El ciclo infinito de la responsabilidad
La pérdida de la vivienda como potencialidad, ese gran fantasma de la burguesía, es uno de los ingredientes de este estudio minimalista sobre los abusos consentidos por las autoridades y las decisiones de una profesora, quien ve tambalear su balanza moral.
¿Por qué ante el más mínimo delito el conjunto de los mortales se obsesiona únicamente -y casi de inmediato- con encontrar culpables y deja de lado la tarea de examinar el contexto que canaliza conductas de ese tipo, uno que en la enorme mayoría de los casos pesa mucho más que la simple voluntad individual del infractor? Esa es la premisa por detrás de La Lección (Urok, 2014), una pequeña y bienvenida sorpresa que nos llega desde Bulgaria: este film, de ritmo apesadumbrado y estética vinculada al marco de referencias de los documentales, trabaja distintas capas de la crisis social/ ideológica de nuestros días y sus subproductos, en especial los callejones sin salida en los que terminan inmersas las clases populares frente a la negligencia del Estado y su complicidad para con el capital financiero y esos grandes monopolios que hegemonizan la economía de prácticamente todo el planeta.
El eje del relato es -precisamente- una ejecución hipotecaria en función del atraso en los pagos por parte de una familia burguesa, que se encuentra al borde de perder su hogar. La protagonista de la faena es la madre del clan, Nadezhda (Margita Gosheva), docente de inglés en una escuela de pueblo y adalid fundamentalista de la rigidez deontológica, como lo demuestra el episodio que abre la película: ante el robo de una billetera en el aula, la susodicha obliga a todos sus alumnos a someterse a una revisación fuera de lugar, con la joven damnificada escudriñando en las mochilas de sus compañeros. Cuando un buen día Nadezhda descubra que su marido Mladen (Ivan Barnev) no abonó al banco y utilizó ese dinero para comprar una caja de cambios destinada a una casa rodante que tienen a la venta, la mujer no tendrá mejor idea que pedir un préstamo a “otros” usureros, ahora de la mafia.
Aquí los realizadores Petar Valchanov y Kristina Grozeva juegan con las inconsistencias y paradojas detrás del ciclo infinito del juzgar al otro y no asumir la responsabilidad propia dentro de la coyuntura general de los acontecimientos, lo que rápidamente nos retrotrae a la trayectoria histórica pasada (la salida del comunismo y la precariedad de la sociedad búlgara, que no tiene nada que envidiarle al Tercer Mundo) y al mismo tiempo nos acerca a algún tipo de perspectiva a futuro (el acto de colocar al dinero en la “base” de la pirámide de la ética colectiva hace que se descuiden dimensiones mucho más importantes como el desarrollo progresivo de la comunidad y el respeto por los semejantes). De hecho, más allá de la eficaz y pertinente denuncia contra los clásicos mecanismos usurpadores del capital, la propuesta también pone de manifiesto la soberbia de la pedagogía obcecada e impiadosa.
Si bien el planteo formal y doctrinario nos puede remitir en primera instancia al cine de Robert Bresson o al de los hermanos Jean-Pierre y Luc Dardenne, en realidad el esquema de injusticias que padece y reproduce Nadezhda es tan antiguo como Ladrones de bicicletas (Ladri di Biciclette, 1948), de Vittorio De Sica, aquel extraordinario análisis de cómo se origina el entramado de las desgracias sociales y su lógica en cadena. Los directores consiguen una obra apasionante que por un lado se siente un poco extensa y por el otro combina con inteligencia el drama de reformulación identitaria y una especie de policial en sintonía con la desesperación económica de la protagonista y las “soluciones” que le brinda un sistema parasitario. Es en esa confluencia entre la marginalidad y la corrupción -ambas abaladas por el Estado- donde debemos ubicar a La Lección, un ejemplo muy interesante de un cine moral bien diagramado y con el ímpetu necesario para escapar a los atajos de la empatía automática, pensemos para el caso en la gran Margita Gosheva y el modo en que marca distancia en el inicio para luego alzar a la soledad de su personaje como fuerza de choque.