Arranca La luz del fin del mundo con el plano cenital de un padre (Casey Affleck) inventándose una historia para su hija (Anna Pniowsky) antes de dormir. Entramos así en un cuento post-apocalíptico que en realidad es una tierna historia de amor paterno-filial.
La primera película de ficción dirigida por Casey Affleck –antes había realizado el delirante falso documental I’m Still Here, protagonizado por Joaquin Phoenix– plantea un escenario hipotético en el que la población femenina ha sido erradicada por la amenaza de un virus. Para evitar la captura de su hija, que es una de las pocas supervivientes de la hecatombe, los protagonistas llevan una vida nómada ocultándose en bosques y huyendo de las compañías. A su modo, el marco del film recuerda a La carretera, la novela de Cormac McCarthy adaptada por John Hillcoat, si bien aquí el relato de supervivencia tiene un carácter más emocional que físico.
Lo que parece interesarle realmente a Affleck es la hipótesis de tener que educar a un menor en tiempos extremos, mas aún tratándose de la última mujer viva sobre el planeta. El padre siempre encuentra una respuesta a las imposibles preguntas de la hija, y el foco de la propuesta siempre privilegia la interrelación de los personajes por encima de la “acción”. No se trata de una película sobre la violencia en un mundo agónico, sino sobre la posibilidad del amor como redención humana, incluso cuando ya no parece posible confiar en nadie. Affleck no busca el carácter espectacular ni la vertiente terrorífica en este drama de ciencia-ficción.
Como uno de los actores más apreciados de su generación (y quizá el que mejor escoge los proyectos), su papel detrás de la cámara también transmite esa modulación interpretativa que le caracteriza, donde la inteligencia y el corazón confluyen. Esa política de contención juega todo el tiempo en favor del film. Incluso cuando la inevitable brutalidad entra en escena, Affleck logra mantener el foco sobre lo que realmente le interesa, jugando elegantemente con la oscuridad y el fuera de campo.
No descubriremos a un cineasta genial en La luz del fin del mundo ni tampoco una historia especialmente original dentro del marasmo de relatos apocalípticos en el cine del siglo XXI, pero sí a un escritor y director con sensibilidad e inteligencia para contarnos aquello que quiere contarnos sin errar el camino, abriendo puertas a metáforas y certezas relevantes en nuestros días. Evidentemente, el futuro de la civilización está en nuestras manos, pero sobre todo en cómo seamos capaces de educar a nuestros hijos.