La última película del director francés Dominik Moll narra la investigación de un femicidio de su país. Basada en un caso real que nunca se resolvió, como se advierte desde el comienzo, es la ganadora en los Premios Cesar, donde se llevó, entre otros, Mejor Película y Mejor Dirección.
La noche del 12 de octubre de 2016, la joven Clara Royer es bañada en gasolina y prendida fuego en la calle. Yohan Vivès es el detective que se pone tras la causa y que nunca podrá resolver el caso y tendrá que aprender a vivir con eso. Así que no hay que tenerle miedo al spoiler: acá no pasa por descubrir quién lo hizo, sino por transitar un proceso largo y frustrante, porque un veinte por ciento de los homicidios de Francia no se resuelven nunca.
A lo largo de toda la investigación, narrada de manera precisa paso a paso y durante varios y largos años, van quedando en evidencias un montón de cuestiones que rondan la idea del femicidio. Para poder construir qué pasó hay que seguir los pasos de la joven y las preocupaciones sobre qué hizo y con quién o cuántas veces parecen ser decisivas. Porque la violencia de género tiene muchos rostros, algunos muy evidentes como que te quemen viva y otros más sutiles como que se te juzgue por un comportamiento sexual o la manera de vestir, violencias todavía naturalizadas.
Otro punto a favor es el del punto de vista, no sólo por ser el del detective en un policial atípico, sino por su mirada masculina. Como un personaje femenino que en algún momento se vuelve parte de la investigación resalta: es curioso que son hombres los que nos asesinan pero también los que tienen que resolver estos asesinatos de mujeres. El guion, escrito por el director junto a Gilles Marchand, y basado en el libro de Pauline Guéna, tiene mucho contenido social y político pero le escapa a las sobre explicaciones y bajadas de líneas.
Más allá de algunos esquemas típicos de thriller policial, Moll se corre de todo estereotipo y canon. En lugar de centrarse en la resolución, que ya sabemos que es inconclusa, la idea es narrar todo lo frustrante y engorroso del proceso y la rutina policial. Las películas y novelas detectivescas nos han mostrado siempre casos llenos de descubrimientos, persecuciones y vueltas de tuercas pero la vida real dista mucho de esos tiempos y efectos. La justicia no llega, los muertos permanecen muertos y los asesinos pueden quedar impunes. Y sin embargo uno tiene que seguir pedaleando, continuando con sus vidas personales.
Apostando al realismo y por lo tanto a un ritmo más pausado, sin apelar a efectismos y aun así construyendo una buena tensión, La noche del 12 no deja de cautivar y abrir a reflexiones. Es la realidad, ficcionalizada pero no por eso menos real. La angustia de los caminos sin salidas, la aceptación de que a veces no se puede hacer nada más, la frustración que todo esto provoca. Es una película oscura y fría pero también muy precisa y universal.
Dominik Moll vuelve a mostrar su pulso narrativo, como lo hizo en Sólo las bestias, y una gran habilidad técnica para crear planos y escenas de impacto visual. La noche del 12 es un excelente thriller que deja en el aire un montón de inquietudes que permiten plantear y replantearnos cuestiones sociales.
Es que al final, te pueden matar sólo por ser una chica.