El futuro es mujer
¿Un intento de volver a ya extinta comedia a la Italiana? No necesariamente. Si bien hay un coqueteo, una tentativa -en un principio- de atravesar los caminos de la comedia dramática-costumbrista la cosa va por otro lado. Hay, si se quiere, una revisión crítica (que aparece reconocible en la tradición de cierto cine que en Argentina podría reconocérsele a algunos films de Juan José Campanella) de los componentes del cine popular (que mal abordados se convierten en populismo efectista).
Es interesante ver como el film de Virzi realiza una parábola invertida: una familia que nace quebrada y se reconstituye con el paso de los años, que se rearma con los restos de los rencores, violencias, celos, pasiones que la vieron nacer. En este punto la película tiene notables puntos de contacto con Roma, de Adolfo Aristarain, Los chicos de mi vida, de Penny Marshall, pero también con cierto tono moralizante que cuestiona las decisiones y libertades sobre el placer, el cuerpo y el sexo que estaban en Y tu mamá también, de Alfonso Cuarón.
Es en esa imposible tradición (sumada a la falaz adscripción inicial a la comedia alla italiana) en donde debe ser pensada La prima cosa bella: por un costado, una crítica feroz a la institución familiar y proponiendo la necesidad de repensar ciertos vínculos establecidos (entre padres e hijos, entre parejas, entre hermanos, etc), a la vez un innecesario subrayado moral sobre las decisiones de la madre del protagonista (subrayado moral que aparece representado por una enfermedad terminal). Ese vaivén -amen de su extensión un poco desmedida, 122 minutos- es el que por un lado permite momentos de genuina y noble emoción (la escena de la reconciliación de los hermanos y la canción cantada a trío entre madre e hijos) y por otro innecesarios castigos físicos, escenas efectistas (las palizas que recibe la madre del protagonista, la sensación de que siempre es manipulada y verdaderamente no decide sobre su cuerpo y sexualidad, algunos ataques propios de la enfermedad mostrados desde una cámara en una grúa generando planos grandilocuentes).
En última instancia, estamos frente a una película ambivalente, con un notable y efectivo uso del gran angular como mecanismo de puesta en escena de los saltos en la memoria hechos por el protagonista dentro de la itinerante estructura de flashbacks que se nos propone. En esos recursos formales el espectador puede reconciliarse con las decisiones poco felices. En cualquiera de los casos, esa sensación de ida y vuelta entre distintos registros dramáticos no deja de ser un bienvenido riesgo que no busca recetas ni convenciones fáciles sino busca bucear en el recetario de los lugares comunes para desarmarlos y admirarlos a la vez. El último plano de la película (simbólico, maternal) da cuenta de esa relación compleja con las tradiciones familiares: se las odia para poder amárselas.