En un instante, la Séptima calle de Detroit queda sumida en una oscuridad total. Las pocas personas que no se desvanecieron si dejar rastro comparten un denominador común: en el momento del apagón, todos estaban en contacto con una fuente de luz, por mínima que ésta fuera. Con el llegar de la mañana unos pocos sobrevivientes descubrirán un panorama desolador: centenares de prendas de vestir despojadas de sus portadores alfombran las calles, la energía eléctrica ha dejado de existir, las sombras se compran de manera errática y los días son cada vez más cortos. Un bar será el refugio para un puñado de personas (Hayden Christensen, Thandie Newton, John Leguizamo y Jacob Latimore) que utilizarán el mismo como base de operaciones para descubrir qué es lo que se esconde en la oscuridad y de qué manera pueden detener el avance de la misma.
El novedoso planteo no alcanza para sostener la película más de quince minutos: los poco elaborados efectos visuales, los tradicionales flashbacks para contarnos que hacía cada uno de los protagonistas al momento del apagón y las actuaciones dispares hacen de “La Oscuridad” una historia de terror sobrenatural tan mal concebida que provoca más risas socarronas que saltos en la butaca.
El director Brad Anderson tiene tan poco manejo del clima y de las situaciones (es cierto que los guionistas brindaron una trama por demás endeble) que los personajes deben recitar en voz alta todos sus planes y dilemas morales en lugar de traducirlo en acciones.