Fuego a discreción
Si bien ejemplos de conceptos interesantes desperdiciados hay muchísimos en el ámbito cinematográfico, uno no puede dejar de señalar la decepción que genera un proyecto prometedor que cae en la típica mediocridad del Hollywood estándar. Si aclaramos que estamos hablando de un representante del amado terror, género que a nivel mainstream se encuentra en crisis desde hace tiempo, la desilusión se magnifica y dispara de inmediato interrogantes relacionados con las razones detrás del fracaso. La noche de la expiación (The Purge, 2013) pone en evidencia la necesidad de un desarrollo dramático acorde con el sustrato temático a trabajar.
Por supuesto que no ayuda demasiado que aparezca un tal “Michael Bay” en la lista de los productores aunque ese no es problema principal de la película en cuestión. La historia se centra en un futuro no muy lejano en el que el gobierno estadounidense permite que todo crimen sea cometido con plena impunidad durante una noche al año, período en el que se suspenden la asistencia social, los servicios de emergencia y el accionar del aparato de represión estatal. Bajo la excusa de descomprimir la violencia inherente a todo ser humano, la llamada “purga” funciona como una suerte de “temporada de caza” acotada a 12 horas.
Así las cosas, lo que en las primeras escenas prometía ser una mixtura irónica de horror y suspenso volcada al comentario social, rápidamente licua su propensión satírica para arrimar de a poco el devenir narrativo hacia el terreno del thriller de invasión de hogar, corriente que va desde Perros de Paja (Straw Dogs, 1971) hasta Caché (2005). Tal volantazo no le jugaría en contra al film si a partir de ese punto no cediese ante la clásica catarata de clichés vetustos y situaciones de manual que pretenden replicar, con escaso éxito, la atmósfera de pesadumbre de la excelente Los Extraños (The Strangers, 2008).
Lamentablemente el guión de James DeMonaco, aquí además oficiando de director, no puede remontar vuelo por sobre el planteo inicial de la familia burguesa, encabezada por James Sandin (un Ethan Hawke eficiente aunque en piloto automático), que ofrece asilo a un pobre hombre de color perseguido por una turba de nenes ricos y educaditos. En una trama sustentada en personajes unidimensionales, las “sorpresas” se ven venir a kilómetros de distancia, el gore brilla por su ausencia y la torpeza pasa a ser la regla. El descalabro interno no se corrige con tanto “fuego a discreción” sino con más inteligencia formal…