El tiempo y la distancia. El pasado y el presente. Buenos Aires, 1919; New York, 1932; México, 1938; Buenos Aires, 2017. Cuatro historias y una revolución, la más grande de todos los tiempos.
Tras más de 3 años de trabajo, Violeta Bruck y Javier Gabino nos presentan La Internacional del fin del mundo, un extenso y hermoso recorrido por las trayectorias de Pedro Milesi, Mika Etchebéhère, Mateo Fossa y Liborio Justo. De fondo, el rugido eterno de la lucha de clases.
Un motor siempre encendido
La historia, sentenció Marx, tiene un motor potente: la lucha de clases. En la Argentina del siglo XX, los bordes de la narrativa nacional se erigieron en las calles y sus manifestaciones, en las fábricas y sus huelgas, en los combates y sus barricadas.
La Internacional del fin del mundo nos invita a ese recorrido. Las cuatro trayectorias que nos presenta están unidas a uno de los hechos más vibrantes del siglo que pasó: la revolución rusa de 1917. A su manera, con sus palabras y sus acciones, Pedro, Mika, Mateo y Liborio son testigos y voceros de un tiempo donde las callen guían la mano de los cronistas.
Esos fantasmas son los que las clases dominantes pretenden conjurar, llamar al silencio, borrar. Ahí está la saña represiva del régimen dirigido por la oligarquía con olor a bosta, al decir de Sarmiento. Con las plazas y los parques porteños de fondo, la clase dominante descarga su furia contra quiénes rechazan su (nada) natural dominación.
Y entre esas calles cubiertas de barricadas encontramos a nuestros protagonistas. A quienes nos hablan desde un pasado que es, a la vez, presente y futuro. Como en un caleidoscopio, La Internacional del fin del mundo presenta a sus personajes confundidos en aquel universo que los rodea. Donde hay cuatro historias hay, en realidad, miles. O millones.
El lector o la lectora pueden despreocuparse. No hay, en las líneas que siguen, nada parecido al spoiler. Lo atrapante de La Internacional... está, y mucho, en quienes la protagonizan.
El viejo Pedro
Pedro Milesi es testigo de grandes gestas y movilizaciones obreras. Desde la Semana Trágica de 1919, pasando por el 17 de octubre de 1945, llegando a los convulsivos años 70, en la Córdoba del clasismo. Su huella, imborrable, está en los recuerdos de Susana Fiorito: “Él escribió toda su vida. Tenía unos dedos gordos de metalúrgico, de haber pavimentado calles. Tenía una máquina portátil. Y sin embargo, se las arreglaba”.
Confinado en el penal de Ushuaia, un infierno en el fin del mundo, el “viejo” se erige como educador de sus compañeros de lucha y presidio. “Comenzamos un curso sobre organización sindical, siguiendo con otro sobre el rol de la mujer obrera en las luchas revolucionarias. Días después, a pedido de los compañeros, dí un curso sobre materialismo histórico y economía política”, rememora en la voz de Susana.
Capitana y mujer, mujer y capitana
“La pasión que sentían por las revolución los llevó a irse a Europa”, dice Andrea D’Atri.
Mika e Hipólito huyeron de las comodidades de una vida tranquila en el sur argentino. Aquella pasión se había tejido en los años previos, al calor de la hoguera revolucionaria que ardía en el viejo continente. Hoguera que quemaba más allá de las fronteras rusas, con tizones regando el mundo entero, incluida la Argentina granero del mundo.
Su destino es la convulsionada Alemania. La fecha no tiene nada de anodina: finales de 1932. Hitler se encamina al poder. Poco después, en 1936, España les hace un llamado urgente. Se enlistan en las milicias del POUM (Partido Obrero de Unificación Marxista). Parten al frente, combaten. Hipólito es asesinado por las balas fascistas.
Mika se convierte en capitana. La única mujer capitana de aquella indómita revolución en tierras españolas.
El hombre que desafió a Roosevelt
El 1° de diciembre de 1936, ante el Congreso de la Nación y ante los ojos del mundo, Franklin Delano Roosevelt fue increpado por un joven de 34 años.
