La justicia no es limosna
El cine argentino no es precisamente muy aficionado a las heist movies, esas típicas películas de atracos que pululan en la industria anglosajona, y mucho menos a la comedia dramática de justicia social, ya que suele centrarse en disquisiciones burguesas alrededor de la identidad y el pasado familiar más que colectivo de los individuos, por ello mismo la llegada de un film cono La Odisea de los Giles (2019) es muy bienvenida dentro de lo que vendría a ser el marco del mainstream vernáculo de pretensiones masivas: la presente obra de Sebastián Borensztein sigue la línea de sus realizaciones previas más populares, La Suerte Está Echada (2005), Un Cuento Chino (2011) y Kóblic (2016), todos opus que de hecho se metían con cierto ADN contradictorio argentino relacionado con una obstinación vital tragicómica que engloba elementos de sumisión y rebeldía en iguales proporciones, casi siempre en consonancia con un analfabetismo político que no le permite dilucidar a los locales cuál de las dos facetas conviene esgrimir/ invocar conforme la coyuntura de turno.
Acorde con la desperonización de la sociedad argentina, la película no recurre a ninguna concepción de limosna social vetusta y apuesta en cambio a una noción de justicia más cercana a la izquierda y a la reparación total del enorme daño infligido por esas oligarquías financieras, sociales y culturales que vienen siendo amparadas por todas las mafias públicas desde el punto final de la última dictadura genocida, léase las administraciones radicales, menemistas, kirchneristas y macristas; ahora simbolizadas dentro del esquema retórico en la Crisis del 2001 en Argentina, suerte de hecatombe que se explica por el mantenimiento de los privilegios de las plutocracias parasitarias de siempre, la destrucción del tejido social y la clásica connivencia entre los conglomerados capitalistas, las fuerzas de represión y el aparato mediático lavacerebros que hoy más que nunca funciona como un dispositivo de propaganda en el que claramente se pueden ver desplegadas las mismas mentiras de otras épocas en función de la disputa de poder entre las distintas facciones execrables en pugna.
La excusa narrativa en cuestión es la formación de una cooperativa en el pueblo de Alsina, en el interior de la Provincia de Buenos Aires, por parte de una variopinta serie de vecinos encabezados por Fermín Perlassi (Ricardo Darín), propietario de una estación de servicio, y Antonio Fontana (Luis Brandoni), el dueño de una gomería que supo conocer tiempos mejores cuando estuvo a cargo del departamento de vialidad de la región y tenía a su familia, dos piezas fundamentales de su vida que se fueron apagando debido al proceso de destrucción de los poblados rurales y pauperización general durante el menemato. Luego de juntar el dinero necesario para comprar unos silos derruidos con el objetivo manifiesto de erigir una empresa de acopio para los agricultores de la zona, Fermín se deja llevar por el gerente delincuente de un banco y deposita los miles y miles de dólares en ese 2001, justo antes de la aparición del corralito de Domingo Cavallo, Fernando de la Rúa y demás lacras de aquellos años, versiones no muy distintas a la mugre que gobierna al país hoy por hoy.
La cosa se complica aún más primero porque el gerente del banco, en complicidad con el intendente, roba la plata mediante un “crédito” que le otorga a un abogado, Fortunato Manzi (Andrés Parra), y luego porque la esposa de Perlassi (Verónica Llinás) muere en un accidente automovilístico en la ruta. Cuando gracias a un chisme escuchado en un hospital descubren que Manzi construyó una bóveda en una parcela frondosa de un campo para guardar allí todos los billetitos, el grupo de damnificados decide buscar ellos mismos una satisfacción vía el ingreso al lugar evadiendo el sistema de alarma y al peligroso abogado, quien anda armado y fundamentalmente hace las veces de tesorero de la mafia ladrona que desvalijó a los ahorristas con el dato de lo que se venía, aprovechando la ingenuidad del pueblo y su afán de independizarse de los oligarcas que controlan por completo el negocio agroexportador. La película sistematiza a todas las clases sociales, desde los estratos menesterosos hasta los sectores medios, de manera respetuosa y sin recurrir a estupideces.
Borensztein edifica un trabajo muy correcto y disfrutable que sigue al pie de la letra el fluir paradigmático de aquellas comedias políticas europeas de los 60 y 70 vinculadas a la militancia anarquista y la revancha social de los oprimidos, aunque bajando el nivel de vehemencia retórica y combinándolo con la estructura de las heist movies de Hollywood, desde ya sin tanta pompa tecnológica y apelando más a la picardía criolla a prueba de los engranajes de la vigilancia social posmoderna. La Odisea de los Giles no será original en lo suyo pero por lo menos lo que hace lo hace con dignidad y sapiencia, sobre todo echando mano de un excelente elenco que además incluye a Daniel Aráoz, Rita Cortese, Carlos Belloso, Chino Darín y Marco Antonio Caponi, combo que consigue exprimir al máximo el buen guión del director y Eduardo Sacheri, autor también de la novela de 2016 en la que está basado el film, La Noche de la Usina. Una vez más son Darín (aquí productor junto a su hijo, quien interpreta a su vástago en pantalla) y Brandoni (en la vida real un eterno justificador de las barbaridades cometidas por los gobiernos radicales, hoy irónicamente componiendo a un ácrata) los que se destacan y llevan adelante a esta metáfora humanista y sincera acerca de la urgencia de una rectificación totalizadora y comunitaria que permita por un lado eliminar la dependencia y el régimen socioeconómico hambreador y por el otro fundar un esquema equitativo que incluya a todos en serio, justo como esa cooperativa que forman los trabajadores de diferentes orígenes para vencer a toda la basura en el poder…