La llamada final es una de esas películas que llegan a cartelera con mucho retraso y que si consigue llamar algo de atención lo será gracias a dos nombres que hoy es imposible despegar del cine de terror: los de Lin Shaye y Tobin Bell. El único atractivo de una película fallida desde muchos aspectos.
Un grupo de adolescentes a fines de la década de los 80s molestan a una anciana a la que acusan de la desaparición de la hermana menor de una de ellos. Pero tras otro ataque, al que se sumó el chico nuevo, ella muere y el grupo es convocado por su marido para invitarlos a jugar un juego (quien los invita no es otro que Tobin Bell, el que siempre nos invita a jugar en la saga de SAW). A través de un teléfono se reencontrarán con las partes oscuras del pasado que cada uno ha intentado esconder.
Desde el póster nos las venden como una película de los creadores de Destino Final porque Jeffrey Reddick es productor y en su momento fue uno de los guionistas. Pero acá nada más; el director es Timothy Woodward Jr. y el guionista Patrick Stibbs.
Escribir sobre La llamada final será inevitablemente hacer una enumeración de sus problemas. Se entiende la idea de situar la película hace varias décadas, donde no había celulares y las llamadas eran desde teléfonos fijos. Pero lo cierto es que salvo por algún detalle menor, nunca se siente la ambientación adecuada sin siquiera aprovechar para jugar con la estética como productos más actuales, como Stranger Things por mencionar uno muy popular, lo han hecho.
Desde lo técnico y formal, nos encontramos con saltos de escenas inconexos y problemas de sonido en escenas, como la del carnaval, que requerían un trabajo de capas: los protagonistas se mueven a través de juegos y luces y gente y sólo se los escucha a ellos hablar; es una escena que descoloca por el casi nulo trabajo de sonido ambiente que tiene. A esto le sumamos escenas que no aportan nada a la historia y otras que parecerían haberse perdido en el camino (por ejemplo la anterior a los jóvenes llegando a la casa tras ser llamados).
Hay algunas imágenes que podrían haber funcionado pero el terror nunca se sucede, apenas algún sobresalto a base de un golpe de efecto, y en general la película de una duración breve se siente repetitiva y larga. Tampoco ayuda lo poco interesante de su grupo protagonista: cuatro adolescentes interpretados sin un ápice de pasión por sus protagonistas. Lin Shaye y Tobin Bell, en cambio, entienden el juego pero no es suficiente.
Todo lo que podía desatar algo más rico y complejo, como la brujería, el satanismo, el paso de un mundo a otro, el carnaval como escenario (como Darren Lynn Bousman, un director que me suele parecer de mediocre para abajo, lo supo aprovechar para su The Devil’s Carnival) termina plasmado apenas por unas pinceladas y toda imaginería de pasillos, tarot, espejos, quedan en el tintero.
Entre clichés, escenas sin mucho sentido, poca sangre y muerte en escena (a veces a una película de terror de la que nada esperamos al menos le pedimos un poco de eso, sobre todo si se elige ambientarla en una época que nos brindó una linda variedad de slashers) y una historia que en manos hábiles podría haber sido un poquito interesante, La llamada final es una de esas películas que llegan a cartelera como relleno y que muchos esperarían a ver en streaming desde la comodidad de su casa. Es cierto que parecería estar apuntada a un público más adolescente pero en ese caso no consigue ni siquiera la «onda» de películas como Fear Street. Todo resulta demasiado lavado e insulso.