Tengo que confesar que cada vez que aparecen estas películas que enamoran a todo el mundo, suelo ponerme un velo de escepticismo. No es que piense que los críticos o espectadores están locos, sino que venimos de un año particularmente flojo de tanques comerciales y eso no ayuda a la fe. Así me senté a ver esta peli: desafiándola.
“La la land” es un musical absolutamente posmoderno. ¿Qué significa esto? Que se basa en homenajes, en personajes que no son perfectos, en planos fragmentados y una enorme movilidad de cámara y, sobre todo, en el collage de influencias y estilos. Como dentro de estas intertextualidades está el cine clásico, obviamente su estructura responderá a esto.
Para todos los que, como yo, están buscando el pelo al huevo, sí: el argumento es básico, es predecible, no tiene vueltas de tuerca y casi que podés cantar lo que viene. Para decepcionarlos desde ya con sus ganas de sobreintelectualizar todo, les aviso que aun así es tan mágica, tan nostálgica, tan romántica y dulce, que no te podés resistir. No hagas como yo y ni lo intentes.
No está de más recordar que el director y guionista es Damien Chazelle, el mismo que se puso en el spotlight con “Whiplash”. Sus montajes rítmicos, su fascinación por la improvisación del jazz que usa para mover su cámara en los planos más impactantes, en esas explosiones de colores saturados al estilo los videoclips de Michel Gondry con una estética que se va desde el romanticismo del cine clásico y los vestuarios de los 50s, con los ringtones de iphone y los híbridos Prius, es lo que se lleva todas las palmas. Es realmente un festival de maestría técnica, de luces, sombras, de cambio de lentes y recursos.
Si a esto sumamos la nostalgia de un amante del cine detrás de cámara nos encontramos con Bogart, Hepbrum, Bergman, Minelli, Astaire, Rogers, Charice, Reynolds y Kelly (por nombrar a algunos), vemos el romanticismo y la magia no sólo de ese lugar donde los sueños se fabrican de entre los deshechos de miles de otros rotos, sino lo inalcanzable que parece cualquier sueño desde la meta, hasta encontrarle la vuelta.
Si bien Emma Stone es la actriz que lleva casi todo el peso de la historia, con su look de “girl next door”, hay que reconocer su trabajo en cuanto a lo vocal y lo físico, considerando que su entrenamiento previo era mucho menor. Y esos ojos que se comen la cámara. Pero me impactó lo minimalista de Ryan Gosling y esto en pantalla, queda maravilloso. No sólo toca el piano increíble y tiene una buena voz, sino que además baila con un gesto tan relajado, haciendo parecer tan sencillo y natural algo tan complejo, que no podés parar de mirarlo. Es la definición del carisma.
Como todo cine clásico: se cuida a la estrella. Ellos hacen lo que mejor les queda, explotando su química, sus rasgos, su encanto. La cámara trabaja para crear el espacio donde brillen. El resultado final es este sabor agridulce del romance épico que te piden las grandes historias de amor que siempre recordamos. No te la pierdas y amala sin reprimirte.