La ley y el orden
Luego de su paso por el Festival de Cannes –donde ganó el Gran Premio de la Semana de la Crítica y el premio que otorga FIPRESCI– llega a nuestros cines, la segunda película de Santiago Mitre, director de la aclamada El Estudiante.
La patota surgió, tal como ha admitido su director en diversas entrevistas, como un proyecto por encargo de parte de Telefé para que el realizador adaptara la remake del film original de los años sesenta dirigido por Daniel Tinayre. Sin embargo, luego de algunas charlas, se decidió que Mitre fuera el director y co guionista junto a Mariano Llinás (Historias Extraordinarias), hecho no menor, que influyó directamente en el enfoque e impronta política que el nuevo film emana.
La patota comienza con un plano secuencia de unos diez minutos en el que vemos a Paulina (Dolores Fonzi) discutir con su padre (un brillante Oscar Martínez) sobre una decisión que la joven está a punto de tomar. Ella es abogada y se encuentra realizando un posgrado en Buenos Aires que planea interrumpir para irse a Misiones a dar clases de algo parecido a Educación Cívica y formar parte de un programa educativo con el que viene colaborando hace tiempo. Sin embargo su padre tiene otros planes y espera que Paulina siga sus pasos y haga carrera dentro del poder judicial, para así convertirse en una imponente jueza. Debate mediante, ella le reprocha su pseudo progresismo burgués, ya que él cree que se puede colaborar a distancia o que ella puede ser más útil para ese proyecto, si asciende y consigue un puesto poderoso. No llegan a un acuerdo, porque la muchacha está convencida que los cambios se logran estando en el lugar, y decide poner el cuerpo en su lucha y su convicción político-social.
Una vez en Misiones, Paulina debe sortear varios obstáculos como lograr que los alumnos presten atención y participen en clase, además de –al menos intentar- generar cierta empatía con ellos. Una noche en un regreso a casa en moto luego de una cena con otra docente y amiga, un grupo de lugareños la intercepta ferozmente y la viola. A partir de este hecho, el film comienza a abrir el juego a diferentes puntos de vista. Si hasta ahora el relato había sido contado desde la perspectiva de la protagonista, en este momento comienzan a mostrarse dentro de la narración, diferentes puntos de vistas, entre ellos el del personaje de Martínez, y el de Ciro, líder de la patota y violador de Paulina.
Poco a poco, el film se vuelve cada vez más enigmático para el espectador, en especial porque las actitudes de la joven abogada, se tornan inquietantes e inesperadas. A partir de la violación, y las consecuencias que ésta genera, Fernando (Oscar Martínez) quiere encontrar y condenar a los culpables a como de lugar, porque él es un hombre que se rige ante todo por la ley, por SU ley, y por las posibilidades –y conexiones políticas- que su poder como juez le otorgan. Pero Paulina no piensa igual, ya que cree que ante la situación vivida no hay posible ayuda de la ley – no al menos en los términos en que ella define justicia y ley- por lo que pide que la dejen actuar y decidir sobre su vida y su cuerpo, como ella desee.
Mientras que los personajes secundarios –el ex novio de Paulina, su tía, y su compañera de trabajo- comienzan a dar distintos consejos a la joven víctima sobre como accionar, ya que pareciera que nadie entiende muy bien, por que ella permanece en su trabajo y decide no denunciar a los agresores –pese a conocer sus identidades-. Desde aquí, el film dispara una serie de dilemas éticos y morales que en mayor o menor medida, terminan interpelando al espectador, y generando que éste cuestione una y otra vez sus convicciones pre establecidas. A la par que se transmite una idea acerca de la violencia como fruto de la desigualdad de clases y de falta oportunidades que la sociedad misma crea.
En definitiva, La patota resulta un film polémico de principio a fin, con una historia fuerte e impactante –más allá de algunos huecos narrativos dentro del guión, y de la poca presencia en escena de precisamente “la patota”- que se sostiene principalmente por las notables actuaciones de Fonzi y Martínez, y por la excelente dirección de actores a la que Mitre nos tiene acostumbrados, más allá de la también memorable labor de fotografía a cargo de Gustavo Biazzi.