Algo que siempre me impresiona de la raza humana en general es la poca capacidad de empatía que tenemos entre nosotros. Podemos llorar por cada perro, gato, oso polar en la vida, pero cuando se trata de un igual en situaciones poco desfavorables y nosotros podemos tomar ventaja, es un daño colateral aceptable. Esta película muestra como la macroeconomía está basada en ese principio más humano que nadie: somos depredadores de nuestro entorno.
The big short, es el nombre financiero de una diferencia en apuestas en cómo se va a comportar el mercado y de esa manera hacer la movida de bienes y acciones. Como todos sabemos, el dinero financiero son valores ficticios que son permitidos por la especulación y otras cuantas cuestiones. Si ustedes piensan que son supersticiosos por no pasar bajo una escalera, no saben lo que son los banqueros: cualquier cambio en el viento los hace correr en diferentes direcciones y con eso se crean los caos que todos sabemos que son posibles.
La película, así, se enfoca en la crisis de hipotecas de Estados Unidos del 2008. Te cuenta cómo es que se generó, cómo se la olieron, quién hizo plata con eso y quién pagó las consecuencias. Pero es mucho más que eso: es la denuncia de un sistema que se convirtió en codicioso y torpe. La justicia de que el responsable pagará las consecuencias ya no existe.
Un elenco remarcable, con espectaculares trabajos de Christian Bale (de verdad y eso que yo no soy su fan) y Steve Carell quienes dotan de humanidad a las cifras presentadas y una bajada de línea del pensamiento del autor (McKay, quien también estuvo a cargo de la dirección). A estos dos grandes nombres se le suman un Ryan Gosling apenas correcto y explotando su carisma y un Brad Pitt soberbio, de gestos mínimos, funcionando como el personaje embrague, aquel que reflexiona sobre los hechos y te tira la pelota de tu lado de la cancha. Buscá vos un mundo mejor porque evidentemente ningún sistema está preparado para dártelo.
El director, Adam McKay, a quien no le dábamos dos centavos considerando que sólo ha dirigido los bodrios de Will Ferrell, acierta en una serie de recursos impactantes al estilo collage y con un ritmo vertiginoso lo que puede empezar siendo una clase de finanzas, termina siendo una historia con ritmo, con moral, con estructura y con una buena dosis de datos. Utiliza una excelente selección de música que siempre en el contexto termina funcionando por oposición: la alegría versus una situación dramática, el caos con una música popera de fondo, etc. Además, manipula el tiempo en imagen y en sonido como quiere, congelando por momentos y acelerando en otros. Acá, cada mínima historia tiene su peso y el director sabe aprovecharlo muy bien. O sea, un catálogo de cine posmoderno que funciona como un reloj.
Si bien más de uno recordará a “El lobo de Wall Street”, honestamente me gustó que por más que tiene un tono banal por momentos en cuanto a montaje, los personajes toman posiciones y tenemos, de alguna manera, un llamado a la acción y un llamado de atención.