Noemí nos lleva de la mano a su mundo, por momentos toma el control de la historia y nos deja ver que su madre murió en el parto, casi sin conocerla y que es criada (con mucho sacrificio) por su padre y su tenebrosa y religiosa tía abuela (quien vive a metros de su casa) que representará una sombra oscura que solo quiere alejarla de sus afectos. Noemí se expande y este film nos muestra más de su mirada sin concentrarse en su propia vida: nos señala la amistad con un varón, su mejor amigo Sergio, quien lucha con la presencia de un padre ausente que casi no aporta ni social ni económicamente, y una madre decidida a conseguir trabajo y a tomar el rol paterno de aquel que falta.
Esta niña, por momentos misteriosa y por momentos muy adulta nos conduce por el colegio, por las vivencias de las peleas entre varones, por las lecciones de escuela, por el cine de barrio, por la soledad y por su nueva actividad favorita: la arqueología. Siguiendo este gusto recientemente adquirido, descubre tras una excavación en su jardín junto a su amigo Sergio una caja sellada con candado y se aferra a ella fuertemente hasta poder dar con su combinación y poder librar sus secretos al mundo.
Lejos de la tecnología que tanto nos abruma, que apabulla a los más pequeños con dispositivos y que anima a la eterna permanencia en las comodidades de un hogar, esta historia se basa en todo lo contrario: los protagonistas salen a la calle, sus experiencias serán su divertimento y su combustible y las situaciones diarias su mundo.
El director de esta película, Claudio Remedi, nos muestra junto a la mirada de una niña y de forma absolutamente fiel las desavenencias de la clase trabajadora, las diferencias entre subalternos y jefes, la miseria de un sueldo en un astillero, las ganas de comer bien y no poder, los desacuerdos familiares y la poca familia que queda luego de una separación o de una viudez. Este director especialista en documentales, escribió el guión de La ilusión de Noemí para poder mostrar esta mirada de la vida en el conurbano bonaerense junto a la vivencia de una estrecha amistad entre una nena y un nene (prestos a ingresar a la adolescencia).
En este film se haya mucha impronta a lo religioso, el personaje de la tía abuela de Noemí dará muestras fieles a este aspecto tan particular. En esta realización hay muchísima relevancia a lo visual, los planos son limpios y abiertos, aún en escenografías pequeñas que necesitan mostrar la humildad de un hogar o el día a día en un aula de escuela. La fotografía cuenta de forma poética las dificultades del entorno y mezcla la magia de su indómito paisaje que nos da una vista desconocida de Berisso, La Plata y del recreo de la Isla Paulino. Las tomas surgen con mucho punto de fuga, picados y contrapicados muy pocas veces vistos en el cine y bien colocados y un carácter estático muy recurrente en las tomas ya que las escenas con travelling son pocas y contadas.
El sonido y la música son conocidos... son los ruidos del verano, las chicharras, las bocinas de algunos buques, el tic tac de un viejo reloj de pared y los latidos de un corazón. Sólo al aproximarse el final, surge una canción con letra, la cual fue escrita por el director de este film y revela de forma tierna el pasaje de las tomas finales.
La ilusión de Noemí cuenta con un factor en contra: no hay conexión entre el estado anímico de los actores y la historia de sus vidas. El guión es acotado, no hay diálogos que inviten a la reflexión, solo imágenes que nos llevan por las vivencias propias y externas. Faltó este componente.
Por lo demás, este film es un sueño, es una experiencia surrealista que nos devuelve a los tiempos de una vida más simple.