“Abajo el imperialismo”, grita Liborio Justo desde los balcones internos que dan al recinto. De pie, junto al líder de la mayor potencia mundial, está Agustín Pedro Justo, presidente de la nación... y su padre.
“Es un personaje muy fuera de serie”. Desde las entrañas de esa inmensidad arquitectónica que es el Palacio Barolo, Mónica Justo habla de su padre: “Hubiera tenido un lugar al lado del establishment, que es lo que le correspondía. Pero él eligió ser la oveja negra y enfrentar a todo el mundo”.
Aquella oveja negra, bajo múltiples pseudónimos, tejió una vasta obra. Los seis tomos de Nuestra patria vasalla constituyen un aporte sustancial a la comprensión de la historia nacional.
El carpintero que entrevistó a Trotsky
Buenos Aires, finales de 1935. Otra escala de viaje en el tiempo. “Se derrumba la patronal”, reza el encabezado de un boletín de huelga. La clase trabajadora hace sentir se fuerza. Los obreros de la construcción sacuden al país.
En ese torbellino de la lucha de clases, el nombre de Mateo Fossa gana un lugar destacado. Dirigente del gremio de los madereros, se convierte en activo impulsor de la solidaridad con los obreros en huelga. “Utilizar todos los medios al alcance, de tal manera que la huelga general penetre hasta el último rincón de la clase obrera”, reza el comunicado que Alicia Rojo lee ocho décadas más tarde.
La potencia de aquella gran huelga lo llevará a México. A miles de kilómetros de su país, conocerá al hombre más perseguido del planeta. El impacto personal se fundirá con el interés político. En aquel viaje, Mateo Fossa hará las veces de periodista y entrevistará a León Trotsky.
Continuidades
Ficción y realidad se entrecruzan en La Internacional… Se unen, amalgaman y multiplican. Sus protagonistas no viven solo en el pasado. Están aquí, ahora, en el presente de esta moderna Buenos Aires. Buceando entre viejas fotos, leyendo viejos diarios, subiendo en viejos ascensores.
En ese cruce de dimensiones, las calles son –una vez más– el campo de (múltiples) batallas. Las imágenes de un Congreso militarizado llegan a las retinas. Los pañuelos verdes invaden la pantalla. La clase trabajadora resiste, enfrenta despidos y represiones. Cae y se vuelve a levantar. El motor sigue encendido.
El guion de la historia se reescribe. Los protagonistas, con sus rostros cambiados, son los mismos. La izquierda está ahí, en las calles. Las banderas rojas flamean detrás de la densa cortina montada por los gases lacrimógenos. Jóvenes, estudiantes, mujeres y trabajadores combaten. Del otro lado, llueven balas de goma. De fondo, macizo, emerge el Congreso Nacional.
Pedro, Mika, Liborio y Mateo siguen allí. En cada bandera, en cada cántico, en cada hecho de resistencia y lucha.
La Internacional… nos presenta la Buenos Aires de dos comienzos de siglo: el XX y el XXI. Esa presentación está fuertemente documentada. Fotos, escritos, filmaciones, grabaciones. Todo está ahí para dar cuenta de los pasos que siguieron realmente los acontecimientos.
En el mismo registro, a lo largo de 90 minutos, nos encontramos con historiadores como Hernán Camarero, Roberto Pittaluga y Alicia Rojo; investigadoras militantes como Andrea D’Atri y Susana Fiorito. O con la misma Mónica Justo. Ellos y ellas también le ponen voz a la historia viva de la lucha de clases en nuestro país.
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El autor de esta nota está muy lejos de ser un especialista en cine. Opina, reseña, como espectador y militante político. En ese marco, no puede más que recomendar La Internacional del fin del mundo, que se estrena en muy pocos días en el Cine Gaumont.
A los argumentos antes vertidos súmese una excelente presentación visual, que incluye, entre otras cosas, múltiples tomas áreas de Buenos Aires. Vista desde el cielo, la ciudad donde ardieron barricadas tiene una notoria belleza.