Fernando Salem es una de las mentes creativas más fascinantes que surgieron del suelo argentino durante las últimas décadas. No es exagerada esta afirmación si se aprecian su corto Trillizas Propaganda y su ópera prima, Cómo funcionan casi todas las cosas, claro que sin olvidar su iniciativa más popular: Zamba, el chico animado que hizo más amena la experiencia de aprender historia. En La muerte no existe y el amor tampoco, sigue consolidando una gran carrera.
Emilia (Antonella Saldicco) es psiquiatra y tiene su vida en Buenos Aires, pero debe volver a su pueblo de la Patagonia por una cuestión personal: los restos de Andrea, su mejor amiga de la juventud, serán cremados y esparcirán sus cenizas. Un regreso que también le permite reencontrarse con la familia de Andrea, con su padre y con Julián (Agustín Sullivan), un viejo amor.
La premisa no suena muy diferente a la de muchos otros films, pero Salem le imprime su propia identidad a la historia, y sobre todo, corazón y alma. Al igual que en Cómo funcionan casi todas las cosas, sobresalen temas como la familia, la identidad y la pérdida, con un viaje como motor principal. En este caso, Emilia recupera contacto con el pasado (tanto lo agradable como lo más incómodo), y también se da cuenta de lo que pudo haber sido si seguía allí, especialmente cuando retoma la relación con Julián, que ahora es padre y está casado. Al mismo tiempo, se replantea cuestiones actuales junto a su novio, quien pretende que vaya con él a Alemania por una beca recién obtenida. Pero a diferencia de Cómo funcionan…, que contaba con un poco más de comedia, aquí el tono es dramático, aunque sin la acentuación de los recursos para la lágrima fácil. El director sabe cómo y cuándo añadir al plato pizcas de humor, ternura y romance.
Una vez más, el director sabe incorporar el paisaje a la trama. El frío y la aridez de Santa Cruz, donde se realizó el rodaje, funcionan como una extensión del estado emocional que viven los personajes. En ese sentido, tampoco se queda atrás la banda sonora, a cargo de Santiago Motorizado.
En su primer papel protagónico, Antonella Saldicco se luce en el rol de Emilia, quien puede ser tan decidida como vulnerable. El siempre excelente Osmar Nuñez compone al padre de Andrea, responsable de mantenerse fuerte y cuidar de su frágil esposa, interpretada por la no menos destacable Susana Pampín. Justina Bustos sale airosa de un papel delicado, ya que no tiene diálogo, pero transmite desde gestos y acciones. Por su parte, Agustín Sullivan está muy bien aprovechado en las pocas escenas que le corresponden; un joven actor que, tras este personaje y su participación previa en la serie sobre Sandro, merece más participación en cine.
La muerte no existe y el amor tampoco nos presenta un duelo, y lo hace con honestidad y humanidad, sin trazos gruesos, y confirma a Fernando Salem como un autor al que siempre se debe seguir de cerca.