A merced del azar.
Si bien a primera vista La Ilusión de Estar Contigo (Gemma Bovery, 2014) puede ser confundida con cualquier otro ejercicio de Anne Fontaine en esa provocación light que la caracteriza desde el inicio de su carrera, a decir verdad estamos ante su obra más coherente y mejor delineada a la fecha, una pequeña sorpresa en la que se unifican con elegancia la potencialidad retórica del relato de base y los intereses de siempre de la directora. En sí la película es una suerte de reinterpretación colateral de Madame Bovary, la archiconocida novela de Gustave Flaubert, pero ahora volcada hacia una aproximación metadiscursiva que gusta de trasladar la posición simbólica del lector a un personaje dentro de la trama, Martin Joubert (Fabrice Luchini) en este caso, un parisino amante de la literatura que -buscando paz y tranquilidad- se hace cargo de la panadería de su padre en un pueblito de Normandía.
Justo enfrente de su hogar se muda un matrimonio de ingleses con los llamativos nombres de Charlie (Jason Flemyng) y Gemma Bovery (Gemma Arterton), circunstancia que deja todo servido para que Martin comience a maquinar paralelismos entre la realidad y la ficción de Flaubert. El interesante guión de Pascal Bonitzer y la propia Fontaine, inspirado en una novela gráfica de Posy Simmonds, coquetea con varios estereotipos de lo que suele ser el régimen macro del cine francés, como por ejemplo las referencias costumbristas y una sensualidad más o menos explícita, para a posteriori -y de a poco- ir complejizando la progresión según un criterio más amplio. En esencia la primera media hora está dedicada a la contemplación de Martin para con Gemma, un cariño a la distancia que se transforma en obsesión cuando la señorita empieza un romance clandestino con un joven muy acaudalado.
A partir de este punto la historia se mete de lleno en lo que se había insinuado en el prólogo del film, léase el penoso destino de Gemma y la posibilidad de que su infidelidad juegue un papel en el mismo. Corrigiendo por completo los problemas que aquejaban a sus opus anteriores, como por ejemplo Coco antes de Chanel (Coco avant Chanel, 2009), La Chica de Mónaco (La Fille de Monaco, 2008) y Nathalie X (2003), en esta oportunidad Fontaine logra sintetizar -con gracia y naturalidad- un tono tragicómico y un desempeño sutil por parte de todos los integrantes del elenco. En lo que respecta al primer ítem, de hecho uno de los grandes aciertos de La Ilusión de Estar Contigo pasa por su pulso narrativo, el cual no abusa de los infortunios sentimentales de los protagonistas ni tampoco se toma en solfa sus sueños y sus pretensiones, enfatizando siempre una inflexión intermedia y bastante cándida.
Más allá de la eficacia de Luchini y su maravilloso rostro, enmarcado en un desconcierto de rasgos embelesados y/ o atónitos, sin lugar a dudas es la presencia de la despampanante Arterton el ingrediente fundamental de la propuesta: la británica impulsa lo que podría haber sido una simple anécdota acerca de la sequedad y el aburrimiento provincianos hacia regiones más placenteras, vinculadas al éxtasis erótico con cuentagotas y el arte de sucumbir a la tentación por la tentación en sí (la actriz magnetiza la pantalla con su belleza y un puñado de miradas al paso). Hoy la directora prorroga una buena racha iniciada con Madres Perfectas (Adore, 2013), otro trabajo delicado que se alejaba de la pomposidad de las pasiones sin freno, y vuelve a demostrar que ha pulido su registro cinematográfico en pos de balancear la atracción, el repliegue, la consumación y el saberse a merced del azar…