómo llevar a la pantalla grande semejante laberinto de desregulación y demencia. Aquí nuevamente aparece la fórmula de los antihéroes que -debiendo convivir con el sistema que los rodea- aprovechan el “saber experto” que los caracteriza para encontrar las fallas de turno y sacar partido de ellas. Tres son los grupos involucrados en esta especie de investigación cruzada alrededor de la posibilidad de que se caigan a pedazos los bonos parasitarios de garantía hipotecaria.
La primera banda de “especuladores forajidos” es más bien el proyecto solista del gestor de fondos Michael Burry (Christian Bale), ya que no cuenta con mucho apoyo que digamos entre sus cofrades; el segundo colectivo está encabezado por el inversionista Jared Vennett (Ryan Gosling) y el operador financiero Mark Baum (Steve Carell), un pragmático y un idealista -respectivamente- que acompañan las predicciones de Burry; y finalmente el tercer cónclave responde al asesor bancario retirado Ben Rickert (Brad Pitt), quien tiene su “brazo ejecutor” en los jóvenes inversores Charlie Geller (John Magaro) y Jamie Shipley (Finn Wittrock). Cada uno por su cuenta, y a veces superponiéndose, comenzarán una dialéctica de ventajas con el usufructo en el horizonte, en base a las minucias legales, las estadísticas, la lógica progresiva, una buena dosis de futurología y la clásica retención de información.
Desde el vamos el esquema narrativo es ambicioso y las actuaciones sorprendentes en su detallismo, no obstante el metraje resulta excesivo y muchos de los diálogos no escapan a cierta ingenuidad del mainstream desesperado por ser tomado en serio y a la vez pasar por “canchero” a ojos del espectador promedio: la mayoría de los intercambios entre los personajes arranca con un acento populista (insultos varios, exasperación, referencias a la cultura masiva, simplismos de diversa naturaleza, etc.), luego vira hacia el argot de la usura y su terminología asociada (el volumen de datos es atractivo en este punto), para terminar regresando a dónde todo empezó (aunque ahora con un ímpetu más trágico, ánimo que se desprende del problemilla de contrastar hipótesis y praxis). Por otro lado, los comentarios de Gosling a cámara y las definiciones conceptuales son tácticas que garantizan dinamismo.
A pesar de que la película abusa un poco de su ebullición visual/ discursiva y llega al límite de ensombrecer las actuaciones del elenco, en el cual encontramos una profusión de registros que van desde el tono caricaturesco de Bale y Gosling hasta la severidad de Carell y Pitt, lo cierto es que el realizador levanta bastante el nivel con respecto a la trivialidad de sus opus anteriores con Will Ferrell y por suerte nunca esquiva las paradojas e hipocresía que se derivan del hecho de “luchar” contra la burbuja especulativa desde el mismo ideario que esa burbuja construyó para autolegitimarse, sin apuntalar una mirada alternativa. La codicia, el fraude y la estupidez constituyen las tres dimensiones en función de las cuales se puede entender los efectos del colapso del dique del capitalismo financiero, un sector que sigue gozando de exenciones impositivas y un proteccionismo multinacional vergonzoso…