El albor de la sexualidad.
Si tuviésemos que resumir las tres características más insoportables del terror mainstream de nuestros días, de seguro la lista estaría constituida por la obsesión con el found footage, el paupérrimo desarrollo de personajes y la recurrencia de la parafernalia satánica, aparentemente el único interés temático de la industria, siempre en detrimento de cualquier otro tópico que pudiese enriquecer y/ o substituir a nivel narrativo a los moradores del averno. El dúo conformado por James Wan y Leigh Whannell, esos verdaderos camaleones del cine de género, se propuso superar estos obstáculos en La Noche del Demonio (Insidious, 2010) y su secuela del 2013, logrando un díptico muy eficaz y autoconclusivo.
La estrategia de la franquicia en cuestión fue bastante sencilla ya que abarcó una progresión relativamente pausada, sostenida tanto en la atmósfera como en el apuntalamiento escalonado del suspenso, elementos que encontraron su complementación en una trama cuyo pivote excluyente era Poltergeist (1982). A diferencia de El Conjuro (The Conjuring, 2013), que fetichizaba las maldiciones arrastradas a través del tiempo, la saga de La Noche del Demonio sí se podía jactar de ser más metafísica que infernal, recuperando en buena medida esa fascinación por el “más allá” de períodos lejanos. El tercer eslabón respeta a rasgos generales lo hecho en el pasado aunque opta por el facilismo de explicitar los sustos.
Como suele ocurrir cuando un esquema artístico y comercial muestra signos de decadencia, aquí la literalidad es la vedette principal y las dobles lecturas pasan a un segundo plano que bordea la extinción. A pesar de que se evitan los automatismos patéticos del promedio hollywoodense contemporáneo, resulta indudable que la carga melodramática del film se vuelve molesta y las ideas novedosas brillan por su ausencia. La obra funciona como un “capítulo cero” que narra los pormenores de la constitución del equipo anti- espectros compuesto por Specs (de nuevo Leigh Whannell, hoy guionista y realizador), Tucker (Angus Sampson) y la psíquica Elise Rainier (Lin Shaye), la gran protagonista del convite.
De hecho, si no fuera por la presencia de Shaye, tendríamos poco para asirnos en materia de empatía, ya que como espectadores conocemos de sobra la historia/ premisa de la señorita que -en el albor de su sexualidad- termina transformada en un depositario de la pulsión libidinal del fantasma de turno, en esta oportunidad con un rostro maltrecho que oculta debajo de una máscara respiratoria. La Noche del Demonio 3 (Insidious: Chapter 3, 2015) es tan prolija y sensiblera como carente de un verdadero núcleo que movilice a la dimensión del contenido más allá de la metáfora femenina del paso de la adolescencia a la adultez, los sinsabores del entorno familiar y el temor a ser “violentada” por un extraño…