Obsesiones
Era más fácil entrar en el frente de guerra con Vivir al límite (The Hurt Locker, 2008), la película anterior de Kathryn Bigelow, porque por más que su registro se acercara al del documental y la trama se disolviera en cuadros aislados de un grupo de tareas del ejército, teníamos personajes y momentos claros, tensión magistralmente manejada, un cierto devenir. Con La Noche más oscura la apuesta es mucho más árida, porque en este caso la protagonista es una agente de la CIA. Pero una agente no como de película de espías; otra vez lo que asombra en esta nueva película de Bigelow es cómo la puesta en escena se acerca al realismo hasta llegar a grados casi ridículos. Por más que torture, mate y viaje por todo el mundo, esta agente de la CIA hace la mayor parte de su trabajo sentada frente a un escritorio, en oficinas que se parecen a cualquier otra oficina, solicitando siempre autorización al superior inmediato. La CIA, como cualquier organizamo gubernamental, es un laberinto de burocracias y jerarquías. Dentro de esa estructura, que se cruza con las redes virtuales e hipotéticas de la lucha contra el terrorismo, va construyendo la trama y los personajes que componen La Noche más oscura.
Como había pasado ya en The Hurt Locker, Bigelow construye sus personajes exclusivamente a través de la acción. No hay ninguna prehistoria para la agente interpretada por Jessica Chastain, no hay un solo flaskback en toda la película, prácticamente no hay diálogos que detengan la película para explicarnos la subjetividad de los personajes. Las criaturas de Bigelow no hablan, hacen y se van formando en el hacer. Es por eso que en un primer momento la protagonista permanece fría, distante, extraña: no sabemos quién es, por qué está ahí, qué es lo que está buscando. Como empleada, cumple con su tarea, incluso si su tarea es ayudar a torturar personas. A medida que su investigación avanza, vamos descubriendo con ella los hilos de una trama de conexiones clandestinas que involucran nombres cruzados, datos falsos, silencios, mentiras. Y no es sino hasta bien avanzada la trama (cuando de pronto descubrimos que los hilos de esa trama ya nos tienen atrapados) que descubrimos el verdadero objetivo detrás de todo este ir, venir, torturar, insistir: lo que la protagonista intenta es atrapar a Bin Laden. Con el correr de la película, ese deseo se va haciendo más fuerte, va sobreviviendo a muertes y atentados, se arrastra a través de los años hasta configurarse en una obsesión oscura, poderosa y silenciosa, que consume y define al personaje. El personaje de Maya es pariente cercano del sargento James (el protagonista de The Hurt Locker): son criaturas que viven fuera de sí mismas, atrapadas por la adrenalina y la búsqueda.
Como había pasado también en Vivir al límite, ese registro casi documental (que en esta película estalla en el tramo final, con la resolución) pone a la película en un lugar incómodo. El tono de La Noche más oscura claramente no es de crítica a la política exterior de Estados Unidos, pero tampoco es fácil decir que lo apoya. Poblada de personajes duros, fríos, resbaladizos, esta película no es una frazada cómoda para el nacionalismo: los registros de las torturas y los centros de detención son desapasionados, burocráticos. Sin detenerse a pasar juicios de todo lo que va mostrando en el camino, Bigelow narra.
Por supuesto que todo el arte de Bigelow no podría sostenerse sin una figura como la de Jessica Chastain: gran actriz que elige cuidadosamente sus trabajos y que sabe darle los necesarios pequeños matices (y toda la dureza) a su personaje de Maya. Son sus ojos (secos, neuróticos) los que le dan vida a La Noche más oscura.