Antes de tratar de explicar el “de que se trata” de La Madre hay que aclarar que con el cine de Gustavo Fontán lo más importante es la forma. De tener que resumirlo, se podría decir que se trata acerca de la relación madre-hijo que tienen Sonia (Gloria Stingo) una mujer en una debacle emocional y psicológica, y Jonatan (Federico Fontán) un chico que esta convirtiéndose en adulto.Todo el relato se teje sobra las tensiones que se generan entre dos personajes, aunque no necesariamente entre las interacciones de ambos. Por así decirlo, es más lo narra lo que no acontece que los hechos en sí, y parte de la tan alabada poesía que lo caracteriza al director radica allí, la otra, en la fotografía de Diego Poleri.
Si bien todo lo antedicho es meritorio, y permítanme aclarar no es poca cosa animarse a hacer un relato de este estilo entre tanta solemnidad y llanura que caracteriza, lamentablemente, al cine argentino desde hace ya varios años, no basta solo con arriesgarse a un enfoque diferente. Aunque no se pone en duda la identidad del filme, a este le falta fuerza, la lírica de la imagen en algún momento se agota, y ni el montaje ni las actuaciones logran levantarlo. A su vez, el hecho de que la ausencia sea algo que marca y resignifica todo el filme, obliga al espectador a ser participe constante, seguro, esto no es una contra, pero así como potencia los momentos mejor logrados, potencia también, aquellos momentos donde el relato cinematográfico decae. Por otro lado, y como ya es costumbre nacional, el punto más flojo es el sonido, no por falta de creatividad, ni porque este “olvidado”, sino por falta de profundidad narrativa, se sostiene todo a través de la imagen y el sonido no alcanza todo su esplendor en ningún momento, salvo, claro esta, cuando es a través de la palabra, de la poesía oral.
Aún con estos altibajos La Madre no deja de ser una alternativa por demás interesante dentro de la cartelera, y es grato saber que de vez en cuando hay quienes apelan a las emociones utilizando otros recursos que por momentos parecen olvidados, donde el alma fragmentada del film y sus personajes se vuelve casi tangible para el espectador, y es en ese “casi” que radica toda la magia (tanto el artificio y la ilusión) y lo que hace valer el sentarse a ver la película.