Muros derribados
Nicolas Pesce es la más reciente víctima de la tradición hollywoodense de incorporar a directores del circuito independiente de su país o importarlos desde geografías lejanas, no como una estrategia para oxigenar el sistema de estudios sino más bien como un “recurso” destinado a tratar con realizadores maleables dando sus primeros pasos en el mainstream, cobrando suculentos cheques y sobre todo aún no asqueados por cómo funciona el esquema marketinero y bobalicón de la industria cultural desde la década del 80 del siglo pasado hasta nuestros días. El neoyorquino había dirigido con anterioridad la maravillosa The Eyes of My Mother (2016) y la fallida aunque bastante interesante Piercing (2018), sin embargo para su tercer proyecto decidió apartarse de sus orígenes y sucumbir en una entrega de una franquicia que pasó a mejor vida desde hace muchísimo tiempo, la de The Grudge/ Ju-On.
La Maldición Renace (The Grudge, 2020) es el producto deficitario de turno y -como tantos otros del Hollywood contemporáneo- nunca se decide del todo entre ser una continuación o un reboot de la saga que creó Takashi Shimizu con aquella andanada de películas que todos conocemos, hablamos de los dos directos a video del 2000, la dupla japonesa orientada a las salas de cine de 2002 y 2003 y la correspondiente remake norteamericana y su secuela, El Grito (The Grudge, 2004) y El Grito 2 (The Grudge 2, 2006). Pasando por alto a El Grito 3 (The Grudge 3, 2009) y adoptando lo que se dio en llamar el formato de “sidequel” con vistas a cubrir una historia paralela a la del film del 2004, ahora la trama nos vuelve a presentar una narración en mosaico con distintos grupos de personajes que se mueven entre ese año y el 2006 y quedan atrapados por una retahíla de circunstancias de lo más azarosas.
El guión de Pesce se sostiene en jump scares poco inspirados, un tono taciturno y una estructura repleta de saltos innecesarios en el tiempo como si a esta altura del partido todavía se pudiese generar suspenso en torno a qué está sucediendo luego de nueve films nipones y cuatro estadounidenses: en esencia todo sigue igual en esta combinación entre los latiguillos de la casa embrujada, los fantasmas vengadores y esas posesiones que tienen mucho de ilusiones inducidas por los espíritus psicóticos en cuestión, no obstante Kayako Saeki -la señorita tenebrosa que acecha a quienes visitan determinada casa de Tokio- aquí es reemplazada casi por completo por los espectros de los que padecen esta maldición en cadena que se traslada a Estados Unidos y cobra víctimas entre la fauna de incautos que desconocen que los muros entre las tierras de los vivos y los muertos han sido derribados.
Sin duda lo mejor de La Maldición Renace es su extraordinario elenco, con luminarias de la talla de Andrea Riseborough, Demián Bichir, Lin Shaye, John Cho, William Sadler y hasta Jacki Weaver, pero ni siquiera semejante seleccionado nos salva de una previsibilidad irreparable que llena a la propuesta de momentos soporíferos y/ o redundantes al extremo. Las evidentes buenas intenciones de fondo de Pesce y su cruzada bien ingenua en pos de construir algo valioso o profundo no derivan en una nueva pátina de vitalidad para la franquicia y -aún peor- caen por debajo de exploitations más autoconscientes y eficaces como Sadako vs. Kayako (2016), la mixtura deliciosamente ridícula entre los universos de The Grudge y The Ring/ Ringu. Hoy por hoy el cansancio claramente terminal de los sustos cronometrados se hace muy patente, las poses dramáticas no convencen a nadie y la falta de verdaderas sorpresas señala un estancamiento mortuorio porque las dos obras originales, Ju-On (2000) y Ju-On (2002), jamás pudieron ser superadas en términos artísticos por ninguna de las remakes o continuaciones dentro de un lote destinado al olvido inmediato…