Puertas que no se cierran
Al igual que la reciente Amityville: El Despertar (Amityville: The Awakening, 2017), La Posesión de Verónica (Verónica, 2017) es una película que podría haber sido mejor si hubiese aflojado un poco con los automatismos gastados del terror, pero lamentablemente sucumbe a ellos y así se queda en un estrato intermedio en el que no llega a ser ni buena ni mala. El realizador es Paco Plaza, conocido por la despareja Romasanta (2004) y los dos primeros e interesantes eslabones de la saga iniciada con Rec (2007), codirigidos por Jaume Balagueró: más allá de los dilemas del presente, sin duda el film que nos ocupa supera al trabajo previo de Plaza, la floja Rec 3: Génesis (2012), encarada en solitario por el español con el objetivo -hiper fallido- de volcar a la franquicia hacia la comedia de horror, algo que por suerte corrigió el propio Balagueró con la mucho más digna Rec 4: Apocalipsis (2014).
Representantes del rubro “posesiones, exorcismos y casas embrujadas” hay docenas al año y provenientes de todos los rincones del planeta (en esto ya no podemos culpar sólo a los productores norteamericanos), la gracia detrás de La Posesión de Verónica es disfrutar de un ejemplo en nuestro idioma y con una mejor factura técnica/ artística en general si la pensamos en comparación con la de sus homólogos argentinos (en nuestro país seguimos padeciendo un cine de género con guiones paupérrimos y actuaciones exageradas). Aquí en esencia Plaza pretende trasladar la fórmula claustrofóbica/ costumbrista de Rec al ámbito de los titiriteros diabólicos que gustan de controlar -y luego mancillar- cuerpos femeninos: la protagonista del título está interpretada por la debutante Sandra Escacena y la verdad es que la chica se banca el peso del relato con encanto, naturalidad y una entrega física admirable.
La trama está basada en un caso policial madrileño de 1991 centrado en el martirio de la joven de 15 años a lo largo de tres días desde el momento en que -junto a dos amigas- realiza una sesión espiritista con una tabla güija en el sótano de su colegio católico, lo que deriva en otra de esas puertas que no se cierran hacia lo sobrenatural tenebroso. Verónica, además de luchar contra el cofrade de turno de Mefistófeles, ese que la acosará sin freno, debe cuidar de sus tres hermanos menores prácticamente todo el tiempo porque su madre Ana (Ana Torrent) trabaja hasta altas horas de la noche en un bar. La propuesta juega con relativa eficacia con las metáforas vinculadas al tránsito de la adolescencia a la adultez (abandonada por sus amigas y hasta su progenitora, no le queda otra opción que lidiar con los críos, hacer de madre sustituta y sufrir el acecho de un “coso” maligno con forma humana que representa a la fauna masculina y su insistencia con el sexo) y por fortuna se concentra sólo en la posesión en sí, sin exorcismos de por medio (su único soporte/ fuente de conocimiento es una monja ciega que le facilita data sobre lo que está experimentando).
Hasta allí todo bien, no obstante los problemas se empiezan a acumular luego de los excelentes 30 minutos iniciales debido a las pocas ideas novedosas que ofrece Plaza para apuntalar a nivel visual sustos que ya venían condenados desde el mismísimo guión de Fernando Navarro y el realizador, una historia que nunca termina de darse cuenta de que en el subgénero zombie sí resultaba refrescante el contexto de encierro porque en ese enclave suelen pulular los relatos a cielo abierto, sin embargo en las obras de maldiciones y semejantes el eje retórico por antonomasia pasa precisamente por esta especie de “cárcel conceptual” que padecen la protagonista y su entorno, una que abarca tanto el departamento en el que vive la familia como el propio cuerpo de Verónica. Si por un lado se agradece en algunas escenas ese simplismo conventillero y suburbial inherente a los clanes numerosos, luego éste termina mutando en los clichés de “maternidad abnegada” cuando la adolescente debe salvar a sus hermanitos cual heroína de melodrama light. A decir verdad tampoco ayudan demasiado las abundantes canciones de Héroes del Silencio -una banda de lo más mediocre- que Plaza incluye a puro capricho y que se relegue a Torrent -la gran actriz de El Espíritu de la Colmena (1973), Cría Cuervos (1976) y Tesis (1996)- a un puñado de escenas sin mayor desarrollo. La película exuda corrección y buenas intenciones aunque a fin de cuentas no puede trepar por sobre una medianía frustrante que nada agrega al terror.