La cámara en mano, recurso canónico del género documental, nos convida una imagen borrosa e imprecisa por el andar de quien registra fílmicamente un hecho determinado: esta es la primera figuración a la que apela La palabra empeñada, un documental que recorre testimonios de Gabriel García Márquez, Rogelio García Lupo, Ciro Bustos, Osvaldo Bayer, Alejandro Doria y Conchita Dumois, usados para reedificar la vida de un hombre: Jorge Ricardo Masetti. En la contemplación y escucha (la cual, sin el agregado de los subtítulos, se torna un poco difícil para el porteño) de estas declaraciones de autoridad, la cámara acompaña con primerísimos planos que remarcan la expresividad y los gestos de los entrevistados añadiendo una dimensión enriquecida a los relatos: su humanidad, su perspectiva subjetiva de los hechos, su versión de la historia. La enunciación del documental se complementa mediante material fílmico de la época narrada que no sólo cumple una función descriptiva como podría esperarse sino que, por momentos, se acerca a lo ficcional, como en la secuencia del baile que muestra un momento ameno y de diversión que culmina con imágenes de la huida de Fulgencio Batista de Cuba en 1959.
La estructura de La palabra empeñada se organiza en tres partes que pueden entenderse como si fueran los capítulos de un libro, aunque la especificidad del lenguaje en el cual se manifiestan combine la imagen y el movimiento. Esta división pretende bosquejar los hechos que serían la esencia de la vida de Masetti: “El periodista” pone su interés en las entrevistas que les realiza al Che y a Fidel Castro en la Sierra Maestra para Radio El Mundo; “El comandante segundo”, refiere al nombre con el que se conocía a Masetti que ya está plenamente involucrado e influido por la impronta revolucionaria que nunca abandonará; “La revolución en la Argentina” alude a su experiencia al frente de la primera guerrilla guevarista que sin éxito intenta actuar en nuestro país. Sin embargo, esta fragmentación en una cronología prolija no logra dar cuenta de la multiplicidad de información que luego se desarrolla dentro de dichas partes, por lo que sólo sería accesoria.
El retrato-biografía de la vida de Masetti es, en un primer momento, una especie de oda a su espíritu aventurero, comprometido, utópico, dispuesto a luchar por sus ideales a través de su profesión y, posteriormente, poniéndole el cuerpo a la batalla. Este relato de tono heroico que se va conformando sobre el periodista y guerrillero se atenúa cuando las imágenes y los testimonios del documental comienzan a transmitir la desolación que produce el derrumbe de un proyecto revolucionario que encuentra su punto más álgido en el asesinato del Che en Bolivia, materializado en los archivos documentales que registran sus restos como los de un mártir religioso, aunque político. Masetti también se desmaterializa como hombre y como ideología, pero en la selva de Orán: la toma aérea de la selva salteña y su dificultosa geografía es un buen recurso para expresar el silencio eterno de su vida.
La palabra empeñada peca de ser insuficiente, paradójicamente, por su abundancia. Hay pasajes que sólo un espectador entendido puede reponer a través del conocimiento a priori de determinados hechos, lo cual desliza la necesidad (o exigencia) de cierto tipo de espectador. A diferencia de Masetti, que se pierde en la jungla por una causa justa, el documental se extravía en la maleza sin permitirse captar la totalidad de la selva. No se trata de entregar al público un material digerido sino que, a pesar de la tentación de poseer sesenta horas de testimonios grabados tanto en Cuba como en nuestro país, se debe evadir el collage inconexo y lo excesivamente particularista. Eludir ese lugar cómodo del vómito informacional es la tarea más difícil para este tipo de películas.