Whisky del bueno
A la afirmación de que Ken Loach viene filmando la misma película desde hace cuarenta años hay poca cosa que responder salvo que pocos lo hacen mejor que él. Y lo cierto es que últimamente el director (hoy con 77 años) ha sabido reinventarse, con obras más dinámicas y contagiosas, con la explotación de un aire políticamente incorrecto que significa un soplo fresco y, en este caso particular, con un notable sentido del humor. Es una suerte que el director pueda distanciarse de esa seriedad que sufrió buena parte del cine social europeo (y él mismo) durante décadas, como si el entretenimiento y la denuncia militante fueran asuntos incompatibles o antagónicos.
"La parte de los ángeles" es la porción del whisky que se pierde por evaporación durante su añejamiento en barricas de roble. La metáfora es aplicable a los personajes, eternos inadaptados de los barrios bajos de Glasgow que vienen marcados por las pérdidas: habiendo pagado penas en prisión, tentados a la reincidencia en el delito, vinculados forzosamente con maleantes. Pero es esta cualidad de perdedores la que los lleva a conocerse, cumpliendo con determinadas tareas en los servicios comunitarios.
Durante la primera mitad de la película son expuestas, a grandes rasgos, las penurias de los cuatro personajes principales, el protagonista, un padre reciente obligado a enderezarse, más un borrachín de pocas luces, una cleptómana y un rebelde anti-sistema muy único en su especie. El ángel del título vendría a ser Harry, un asistente social que se preocupa por ellos y los lleva a conocer otro mundo que pueda hacerles levantar la cabeza del círculo vicioso del que son cautivos. Cuando el protagonista entra al mundo de la cata de whisky descubre habilidades propias que desconocía, y también mundos impensados: como en la reciente The bling ring, de Sofía Coppola, es expuesto a un círculo de gente con muchísimo dinero y despreocupada de la seguridad de sus posesiones, ya que ni siquiera imaginan que alguien podría robarlos. Lo irónico del asunto es que, cuando un marginado se ha convertido en chivo expiatorio, condenado igualmente por el Estado y la sociedad civil, una de las pocas vías de superación o ascenso social a las que puede echar mano y que conoce cabalmente es el mismo delito, y aquí es que la película alcanza su mejor mitad: al estilo de las mejores películas de atracos, este grupo de antihéroes se prepara para un robo premeditado y un golpe perfecto contra quienes se encuentran en el extremo opuesto de la escala social.
Con un poco de road movie, algo de drama, fuertes dosis de comedia socarrona, acompañada de una notable banda sonora (el tema "I would walk 500 miles", de The proclaimers nunca sonó tan bien) y emparentado en espíritu con ese cine clásico y de género que siempre funcionó, Loach da con la combinación ideal de ingredientes para una malta refinada, añejada con la sabiduría de un eximio veterano.