Hay películas que ponen a prueba al espectador. Sea por temáticas o escenas que pueden resultar incómodas, provocan odios y amores (amores hacia el riesgo artístico, claro), pero nunca la indiferencia, y generan discusiones incluso con uno mismo. Estas obras incluyen historias dramáticas con violencia y dilemas morales. La Patota es un muy buen ejemplo.
Luego de recibirse de abogada, Paulina (Dolores Fonzi) opta por no ejercer y llevar a cabo una iniciativa diferente: se muda a un barrio humilde de Misiones para dar clases en un colegio secundario. Durante las primeras horas aprenderá a adaptarse en un mundo nada similar a la vida acomodada de Buenos Aires. Una noche, llegando de lo de una colega, es interceptada por una banda de muchachos y no logra impedir ser violada por uno de ellos. Sin embargo, en vez de irse de ese lugar y hacer lo imposible por olvidar el horror vivido y dejar todo en manos de la policía, Paulina decide quedarse y enfrentar la situación a su manera. Para empezar, no actúa en contra de sus agresores.
La película es una remake del film de 1960 dirigido por Daniel Tinayre. En aquella ocasión, Mirtha Legrand era Paulina, quien sufría un ultraje en un barrio marginal bonaerense. En esta adaptación, Santiago Mitre y el coguionista Mariano Llinás trasladan la acción a otra provincia y a la actualidad, pero conservan la esencia y nunca descuidan el clima (el escenario de la violación es idéntico), algo a lo que Tinayre le daba importancia. Por supuesto, Mitre y su equipo le agregan crudeza, tensión, complejidad, realismo y crítica social (la corrupción y la intolerancia, a la orden del día), lo que le otorga su propia personalidad y la aleja del estilo melodramático de antaño. Un tono que ya caracterizaba a El Estudiante, ópera prima del director.
Los pasos de Paulina desconciertan a quienes la rodean y también al público que la venía acompañando hasta el momento. No permanece como víctima (algo tan visto en films con violaciones), pero tampoco elije el camino de la venganza. Habrá otros factores que conviene no revelar en este texto.
Aunque ya venía haciendo bastante cine, y de calidad, Dolores Fonzi aquí tenía la responsabilidad de sostener el film con un papel difícil, y está a la altura del desafío. Su actuación es contenida, pero sabe transmitir diferentes sentimientos mediante los ojos. No menos intenso es el trabajo de Oscar Martínez como su padre, un juez que simboliza el prejuicio de la elite acomodada contra las clases bajas: no comprende el proceder de la hija, pudiendo mover hilos para castigar severamente a los culpables. Esteban Lamothe es creíble como el novio misionero de Paulina, y en su corta intervención, Verónica Llinás muestra pinceladas de su talento en el rol de una tía de la protagonista. La revelación pasa por el debutante Cristian Salguero como Ciro, el responsable de atacar a la chica. Su participación y la de otros lugareños suman a la idea de autenticidad.
Generará compasión, bronca, desconcierto, amargura, indignación, pero La Patota es una película potente e indispensable, que ya se ganó un lugar como tema de discusión a la salida de la sala y en cada ámbito cotidiano.