El último grito de Almodóvar
Hay procesos irreversibles, caminos sin retorno, viajes sólo de ida. “La piel que habito” cuenta la historia de uno de estos procesos. La protagonista recorre involuntariamente uno de esos caminos, es obligada violentamente a emprender un viaje del que no puede regresar. Su kafkiana historia corresponde al dictado de una condena cuyo jurado está compuesto por una sola persona, su peor enemigo. El veredicto, por lo tanto, no es sino una forma de venganza extrema. “La piel que habito” narra la historia de esa venganza. Pedro Almodóvar (2011)
Almodóvar es siempre Almodóvar. Así, en negrita, en oscuro, remarcado. Digo, ¿se le puede pedir sutileza?, ¿podrá alguien alguna vez tildarlo de incoherente? Seguramente será difícil, o por lo menos, polémico. Como todo lo que plantea con cada relato, con cada escena. Y no hablo solo de “La piel que habito”, que es una película recomendable porque, por lo pronto, es uno de los pocos films en los que se puede escuchar a Banderas -que dicho sea de paso está bastante bien conservado teniendo en cuenta que cruzó los 50 el 10 de agosto- en un español de tono poco halagador poco usual, pero misteriosamente atrapante.
“La piel que habito” no es una metáfora, pero tampoco una exageración. Una sensación de claustrofobia recorre el cuerpo del espectador. No hay escapatoria: la película es el claro mensaje de uno de los directores que hace varias décadas viene dejando atrás ciertos temas tabú. El género, el sexo, están presentes en ésta última entrega. Pero el encierro es otra cuestión. Y tiene que ver no solo con los primerísimos primeros planos o las escasas locaciones en las que se desarrolla la historia -una sucesión de ambientes esquemáticos, inmaculados, recurrentes-, sino también con la ¿condena? de la naturaleza.
Y escribo “condena” sin temor a equivocarme o a resultar contradictoria con mi filosofía `anti-fundamentalista´.
Almodóvar es él a ultranza, le guste a quien le guste. Y así ha cosechado amores y odios, solo comparables en intensidad a sus guiones. La piel que habito es una manera de decir “aquí estoy, ésto soy, a pesar de todo”. Entre dolores, venganzas, rencores, amores enfermizos, suicidios, tragedia mucha tragedia, crudeza y más crudeza, la película logra un dramatismo angustiante, despierta una curiosidad inusitada… quizás porque más allá del parecer, la libertad está en el ser, en un rincón al que muy pocos acceden.