El director y el protagonista de Un cuento chino, Sebastián Borensztein y Ricardo Darín, vuelven a hacer equipo en La odisea de los giles, basada en una novela de Eduardo Sacheri.
La película nos sitúa en un pueblo del noroeste de Buenos Aires en las semanas previas a la crisis del 2001. El exfutbolista Fermín Perlasi (Ricardo Darín) y su mujer, Silvia (Verónica Llinás), emprenden, junto a Fontana (Luis Brandoni), una iniciativa para armar una cooperativa. Para eso se reunirán con los vecinos del lugar para proponerles que se sumen al proyecto. Todo parece marchar (ya contaban con una cantidad significativa de dinero), hasta que Perlasi accede a colocar la plata en una caja de seguridad, con la promesa de recibir un préstamo casi de inmediato.
Diciembre del 2001. Se avecina la catástrofe. El ministro de economía de aquel entonces anuncia el llamado corralito: las personas sólo podrán sacar 250 pesos por semana de los depósitos bancarios.
Luego de pasar un tiempo abatidos y enfrentados por la pérdida de su dinero, los vecinos descubren que fueron engañados por el gerente del banco y por Fortunato Manzi (Andrés Parra), un abogado corrupto, que al parecer tiene todos los dólares de los ahorristas ocultos en una bóveda que se encuentra en el medio de la nada. Es ahí que empieza la acción: los personajes ponen manos a la obra para recuperar aquello que tanto les costó conseguir y que les arrebataron como si nada.
Para lograr que el espectador se sienta identificado con estos personajes (y por ende empatice con ellos), es necesario un “villano” acorde a la situación. Construido con una perspectiva casi caricaturesca (y grotesco por donde se lo mire), Manzi cumple al cien por ciento con estas expectativas. Al fin y al cabo, los villanos en esta película -tanto los de carne y hueso como las instituciones en sí-, representan aquello que tanto daño le hizo al pueblo argentino en ese pasado referido.
Siguiendo con la línea de la empatía, también ayuda el hecho de que se sienta gran química entre los actores. En todo momento logran convencernos de que “no son delincuentes, sólo tratan de conseguir los que les pertenece”, como aclara el personaje interpretado por Chino Darín en una escena. Además, hay que tener en cuenta que son (casi) todos actores que, en mayor o menor medida, tienen una gran impronta dentro de lo que es la escena nacional.
La película transita entre el drama, la acción y la comedia. Estos tres puntos se complementan entre sí y consiguen que uno como espectador atraviese un gran arco de sensaciones. La primera parte de la película apela más a lo emotivo y lo hace de una forma más que eficaz: logra emocionar al espectador sin caer en lugares comunes o en golpes bajos. La otra mitad es donde más se siente la acción propiamente dicha, allí vemos a los personajes idear y llevar a cabo el “plan maestro”.
Tanto en las escenas más dramáticas, como en aquellas que resaltan la acción, la comedia es un elemento siempre presente. Con un humor argentino muy marcado, Borensztein consigue la risa del espectador hasta en momentos de máxima tensión, incomodidad o tristeza. Es así que La odisea de los giles funciona como una tragicomedia que logra llevar a los espectadores por diferentes estadios en cuestión de sentimientos.
Con la época en la que se sitúa, el tema al que apela y el gran elenco que cuenta, no hay dudas de que La odisea de los giles se encamina a ser el gran estreno nacional del año. A esto se le suma el hecho de que es una película muy marcada por lo político y que se entrena en pleno desarrollo de las elecciones presidenciales, donde las emociones de las personas están a flor de piel.
Sebastián Borensztein logra hacernos pasar por diversas emociones a lo largo de la película. La odisea de los giles consigue un equilibro perfecto entre el drama, la acción y la comedia. El gran elenco y la química entre ellos, hacen más entretenida la experiencia.