Bajos fondos
A pesar de estar basada en un caso real, el del loco de la ruta que mataba prostitutas en Mar del Plata hace algunos años, La plegaria del vidente. como ya deja suponer su título, está marcada por una fuerte voluntad estética.
Después de un prólogo que introduce elementos sobrenaturales, la película se despliega plenamente (y se lo hace saber al espectador) dentro del campo del noir: una voz en off narra y reflexiona sobre lo que vamos a ver. Un periodista que ama las historias de crímenes y la noche marca el tono: habrá truculencia, almas perdidas, esas cosas. Sin embargo, el periodista no es el protagonista de esta historia, sino el detective Bilbao, interpretado por Gustavo Garzón, un hombre recto en medio de la policía corrupta y torturado por su pasado. Hay un asesino serial. Los elementos están dispuestos.
Sin embargo, para ser una película con tan obvia inspiración genérica y clásica, a La plegaria del vidente le falta claridad en su narración. La realidad se mezcla con las visiones del vidente ciego. El plano se sacude en una interminable e insoportable cámara en mano. Las muertes se apilan pero la investigación no avanza. Las vueltas de tuerca se apilan (sobre todo hacia el final) sin rigor. Pasamos de un personaje a otro sin que terminemos de entender su relevancia, sin que ninguno llegue a desarrollarse. Apenas tenemos un crimen (que no forma el patrón de un asesino serial) y ya contamos con tres teorias conspirativas sobre quién está detrás de todo. Las líneas se cruzan sin más explicación que los diálogos explícitos hasta lo burdo.
En medio de este desorden aparecen cada tanto imágenes que, casi por el costado, logran capturar algo interesante: ambientes, pasillos, calles nocturnas. Hay un sustrato de realidad que vibra debajo del entramado de la película, pero tan pronto como vemos algo de eso (de la mano, más de una vez, de la actuación de Victoria Carreras), de nuevo estamos metidos en la trama que intenta complicar a la bonaerense a la vez que cruza historias privadas y venganzas personales.
En el centro de todo esto está Gustavo Garzón, que lleva adelante la película y en buena medida logra sostenerla hasta el final. Contenido en buena parte del metraje, Garzón le presta a La plegaria del vidente su enorme fotogenia, aumentada por las arrugas que parecen multiplicarse hasta el infinito en sus primeros planos. Personaje un poco demasiado explícito, un poco repetitivo, el detective Bilbao funciona porque, a diferencia de todos los demás de la película, se mantiene relativamente guardado y logra crear así, paradójicamente, un personaje con cierto espesor. Pero por cada momento en el que lo vemos actuar sin explicarnos la motivación de cada una de sus escenas, por cada escena en la que actúa sin que sepamos del todo por qué, hay otra en la que una caricatura de policía sobreactúa su corrupción en un plano turbio, tembloroso.
Lo que podía haber de interesante en algunas de las imágenes de La plegaria del vidente, lo que promete como trabajo no del todo logrado la actuación de Garzón quedan finalmente aplastados por una película que no termina de aprovechar sus materiales y, temerosa de no ser clara o tal vez de perder por el camino el interés del espectador, enrosca y enchastra todo a la vez que está constantemente explicando con diálogos lo que las imágenes apenas llegan a insinuar: lo que podría haber sido un buen policial.