Nada le viene bien a la pobre Raquel...
Cuando uno se sienta a ver una película, dispuesto a encontrarse con algo diferente, siempre trae consigo una cuota de esceptisismo guardada en caso de que el producto falle, o peor aún, aburra. Pasa muchas veces, pero este no es el caso. La Nana es una obra chilena que sin dudas sobresale del resto de las de su país, y para qué negarlo, del resto del mundo.
Está dirigida por Sebastían Silva con una estética bastante telenovelezca, que la ensucia un poquito de la simpleza típica de estos lares latinoamericanos, pero que siempre sirven como distintivo. No se define entre el drama y la comedia, y puede resultar tan chocante como adorable.
La anodina historia de una empleada doméstica, atareada y abatida por la edad y el arduo trabajo, se ve reflejada con la brillante intepretación individual de Catalina Saavedra, que logra conmover con su seriedad y mirada triste, así como también puede enternecer con esa sonrisa permitida entre tanto letargo incomprendido por una familia de clase media-alta, interpretada a duras penas por un elenco que deja muchísimo que desear.
Los habitués de este blog sabrán que no soporto que una sola actriz o actor se lleve la película por delante solo/a, pero en este caso se perdona porque el retrato que se intenta ofrecer a modo casi de historia de vida es más bien tirado hacia un individualismo minimalista deprimente y a la vez altanero, producto de una composición corporal impresionante por parte de Saavedra, que encarna a la insatisfecha Raquel. Convengamos que el personaje principal es bastante irritante, pero tiene como mejor logro transmitir la insatisfacción o el tedio con escenas espléndidas como la compra del chaleco en la boutique, o esas frenéticas hazañas de "desinfectar" la bañera de las intrusas que quieren tomar su lugar por petición de la dueña de casa.
Sin dudas es digno de aplaudir el modo en que el director extrae cuotas de la vida para llevar a la pantalla grande. El realismo con el que se cuenta la historia es de lo más puro de este 2009 que se nos pasó volando. Las dos caras de Raquel sin lugar a dudas nos podrán hacer quedar como tontos que no entienden el por qué de su tristeza o su obsesión por no dejar rastros de competencias, así como tampoco quizás nunca entenderemos si lo que sintió por su última compañera fue amor o simple cariño.
Es difícil digerir largometrajes como estos. Pero desde luego que son bienvenidos a la hora de tomar como análisis la denuncia social ante la incomprensión de las masas. No nos cuesta nada detenernos a preguntarle al otro cómo está, qué hace, o cómo se siente. Y películas como estas nos abren la mente para que así lo hagamos.
Como punto en contra le doy esa ambigüedad en cuanto al género. Hubiese sido todo mucho más fácil si el director y guionista se inclinaba por algo concreto. Pero no. Nos tenemos que conformar con ratos de letargo complementados con otros más hilarantes, como todas las veces que Raquel deja afuera de la casa a sus compañeras. Si mezclamos toda esa ambivalencia con el realismo asfixiante de su estética cotidianezca, nos quedamos con una masa gigante que se nos atraganta hacia la mitad del filme. De verdad, no es apto para cualquiera. Se precisa tiempo y dedicación, como los años que Raquel le dedica a su trabajo en esa casa de familia. Pero quién dice que todo tiene que ser fácil y caído del cielo.