Reflexiones sobre la eterna magia del cine por un realizador talentoso y sensible
El talentoso director Martin Scorsese, más conocido por sus dramas y thrillers violentos, ha hecho por primera vez, y a pedido de su esposa, una película que pudieran ver sus nietos. Así surge “La invención de Hugo Cabret”, basada en el libro de Brian Selznick, y nominada nada menos que para 11 premios de la Academia de Hollywood. Todo un récord para Scorsese, nominado en varias ocasiones y ganador de un Oscar por “Los infiltrados” (2006).
Con este film deja un legado de su amor por el cine a sus nietos, a los niños en general, y también a los adultos, de aquel cine que lo conmovió cuando era chico, como así mismo de aquello que lo mueve de adulto: la importancia de la recuperación de filmes clásicos, cabe recordar que es el presidente de The Films Foundation, dedicada al rescate, restauración y preservación del material fílmico.
En su primera película, de aventuras y fantasía, en 3D, todo gira en torno a Hugo, un niño huérfano que vive en una estación de tren en el París de los años 30. Gracias a su padre, relojero, fallecido trágicamente, ha aprendido todo sobre mecanismos de relojes y juguetes. Habiendo crecido entre poleas y engranajes sueña con reparar un misterioso muñeco autómata que su progenitor ha encontrado abandonado en un museo. Nadie sabe de su existencia hasta que lo descubre una niña muy particular, y con ella empezará a vivir una increíble aventura en la que se cruzará accidentalmente con nada menos que George Méliès (interpretado por el excelente Ben Kingsley), mago, director y actor de cine, que murió en 1938, y fue el pionero en la creación del cine fantástico, los primeros trucos visuales y también el primero en colorear a mano –fotograma a fotograma- sus películas.
Lo maravilloso de este film es que Scorsese se vale de las técnicas cinematográficas más modernas (el cine 3 D y una increíble producción visual), para gratificarnos con lo más antiguo del cine: sus orígenes con los documentales de los hermanos Lumiére, la magia de los filmes de George Méliès y los primeros cómicos del período silente. Es asombroso que el recurso más utilizado en el cine 3D actual (el lanzamiento de algún objeto hacia la cámara como si fuera a estrellarse contra el espectador) es el mismo efecto logrado por los hermanos Lumiére cuando en la primera función de cine (28 de diciembre de 1895) exhiben “La llegada del tren a la estación”, a la cual Scorsese le rinde un tributo reproduciendo la anécdota de que los espectadores asustados intentaron esquivar a la locomotora (filmada) que se les venía encima. Ese primer público no estaba acostumbrado aún a la impresión de realidad que nos da el cine. Parece increíble que más de cien años después de aquella experiencia estemos buscando de nuevo esa impresión de realidad a través de 3D.
Ilusión o realidad, el eterno debate ya estaba presente en los albores del cine: ¿El documentalismo de los Lumiére o la magia de artificial de los filmes de Méliès? Es Martin Scorsese, otro mago del cine, quien ha logrado conjugar ambos brindándonos una hermosa ilusión aunque basada en la historia real del arte cinematográfico. Los espectadores del siglo XXI agradecidos.