Cuerpo y alma
Puede sonar simplista, pero que haya sido una mujer la directora de esta película ya ha vuelto notoria la diferencia en la aproximación a su protagonista. La cámara no se detiene lascivamente en gratuitos planos-detalle del cuerpo de la Mujer Maravilla, y el abordaje se enfoca en su personalidad y su forma de pensar y sentir; de hecho, quizá esta sea la primera vez que una superheroína es representada como una mujer con convicciones y no como un objeto y una proyección de fantasías masculinas.
En primer lugar, lo más meritorio de esta película tiene nombre y apellido: la israelí Gal Gadot es una sorpresa absoluta, una actriz sumamente competente a la hora de aportarle personalidad y cierta densidad emocional a la protagonista. La intérprete fue miss Israel en 2004 (cuando tenía 18 años), luego instructora de educación física del ejército israelí y más adelante se anotó unos tantos en la actuación, aunque nunca había tenido un protagónico de este porte. Lo cierto es que más allá de tener un físico funcional a la acción y al desempeño necesarios, Gadot pareciera sentir realmente al personaje, aportándole una credibilidad inesperada. Si los mayores problemas de las películas de DC-Warner (Batman, Superman) últimamente son los de contar con historias extremadamente serias e impersonales, aquí ese problema parece diluirse gracias a su presencia. Pero además, uno de los aspectos más interesantes de esta película es que durante la parte inicial del metraje la protagonista se presenta como una muchacha ingenua proveniente de otro mundo y otra época, una inconsciente que, con una espada, un escudo y un látigo, pretende enfrentarse a ejércitos enteros armados de ametralladoras, granadas y morteros. Es así que al comienzo prima la idea de que ella no tiene idea de dónde está metiéndose ni contra qué le toca enfrentarse, y ese perfil que oscila convincentemente entre la credulidad y una suicida osadía es logrado acertadamente por Gadot.
Otro de los puntos interesantes de esta película es su tratamiento visual, y lo bien que están planificadas las escenas de acción. La directora Patty Jenkins, quien desde hace años viene desempeñándose en series (The Killing y Arrested Development, entre otras), logró una puesta en escena dotada de una estética coherente, en sintonía con la oscuridad predominante de DC-Warner, pero al mismo tiempo con esmero en los detalles, con un montaje que permite diferenciar siempre a los cuerpos y a los personajes en las contiendas, y su desempeño en cada momento.
Lo que sí es bastante flojo es el guión, y más concretamente los diálogos, que frecuentemente pisan los lugares comunes, volviéndose absurdos e inverosímiles. En una escena, el coprotagonista, supuestamente uno de los mejores espías del ejército británico durante la Primera Guerra Mundial, intenta “seducir” a una malvada especialista en el desarrollo de armas químicas con líneas de diálogo que dan vergüenza ajena y que, para mayor sorpresa, son efectivas en su propósito.
Con un pilar tan temblequeante, la película en su totalidad no queda a la altura de Godot, ni de Jenkins. Aun así, esta nueva aparición de una superheroína como protagonista principal de un blockbuster hollywoodense –desde Gatúbela (2004) y Elektra (2005) nadie se atrevía– es mucho más digna de lo esperable.