La culpa en el espejo
Los relatos abiertamente políticos son escasos en el cine de nuestros días por la sencilla razón de que el grueso de la industria considera más “seguro” a nivel comercial apostar al lavaje olímpico de manos en lugar de militar por una causa -o serie de causas- de manera sostenida, algo que era habitual hasta no hace mucho tiempo. La mediocridad cultural, esa que nos acerca cada vez más al terreno del sustrato discursivo inofensivo, lleva a que el público esté consagrado a un entretenimiento vacuo que se encadena bajo la lógica de la televisión para ser consumido y desechado con una generosa celeridad de por medio. Por suerte aún existen algunas excepciones como por ejemplo El Candidato (2016) de Daniel Hendler, Okja (2017) de Bong Joon-ho y la presente La Hora del Cambio (L’Ora Legale, 2017), una película interesante que adopta los arquetipos de la parodia para analizar la administración estatal.
En esta oportunidad los principales responsables son Salvatore Ficarra y Valentino Picone, los directores y guionistas del opus, un dúo cómico televisivo que a lo largo de su carrera se paseó por distintas variantes de la comedia (desde la costumbrista y la de situaciones, pasando por la romántica/ familiar, hasta llegar a la social y la de crisis profesional), lo que definitivamente los fue preparando para construir esta fábula sardónica y política -con todas las letras- que transcurre en el pueblo ficticio de Pietrammare, en Sicilia, el cual se debate entre seguir con el alcalde corrupto de siempre, Gaetano Patanè (Tony Sperandeo), u optar por otro candidato, Pierpaolo Natoli (Vincenzo Amato), quien promete corregir problemas como los baches en las calles, el tránsito colapsado, los excrementos de las mascotas, la basura apilada alrededor de los contenedores, la contaminación fabril, el clientelismo, etc.
Cuando se descubren los últimos chanchullos de Patanè justo en el período de elecciones, Natoli sale vencedor y comienza una serie de reformas que en esencia se basan en aumentar las multas, repartirlas entre los ciudadanos y exigir permisos y habilitaciones para una infinidad de actividades comerciales del distrito, lo que por supuesto le gana el odio de los votantes y deriva en una escalada de intentos por detener los cambios. Ficarra y Picone, ambos además actores, se insertan en la historia en la piel de Salvatore y Valentino, dos amigos que tienen un pequeño negocio gastronómico y que terminan convirtiéndose en parias por haber apoyado a Natoli, quien para colmo es cuñado de Valentino. La obra es bien esquemática a nivel ideológico y presenta la oposición entre la típica mafia del poder central y la plataforma de un idealista que lleva a cabo aquello que prometió en la campaña.
Desde ya que La Hora del Cambio es también muy manipuladora porque le echa toda la culpa al pueblo que vota a delincuentes como Patanè pero no termina de señalar del todo que Natoli más que una construcción extrema en función del relato, es en muchos sentidos una versión light de estos neoliberales parásitos -y tan podridos como los anteriores- cuya única forma de gobernar pasa por aumentar impuestos, suprimir derechos sociales que costaron sangre y delirar con medidas/ prestaciones gubernamentales ridículas, como si se viviese en Suiza (en Italia el representante histórico de la corrupción de la plutocracia fue Silvio Berlusconi, aquí en Argentina tuvimos a Carlos Menem y ahora tenemos a Mauricio Macri y su séquito de payasos: dicho sea de paso, la propuesta obvia las prebendas en las que suelen caer estos gobiernos enmarcados en un fascismo marketinero y obsesionado con las redes sociales).
Más allá de su naturaleza simplista/ popular en pos de ganarse a unos espectadores que de seguro -al igual que los argentinos- gustan de mirarse en el espejo de la vergüenza, ese que les devuelve la imagen de un suicidio colectivo luego de los comicios, el film por lo menos es enérgico y aprovecha con destreza el tono narrativo farsesco gracias a la innegable experiencia de Ficarra y Picone en el rubro. Muchas situaciones y diálogos son asimismo muy hilarantes debido a que logran englobar las características más patéticas de buena parte de las grandes ciudades y las regiones suburbanas, poniendo el acento en la cultura del ventajismo recíproco, algo que también los habitantes de nuestro país podemos entender sin mayores inconvenientes (aunque en esta pampa la especulación es mucho más pronunciada que en cualquier recodo de Europa). La Hora del Cambio funciona con solvencia como un retrato de la estupidez de los votantes y los desastres a los que estamos condenados como sociedad a menos que se supere la eterna disposición a sacar provecho del poder y los privilegios…