El clásico camino de los sueños
La La Land, el nuevo film de Damien Chazelle (Whiplash), nuevamente nos introduce en el universo musical, en este caso a través del amor por jazz, y de la nostalgia por su época dorada allá por los años 50s, además de sus constantes homenajes al cine de aquel momento y a Hollywood.
El film, que se divide en fragmentos acorde a las estaciones del año, inicia con una secuencia musical que transcurre en pleno embotellamiento en una autopista de Los Ángeles, que si bien resulta visual y musicalmente maravillosa, a algunos de los que no somos tan fans del género musical, probablemente no nos genere demasiada emoción. Ya en esos primeros momentos, Chazelle nos dice algo acerca de lo que se viene. Si la película tiene lugar en Los Ángeles, probablemente tenga que ver con actuación, con el anhelo de fama, con el mundo del espectáculo y con los sueños alrededor de todos los personajes que éste universo involucre.
Inmediatamente después, el film nos presenta a Mia (la siempre genial Emma Stone), una barista que trabaja en un café dentro de los estudios Warner, pero que realmente llegó a L.A con el fin de desarrollarse como actriz, sueño que persigue, más o menos, hace seis años. A partir de una serie de encuentros fortuitos, Mia conoce a Sebastian (Ryan Gosling), un joven amante del jazz con el alma destrozada porque su templo musical favorito ha devenido en un club de samba (y tapas), que además no consigue trabajo y que para subsistir debe tocar villancicos en restaurantes de la zona.
Lo que sigue es, y sin dar muchos más detalles, la típica historia de “chica conoce a chico”, con el plus de situarse en la cuidad de la fama, adonde todos van a perseguir sus sueños, y en búsqueda del éxito. Así, además de amor y atracción, nuestros protagonistas también compartan cierta desilusión con respecto al desarrollo de sus carreras.
[Spoiler Alert]
Si bien La La Land me resultó visualmente cautivante -el virtuosismo de Chazelle y su equipo de fotografía es notable en todos los planos secuencia-, con buena música y con actuaciones excelentes -en especial la de Stone-; desde el plano narrativo me pareció algo endeble. Los personajes, que constantemente se profesan y juran amor, se separan a causa de la distancia geográfica que se genera entre ellos, y todo el conflicto parece muy apresurado, exacerbado, desorganizado y poco natural, en comparación a lo que el film venía ofreciendo hasta ese momento.
Además el film realiza una serie de planteos que invitan a debatir sobre lo clásico y lo moderno, primero en relación al jazz, pero también en relación al arte en sí mismo. Con La La Land, Chazelle hace lo mismo: contrapone (a veces en forma de crítica) lo clásico y tradicional del cine -mediante diálogos, vestimentas, escenografía e incluso coreografías- con lo moderno, porque recordemos que la película transcurre en la actualidad, aunque por momentos sus personajes parezcan de otro tiempo. Así Chazelle, de forma más o menos directa, intenta convencernos de que lo clásico puede ser una nueva toma de posición, provocación y hasta un acto revolucionario si la comparamos con la actual y caótica modernidad líquida.
En síntesis, La La Land resulta una interesante producción cinematográfica, que además de interrogarnos sobre el pasado, presente y futuro del arte, renueva el género musical, aportándole frescura. Más allá del excelente manejo de fotografía y de la química que genera la dupla Stone-Gosling, el film falla en cuanto a lo narrativo, pero a pesar de eso, termina de consolidar a Damien Chazelle como uno de los directores del momento, con un porvenir por lo menos brillante.