Los cansados de estar cansados
No es fácil filmar lo no-bello, y más cuando lo que contamos con la cámara es la constante búsqueda de la belleza, de lo bello. ¿Y qué es lo bello? Para el particular personaje Jep Gambardella, la belleza consiste en una caminata por Roma a la madrugada, tras una noche de juerga, alcohol y cocaína, y por qué no alguna señora que haya conocido en ese constante patear de la pintoresca ciudad capital italiana.
Paolo Sorrentino, quizás uno de los realizadores más destacados de Italia en la actualidad, con obras como Il Divo (2008) o Le conseguenze dell’amore (2004), repite el trabajo con su actor fetiche –el multipremiado Toni Servillo- tras haber dirigido en Estados Unidos la extraña This Must Be The Place (2011), con Sean Penn en un no muy convincente protagónico. El resultado de tantos años trabajando junto a un actor tan versátil y particular como Servillo es haber logrado uno de los personajes más memorables que haya dado el cine recientemente.
Jep Gambardella acapara la atención en todo momento, no solo porque la mirada de Servillo y su expresión altanera son hipnóticas y hacen que la cámara lo persiga casi intuitivamente, sino también en la acción misma: el comienzo de la película es el cumpleaños de Jep en una suerte de aquelarre visual donde él es el diablo, y donde el descontrol total es el único reglamento para formar parte.
Sorrentino filma la decadencia del snobismo, la contracultura de la no-cultura, esa búsqueda de un mundo que escupe todo lo mundano de una forma elocuente, y lo hace metiéndonos a nosotros en una sucesión de secuencias con diálogos banales y vacíos, pero que en el fondo retratan de forma crítica el tiempo de una sociedad. Además, a través de Gambardella, Sorrentino nos permite colarnos en las mejores fiestas de esa sub-trama sociocultural romana, para que veamos nosotros mismos los demonios que invaden ese ir y venir en la búsqueda de… algo. Y esa búsqueda es lo que define a cada personaje, con sus nostalgias, inseguridades, fantasmas, perdiciones y atributos. Cada personaje de la película está perfectamente pensado para un rol en el que el espectador es “paseado” por ese entramado laberíntico del sinsabor de la vida: los duques que, olvidando el orgullo de su estirpe, aceptan hacerse pasar por otra familia; el eterno escritor de teatro en busca de una musa y una verdad; muchos artistas con diferentes formas de expresar sus incontinencias de diversas y abstractas formas; los que se quedaron en la misma durante décadas; los que no se van porque simplemente se quedaron; y Gambardella como el capitán de ese bizarro barco.
Y la mejor forma de conocer ese contexto es cuando Sorrentino nos permite ver los lugares y obras icónicas de la Roma actual, que vive como si dependiera exclusivamente de su pasado de civilización-potencia, pero ahora sumida en una tranquilidad que solo la noche puede disimular, con sus silencios y su penumbra. Penumbra sólo invadida por el constante repiqueteo de los bailes en las fiestas organizadas por Gambardella, con sus “trencitos que no van a ninguna parte” y una avalancha de reflexiones salidas de varias esnifadas de coca y muchos cócteles en el medio. Roma descansa, mientras otros descansan de la vida que les da Roma.