Todos a cubierta
Si bien no es precisamente una coyuntura del todo popular dentro del enclave del cine de terror, las barcos han sido sede de diversas películas más o menos memorables que van desde las excelentes El Triángulo (Triangle, 2009) de Christopher Smith y Barco Fantasma (Ghost Ship, 2002) de Steve Beck hasta las entretenidas Virus (1999) de John Bruno y Agua Viva (Deep Rising, 1998) de Stephen Sommers, un mini catálogo del séptimo arte reciente que ha sabido aprovechar la aislación paradigmática de alta mar y los enigmas que esconde una vastedad acuática transformada en amenaza. La Posesión de Mary (Mary, 2019) es un representante bastante endeble del rubro aunque -vale aclararlo- se torna algo disfrutable porque sintetiza todas las características de la clase B de antaño, esa que más que sólo copiar al mainstream en esencia prefiere moverse en un universo de reglas propias y plagado de desniveles que se condicen con los pocos recursos y cierta torpeza de fondo.
La Mary del título alude a un velero que arrastra una maldición por su antiguo mascarón de proa con forma de sirena, unas señoritas considerabas las “brujas del mar” dentro de la trama: a posteriori de una introducción que nos aclara que todo lo que veremos se explica por el accionar de unos puritanos que mucho tiempo atrás apartaron a una hechicera de sus hijos y la ahogaron en el mar, por ello mismo el alma condenada de la mujer anda por la inmensidad celeste con ganas de llevarse a los purretes de quien sea que ose aventurarse en el océano, la historia en sí comienza con el relato de Sarah (Emily Mortimer) ante la Detective Clarkson (Jennifer Esposito) acerca de la desaparición de su esposo David (Gary Oldman) y de su socio/ amigo Mike (Manuel García-Rulfo) en un periplo que el primero encaró como un “festejo” por haber adquirido el barco para utilizarlo como crucero para turistas, después de que apareciese flotando vacío y con la tripulación previa desaparecida.
Desde ya que la maldición de a poco carcome las vidas de todos los que supieron pisar cubierta, empezando por Tommy (Owen Teague), el novio de la hija adolescente de David, Lindsey (Stefanie Scott), quien ataca a su suegro con un cuchillo y termina abandonado en tierra. Más allá de los clásicos sobresaltos por pesadillas y hechos insólitos en medio de la oscuridad, la sirena fantasmagórica símil J-Horror tomará posesión de la hija pequeña del matrimonio protagónico, Mary (Chloe Perrin), y del mismo Mike, desencadenando la esperable violencia a bordo de la embarcación. Sinceramente ni Michael Goi, un director de fotografía con una amplia experiencia televisiva reconvertido en realizador, ni Anthony Jaswinski, un guionista cuya única verdadera obra interesante sigue siendo Miedo Profundo (The Shallows, 2016) del gran Jaume Collet-Serra, consiguen rescatar a la propuesta de una medianía algo mucho deslucida a pesar del excelente elenco de turno y una premisa grata.
Como decíamos antes, la película cuenta con todos aquellos rasgos de la clase B de otras épocas, a saber: latiguillos quemados del género en cuestión (curiosamente los jump scares están bastante bien ejecutados pero se ven venir a kilómetros a la distancia), una buena dosis de inoperancia en algunos apartados concretos (la fotografía marítima del propio Goi es correcta pero la edición de Jeff Betancourt rankea como flojísima), un sutil encanto trash y bien inverosímil (la misma Detective Clarkson le dice a Sarah que podrían haber bajado del barco o cambiar la dirección hacia la cual el espíritu los estaba llevando) y la presencia de grandes actores en los papeles principales (Oldman y Mortimer desde hace rato se han sumado a la lista de profesionales que trabajan en producciones de bajo presupuesto como la presente para variar un poco con respecto al gigantismo del mainstream mundial). A decir verdad La Posesión de Mary podría haber sido mucho peor de lo que es y a pesar de sus múltiples inconsistencias y un final hiper fofo que se pasa en su pretensión minimalista, el film no cae en el ridículo involuntario y a nivel del desarrollo dramático cumple con una inusitada dignidad porque consigue que simpaticemos por los personajes y su derrotero…