La primera cosa bella es Anna, el maravilloso personaje que tanto le debe a la trivial, desorientada e ingenua Adriana que Antonio Pietrangeli pintó con mano maestra 45 años atrás en Yo la conocía bien y que fue una de las interpretaciones más brillantes de Stefania Sandrelli. Tenía que ser la actriz italiana en su radiante madurez quien la reconociera en esta Anna a la que ni los años ni las relaciones frustradas ni los conflictos que entorpecieron la relación con los hijos ni la enfermedad terminal que ahora la aqueja le han quitado la voluntad de vivir, de seguir sintiéndose joven o de preocuparse por la belleza, que fue su principal aliada; ni ha afectado la intensidad de su amor materno, entendido, claro, según su muy personal concepción. A diferencia de Adriana, Anna no se ha dejado vencer por la fatalidad. Secretaria, criada, extra, figurante sin éxito o simple protegida de alguno de sus muchos enamorados, ha atravesado con una sonrisa, bastante candidez y la mejor disponibilidad todas las desventuras de su vida, desde aquella noche playera en la que su coronación como la mamá más linda del verano (y la modesta, fugaz, popularidad que vino con ella) exacerbó los celos del marido policía, la dejó en la calle con sus dos hijos pequeños y la hizo tropezar con el prejuicio de una maliciosa comunidad provinciana. Espíritu libre, sólo procuró evitar sinsabores a sus criaturas, ser para ellos la mejor mamá del mundo. Quizá no lo consiguió (ahí está la amarga misantropía de Bruno, el mayor, para probarlo), pero lo mismo puede confiarles al final, después de recordar episodios y personajes del pasado y con una sonrisa cómplice: "Pero ¡cómo nos divertimos!".
Si Anna (la luminosa Micaela Ramazzotti cuando joven, la admirable Sandrelli en la época actual) es el personaje solar en torno del que giran los demás, el verdadero protagonista es Bruno, el adusto jovencito de otros tiempos, que la adoraba y la celaba en silencio, avergonzado como estaba por conductas que escandalizaban a los demás. De joven, emprendió la fuga. De la ciudad, yéndose a estudiar y trabajar en Milán; de su malestar existencial, recurriendo a la droga. Pero ahora la enfermedad de la madre lo reclama, y tras muchos titubeos cede a los reclamos de su hermana y vuelve, sólo para descubrir que el viaje lo llevará a revivir su pasado y hacer las paces con la familia y consigo mismo. A través de sus recuerdos se reconstruyen dos estaciones de la pasión de Anna: los duros años 70, cuando ella encuentra sucesivos protectores y debe luchar contra su ex marido por la tenencia de los chicos, y los 80, cuando el joven Bruno conoce secretos y verdades que acelerarán su partida.
El ir y venir en el tiempo mediante flashbacks afecta un poco la estructura narrativa, puede resultar abrumador (sobre todo en la primera mitad) y deja al descubierto que algunos tramos pudieron haberse reducido, o quizás evitado. Pero Virzi, que tiene presente el espíritu de la commedia all'italiana , logra la difícil convivencia entre el drama y el humor, entre ironía y melancolía. Su film está colmado de sentimiento, pero hábilmente despojado de sentimentalismos. Y en este logro, más allá de los aciertos del guión y de la fina sensibilidad del director, tienen mucho que ver los humanísimos personajes, es decir los actores, todos ellos magníficos. Cabe lo mismo destacar a Valerio Mastandrea, que traduce casi sin palabras el proceso interior que vive su Bruno; a la vital y seductora Micaela Ramazzotti, elección perfecta para el rol fundamental de la joven Anna, y a Sandrelli, que no necesita más que dos o tres miradas para resultar profundamente conmovedora.
La prima cosa bella está lejos de ser perfecto, pero es un film para guardar en el corazón.