Para hombres y monos; niños, no
El hombre mono regresa a la gran pantalla con una aventura repleta de acción pero floja de guión.
Si hay un personaje al que le sobra material literario para adaptar al cine, la radio o la TV, ese es sin duda Tarzán. Sin embargo, por alguna paradoja hollywoodense, los guionistas de esta nueva aventura optaron por contar una historia totalmente original que, sin embargo, toma elementos de varios trabajos literarios del héroe y los mezcla con hechos reales sin mediar consecuencias.
La historia se ubica en el Congo Belga en 1884 cuando el enviado del rey Leopoldo II de Bélgica, León Rom llega a ese país con la misión de encabezar la búsqueda de los míticos diamantes de Opar.
Pero la expedición resulta masacrada por la tribu del rey Mbonga (Djimon Hounsou) que, sin embargo, le ofrece a Rom perdonarle la vida e incluso financiarlo con las codiciadas piedras preciosas a cambio de que le entregue en bandeja de plata a Tarzán, para así poder vengar a su hijo, muerto a manos del hombre mono varios años atrás.
Muy lejos del continente africano, en Inglaterra, John Clayton III, Lord Greystoke o Tarzán, como se lo conoce entre la sociedad victoriana, goza de su buen pasar cuando el gobierno belga le ofrece hacer negocios en el Congo. Tarzán se niega a regresar a la tierra que abandonó ocho años atrás pero el Dr. George Washington Williams (Samuel L. Jackson) lo convence de aceptar para así poder demostrar que el gobierno belga esclaviza a los habitantes de ese país para así explotar la actividad minera sin costo.
En compañía de Jane Porter (Margot Robbie), su esposa, Tarzán regresará al Congo, aún a sabiendas que una vez allí deberá esquivar a los agentes de Mbonga al tiempo que ayuda a Washington con su tarea.
Más allá de varias incongruencias en el guión, La Leyenda de Tarzán demuestra en su primer media hora una muy buena construcción por parte del director David Yates (responsable de las últimas cuatro películas de Harry Potter) pero todo se diluye de ahí en adelante cuando los guionistas deciden tomarse varias licencias, no sólo en lo que respecta a la mitología del personaje sino a la historia universal en sí misma y se mandan, solitos y sin una guía, a encadenar una serie de escenas de acción con el objetivo que la adrenalina (y las escenas de Tarzán con el torso desnudo) no decaigan. Para darse una idea de este descalabro, una de los peores dramas de la película, se soluciona con una pelea a puños cerrados, un par de gritos y una negociación poco clara.
Y es cierto, las escenas son unas más trepidantes que otras, con un que se mueve entre las ramas como Spider-Man entre los edificios de New York y pelea como Batman con nativos, soldados y animales salvajes, que por cierto están muy bien logrados digitalmente.
Pero, dejando la adrenalina de lado y analizando todo más fríamente, hay detalles que no terminan de cuajar: Samuel Jackson es un personaje de color al que le dan el título de "Dr" en una época en las que en los Estados Unidos eso no era posible (de hecho la actualidad de ese país refuerza esta afirmación) y que, a pesar de los esfuerzos de director y guionistas, se nota que está "insertado" a la fuerza en la película.
El otro gran escollo para que esta aventura llegue a buen puerto es el suizo Alexander Skarsgård, hijo de Stellan Skarsgård y famoso por su papel en la serie True Blood, que además de fortalecer los músculos de su cuerpo, hizo lo propio con los de su cara y no logra evocar una emoción ni de lo más profundo de su humanidad. Por suerte, la australiana Margott Robbie y Jackson logran equilibrar esta balanza, con acertado equilibrio por parte del director que, se ve que no influyó demasiado en el casting del film.
Y como colofón, se nota que los ejecutivos de Hollywood, y en especial los de Warner Bros., no le tiene mucho la mano a esto de estrenar películas en diversas ocasiones ya que La Leyenda de Tarzán, el film con el que salen a ganar o ganar en el verano boreal, es una película que podría dormir a un niño en sus primeros quince o veinte minutos, algo que queda demostrado con la taquilla norteamericana, donde en 20 días desde su estreno el filme apenas recaudó 110 millones de dólares contra los 180 que costó. Por fortuna, los estudios ahora miden la recaudación a nivel global, en la que el hombre mono recién recuperó costos con unos 199 millones adentro de las arcas.
En definitiva, Tarzán es una buena película, con sus fallas como todas, pero también con muchos aciertos; que enojará a sus fanáticos y deleitará a las nuevas generaciones con sus acrobacias a través de la jungla.