Cuando se estrenó, allá por 1974, El loco de la motosierra (título argentino de The Texas Chainsaw Massacre) marcó un quiebre definitivo en el género de terror. La historia de un grupo de jóvenes a merced de una familia de asesinos caníbales se erigió como un exponente del terror moderno, que le demostraba a la sociedad estadounidense que los monstruos no venían de otros continentes sino que podían germinar en sus mismas tierras y a la luz del día. Además, catapultó la carrera de su director, Tobe Hooper, y presentó un personaje icónico: Leatherface, quien porta una motosierra y lleva una máscara de piel humana, sin olvidar su importancia como precursor de psicópatas del calibre de Michael Myers y Jason Voorhees.
Un clásico que, además de copias y parodias, generó dos secuelas, una suerte de reboot, una remake, una precuela de la remake, una continuación directa, y ahora, una precuela de la original: La masacre de Texas: el origen de Leatherace.
Al principio, el futuro Cara de Cuero es Jed, uno más del clan Sawyer, que desde siempre se la pasa secuestrando a los incautos para convertirlos en su alimento de cada día. Pero siendo chico, Jed parece no estar seguro de seguir los pasos truculentos de su tribu, encabezada por Verna (Lili Taylor). Y cuando una de las víctimas resulta ser la hija del sheriff (Stephen Dorff), el niño es separado de los suyos e internado en un reformatorio, de modo que nunca más pueda tener contacto con los Sawyer. Diez años después, tres muchachos y una chica escapan del reformatorio, llevando de rehén a una enfermera (Vanessa Grasse). El sheriff va tras ellos, con una preocupación: uno de los fugitivos es Jed, ahora con otra identidad. Verna también está pendiente de la persecución, a fin de reencontrarse con su vástago y terminar de educarlo en las costumbres familiares.
Los cineastas franceses Julien Maury y Alexandre Bustillo no son ajenos a la brutalidad. En Inside: la venganza (A L’Interieur), su ópera prima, ya mostraban hasta qué extremos podía llegar una mujer (Beatrice Dalle) para apoderarse del bebé de una mujer embarazada. Ese film los volvía candidatos perfectos para un film como Leatherface, y desde ese lado no defraudan, ya que el combo de muerte, sangre y depravación es más que generoso. Otro aspecto destacado es el enfoque. Si bien los primeros minutos presentan situaciones propias de la saga (los Sawyer haciendo de las suyas en su inconfortable morada), luego deviene road movie con criminales, en la línea de Bonnie y Clyde y Badlands (dirigida por Terrence Malick), aunque su tono la acerca más a Violencia diabólica (The Devil’s Rejects), de Rob Zombie. Otro detalle interesante: los agentes de la ley y los encargados del reformatorio no son menos sádicos que los psicópatas, que terminan siendo la escoria de un sistema que pretende barrer la basura debajo de la alfombra. De este modo, Maury y Bustillo consiguen respetar la esencia de la película original y de la segunda parte, Masacre en el infierno (The Texas Chainsaw Massacre 2), también a cargo de Hooper.
Sin embargo, el guión sale de su esquema para generar una intriga en el espectador. Durante buena parte del film no se explica quién de los prófugos en Jed, aunque pretende dar una idea de quién podría ser, pero la resolución de esa vuelta de tuerca no termina de funcionar y los devotos de la saga pueden interpretarlo como una tomadura de pelo.
Dentro del elenco sobresalen los nombres con más trayectoria: Stephen Dorff (en su versión más desaforada) y Lili Taylor, que siempre le aporta un plus a cada película en la que participa. Ambos interpretan a personajes que, de manera brusca, fueron alejados de sus seres queridos, y buscan justicia a través de la violencia. El resto del elenco principal está compuesto por actores jóvenes británicos, algunos con pasado en Game of Thrones: Sam Coleman fue el joven Hodor, y también aparece por ahí Finn Jones, hoy célebre por encarnar a Iron Fist en la serie homónima de Netflix.
La masacre de Texas: el origen de Leatherace es lo suficientemente leal, audaz y salvaje como para cumplir, pero falla cuando trata de sorprender, y el resultado final podría haber sido más logrado. En definitiva, una aceptable propuesta sobre los primeros pasos de un célebre homicida cinematográfico que sigue ensordeciendo con su motosierra.