Escrita y dirigida por Cecilia Atán y Valeria Pivato, La novia del desierto es una película, pequeña y amable, protagonizada por Paulina García como una mujer que necesita perderse para encontrarse.
Teresa viaja sola hasta su nuevo destino, hogar y trabajo. Tras una vida dedicada a trabajar para una familia, de repente, ya no la necesitan pero la recomiendan a otros parientes que se encuentran a unos mil kilómetros de distancia.
Y Teresa no encuentra otra opción, no armó una vida fuera de ese ámbito, y se embarca hacia allí. Pero el micro choca con un ave en la ruta y queda varado. Esa parada, que iba a ser simplemente un retraso, termina dejándola a ella detenida en un desierto, en busca del bolso que se deja olvidado con un vendedor ambulante. Un vendedor ambulante que, además de acompañarla a buscar ese bolso perdido, le muestra, en esas pocas horas, otra vida, alejada de la rutina conocida y quieta a la que Teresa está acostumbrada.
La historia de La novia en el desierto es muy pequeña y en esa sencillez radica gran parte de su encanto. Allí y en la interpretación de su protagonista, una actriz que ha sabido consolidarse a través de sus logrados trabajos en películas como Las analfabetas, Gloria y, la actualmente en cartelera, La Cordillera. Es Paulina García el alma de esta película, esa Teresa que se mueve por inercia hasta que choca con el Gringo (interpretado por Claudio Rissi) y los estantes de su presunta vida armada comienzan a moverse.
El guion escrito por sus mismas directoras se centra en esa especie de no-lugar en que, de repente, se ve Teresa pero también se permite, en dosis justas y sin necesidad de ser sobreexplicativa, algunos precisos flashbacks que terminan de ayudar a construir al personaje principal.
Ni Teresa ni el Gringo pudieron armar una familia, una pareja ni nada de eso que se supone que todas las personas deberían hacer en algún momento y, sin embargo, los motivos por los que cada uno llegó a esa altura en ese estado son muy distintos.
Teresa se encontraba cómoda ayudando a esa otra familia que llegó a sentir como suya hasta el punto de olvidarse de ella misma, el Gringo no pudo asentarse porque necesita moverse, trasladarse continuamente para sentirse vivo. Teresa y el Gringo son muy distintos pero, durante esas horas, comienzan a conectarse de un modo inesperado y, por momentos, muy lindo. La timidez y aparente fragilidad de Teresa contrastadas con la seguridad y confianza del Gringo se complementan para llegar a ese juego de seducción más bien tierno, despojado de lugares comunes.
La historia de un viaje, pero no físico, aunque haya ruta. Es el último eslabón en el camino que Teresa emprende a sus cincuenta y tanto años de vida, tras creer que afuera ya no había mucho más allá para ella. La dirección de arte y de fotografía son también elementos claves para reforzar lo que le sucede a los personajes. Dos personajes chiquitos, perdidos, en medio de un vasto desierto.