En la guerra todo vale
La directora recientemente oscarizada, Kathryn Bigelow, vuelve a explorar el cine bélico con tintes dramáticos con este thriller político que narra los intentos de la CIA por dar con el paradero del terrorista Osama Bin Laden, líder de la organización Al-Qaeda. El film, que ha dividido las aguas entre los moralistas y los tecnicistas tanto en el panorama político como cinematográfico, carece de solvencia para contar una historia que termina evaporándose en el clímax, que se devora al resto del flojo guión como si fuera un agujero negro, haciendo innecesaria casi una hora de duración.
Toda la transgresión que Bigelow había logrado con su cámara intimista y brutal en The hurt locker (2009) ahora queda resumida a una filmación muy elocuente y prolija, pero que para nada habla bien de una buena dirección. Este opus se luce en montaje y el aspecto fotográfico (la "noche" final está brillantemente fotografiada), así como también en el tratamiento sonoro, pero no convence en la condensación de todos los aspectos.
Resulta ser que, nuevamente, la directora está obsesionada con intentar ser neutral (una de las mayores falasias y metas imposibles del arte), y termina dividiendo a su película en dos partes muy desiguales, con mensajes evaporados: por una parte, la misión de esa supuesta fuerza única e inigualable a nivel global que mostró siempre Hollywood que es Estados Unidos, en su persecusión a uno de los hombres más buscados en la era contemporánea (el film se presenta como "la más grande cacería humana en la historia"), y por otro, el mensaje de ¿denuncia? sobre los métodos que implementa la CIA para conseguir sus objetivos, sin importar qué ni cómo.
Así, sólo terminamos quedando complacidos con una arrolladora actuación de la excelente Jessica Chastain, con su maquiavélica transformación en pos de la obsesión que implica encontrar al objetivo, pero en el medio nos tenemos que aguantar una hora demás en el metraje, que solo sirven para cargar de pérdidas y nuevos retos a la protagonista.
La historia, insistimos, está muy bien filmada, pero no bien contada. Sin dudas, a estas alturas los dotes detrás de cámara de Bigelow son indiscutidos, aunque no así su mensaje. El dudoso mensaje final de The hurt locker, bajo la aún más dudosa investidura de la neutralidad política, ahora se repite en un film que tiene un final agarradísimo de los pelos y que carece completamente de desarrollo de personajes.
Mientras Bigelow intenta mostrar íconos de la historia reciente en este accionar de los Estados Unidos y su Casa Blanca (aparece Obama siendo consultado por las torturas de la CIA, pero nunca siquiera se hace una alusión indirecta a Bush hijo), se olvida de darle vida y conexión a los protagonistas de la cacería, provocando que el desenlace de la historia quede en manos de un montón de bits (salvo la inexplicable inclusión de Joel Edgerton, que tiene a lo sumo 30 minutos en pantalla y no más de cinco líneas de diálogo) y extras que no llevaban ni un cuarto de metraje apareciendo en pantalla. Si así pretende que el público afiance su relación con los personajes del guión, está en el camino equivocado...
Por último, y siguiendo con las carencias del guión, nos encontramos con el objetivo cumplido (vamos, no es spoiler, todo el que viva en la Tierra sabe que al final de la peli muere Bin Laden) y una resolución que no alcanza el súmum necesario, ni el tratamiento de la historia lo suficientemente valiente. Es más, la directora ni siquiera (para solventar el problema mencionado de los personajes en el clímax) se anima al montaje paralelo para permitirnos estar "gozando" del logro junto a la protagonista, que queda diluída en el intento de retratar a toda una nación en su porvenir.
No. Todo queda resumido a una secuencia -muy bien lograda, no lo vamos a negar-, muy violenta y magnificada por la ausencia de banda sonora. Muy efectivo, pero muere en un final inconcluso e inconexo.
En definitiva, Zero Dark Thirty (2012) posee todos los artificios para una narración cargada de factores efectivos (bombas inoportunas, edición de sonido exagerada, y un gran pulso narrativo por parte de la directora), pero no logra su cometido porque está demasiado preocupada por la neutralidad y la objetividad, descuidando así un elemento muy importante en este tipo de dramas: la catársis del protagonista.
Un producto hecho para los premios.