Lost in Translation
En una línea ya algo añeja de ciencia ficción trascendental, promovida en 1968 por el éxito de 2001. Odisea del espacio, esta película1 es el último ambicioso proyecto del cineasta canadiense Denis Villeneuve, autor de las brillantes Polytechnique, Incendies, Prisoners y Sicario. Villeneuve ha sido merecidamente proclamado y calificado como una de las grandes recientes revelaciones, y Hollywood supo reclutarlo prestamente para sus propias filas. Así, en los últimos cuatro años el director concibió ya tres películas de financiación íntegramente estadounidense, producidas y distribuidas por las majors. Por fortuna, hasta ahora Villeneuve mantuvo su perfil autoral, y aunque sus películas parecen actualmente más viradas hacia los géneros, su abordaje es siempre original y profundo, conjugando el cine popular y masivo con una concepción sobresaliente y una certera visión social y antropológica. Pero seguramente este sea uno de los filmes más sobrevalorados de la temporada. La historia comienza con la abrupta llegada de 12 naves alienígenas de más de 450 metros de altura, distribuidas en diferentes puntos del planeta. Una experta en lingüística (Amy Adams) es reclutada junto a un científico (Jeremy Renner) por el gobierno de Estados Unidos para intentar establecer comunicación con los visitantes, para averiguar quiénes son y cuál es su propósito en la Tierra.
Es indiscutible el talento de Villeneuve para construir suspenso y contar historias, así como la forma en que introduce interesantes reflexiones en sus historias. Uno de los ejes de la trama es la dificultosa y progresiva asimilación, por parte de la protagonista, del idioma particular de los extraterrestres. Partiendo del concepto de que el lenguaje determina la percepción del mundo, se lleva a sus últimas consecuencias la idea de que el aprendizaje de una lengua “superior” podría resetear el cerebro, de modo de llevar al hablante a adquirir habilidades nuevas.
Pero casi todo suena a canción conocida: un prólogo al estilo Up, que demuestra en breves pantallazos el paso del tiempo de un vínculo, con desenlace trágico incluido. El trascendentalismo new age a lo Malick, por el cual se intercala en la historia una anécdota familiar; la comunicación con extraterrestres bonachones a lo Encuentros cercanos de tercer tipo, la pareja dispareja en la que se opone el hombre de ciencias con la chica de letras. La visita alienígena con lección moral, la resolución mágica a lo Interestelar –el amor vence los límites del tiempo y el espacio– y, patrón del libreto estadounidense “inteligente”, un enigma que se resuelve, vuelta de tuerca final mediante.
Reflexión social y política, la película expone una humanidad incapaz de resolver de forma pacífica los conflictos y siempre presta a mitigar su paranoia y sus miedos mediante la violencia. En la medida en que no existe un líder mundial que pueda lidiar con los extraterrestres, los mandamases de las diferentes naciones no logran comunicarse entre sí ni llegar a un acuerdo sobre cómo aproximarse a ellos. Lo curioso es que sean justamente China y Rusia las potencias descerebradas que al comienzo deciden hacer frente a los alienígenas mediante un ataque preventivo, mientras Estados Unidos apuesta por el diálogo y el entendimiento. Se podrá discutir y especular sobre si en un escenario real las cosas sucederían de ese modo, pero en cualquier caso suena ridículo que la potencia que sistemáticamente apela a la violencia y al conflicto bélico inmiscuyéndose en cuanto confín del planeta existe, sea la que en este caso opte sabiamente por el diálogo y la comprensión pacífica del “diferente”.