El umbral analógico se digitalizó.
Hubo una época no muy lejana -específicamente hablamos de fines de la década del 90 y comienzos de la siguiente- en la que buena parte de la cartelera internacional del terror estuvo dominada por un sinnúmero de films que respondían al J-Horror, un rótulo que hace referencia al país de origen de la mayoría de los mismos, Japón. Si bien los nipones desde los 60 vienen ofreciendo obras extraordinarias como Onibaba (1964) y Kaidan (1964), o delirios inclasificables y de vanguardia como Hausu (1977), recién durante el inicio del siglo XXI pudieron salir del nicho del género para ingresar al mercado masivo. En la cabeza del movimiento estuvieron Ringu (1998) y Dark Water (Honogurai Mizu no Soko Kara, 2002), ambas de Hideo Nakata, y Ju-on (2002) de Takashi Shimizu, y en segundo lugar se ubicaron Kairo (2001), One Missed Call (Chakushin Ari, 2003) y Rinne (2005).
Dentro de la andanada de remakes y exploitations estadounidenses del período sin duda la mejor del lote fue La Llamada (The Ring, 2002), una reinterpretación de Ringu según Gore Verbinski, un señor que hace muy poco regresó con gloria al terror con la exquisita La Cura Siniestra (A Cure for Wellness, 2016). Como suele suceder, la desilusión llegó rápido cuando se le encargó la secuela al propio Nakata, responsable del film original en el que se basó la franquicia, lo que ocasionó un bache de 12 años entre la decepcionante La Llamada 2 (The Ring Two, 2005) y la propuesta que hoy nos ocupa, la también deficitaria La Llamada 3 (Rings, 2017). Ahora le toca al español F. Javier Gutiérrez llevar adelante un producto que sigue al pie de la letra las máximas de la saga y deja pasar la oportunidad de reformular la historia para conducirla hacia otros rumbos menos redundantes y más vitales.
Aquí nos ubicamos en el mismo terreno del pasado, con la única salvedad de que el umbral analógico al reino de los difuntos se digitalizó en pos de un aggiornamiento en función de los tiempos que corren: el viejo VHS que dispara la maldición de Samara Morgan (Sadako Yamamura en los opus japoneses), léase una muerte segura luego de siete días a partir del instante en que se vio el video, en La Llamada 3 mutó en un archivo que se copia y listo. La protagonista de turno es Julia (Matilda Lutz), una chica que por liberar a su novio Holt (Alex Roe) del acecho de Samara termina trasladando hacia ella la furia del fantasma a través del mecanismo de siempre, viendo un duplicado del VHS original. Desde este punto la trama recurre al cliché de una investigación con vistas a “darle paz” a los restos mortales del espectro vía distintas pistas que se le aparecen a Julia en visiones e imágenes lúgubres.
Se nota groseramente que el flojo guión de David Loucka, Jacob Estes y Akiva Goldsman atravesó diferentes etapas y en algún momento se quiso privilegiar un relato un poco más coral basado en los experimentos de Gabriel (Johnny Galecki), un profesor de la universidad a la que asiste Holt que armó un sistema de “relevos” para pasar la maldición de uno a otro y analizar en el trajín el sustrato sobrenatural de todo el asunto. En vez de profundizar esta perspectiva de abordaje, algo que sería novedoso dentro del campo de la franquicia, lamentablemente se optó por el esquema ya agotado de antaño, circunstancia que se ve magnificada por la poca imaginación visual de Gutiérrez y su equipo. La película de todas formas no llega a ser mala y en ello tiene mucho que ver la participación en el tramo final del gran Vincent D’Onofrio, aportando otro de sus monstruos marca registrada símil La Celda (The Cell, 2000) y Chained (2012). El conservadurismo a veces le juega a favor al horror, en especial cuando detrás hay talento y un interés en quebrar mínimamente el patrón preestablecido, dos componentes que en La Llamada 3 brillan por su ausencia…