Los varones que tengan prejuicios de ir a verla por pensar que es una película de "princesas para nenas", les cuento que también la van a pasar bien porque no es una historia melosa. Además en el 80% de las escenas...
El retorno del Rey Basada en el cuento clásico de los Hermanos Grimm, El príncipe Sapo, La princesa y el sapo (2009) es el retorno a las fuentes que hicieron de la factoría Disney la mejor y más grande compañía de dibujos animados. Al padre de Tiana no le alcanzó una vida repleta de sacrificio y arduo trabajo. Ese anhelo con forma de restaurante fue siempre eso, un anhelo. La joven bebió ese esfuerzo y comparte esa meta. Ya sin la presencia física de su progenitor, la juventud la encuentra con dos trabajos, infinitas responsabilidades y una olla enorme como símbolo del sueño nunca extinguido del negocio propio. Mientras tanto, un apuesto príncipe arriba a la ciudad de Nueva Orleáns en busca de una bella adinerada para casarse, pero la ingenuidad lo lleva a las garras del malvado mago vudú que lo convierte en sapo, condición sólo reversible si recibe el beso de una auténtica princesa. Luego de los fracasos no financieros pero sí artísticos que implicaron sus incursiones en solitario en el mundo de la animación 3D, la empresa del castillo retoma con La princesa y el Sapo la senda que tantos éxitos supo darle. La utilización de dibujos en 2D abandonado desde Vacas vaqueras (Home on the range, 2004), genera una imagen sin una puesta en escena sobrecargada, con elementos apenas esbozados en el fondo del cuadro, criaturas con los ojos hechos no para el deslumbre sensorial sino para que actúen en funcionalidad con el relato, en lo que resulta un manifiesto a que el poderío narrativo de una película es mucho más que la sumatoria de imágenes deslumbrantes. Vean sino la conmovedora escena del cotejo fúnebre flotando sobre el pantano, con sus miembros apesadumbrados por la pérdida de uno de los personajes más queribles (nunca Disney fue tan lejos con la representación de la muerte). La dirección a cargo Ron Clements y John Musker guionistas y directores de Aladdín, quizás la mejor película de animación de Disney, es otro paso rumbo a ese norte de reencauce. Como en la historia romántica de Jazmín y el simpático ratero, la dupla construye una fábula de principio a fin, un mundo de realidad mágica donde los cocodrilos tocan la trompeta y los sapos interactúan con los humanos: como en las grandes películas infantiles, la lógica del relato permite que todo sea auténticamente posible y que nada aparezca forzado o carente de verosimilitud. Más allá de los puntos de contactos con otras películas de Disney-Pixar (el amor por el arte culinario de Ratatouille, la fortaleza del vínculo filial de Cars), y al igual que la indígena de Pocahontas, la asiática de Mulán o la árabe de Aladdín, La princesa y el sapo subvierte los rasgos caucásicos de las protagonistas femeninas que la animación norteamericana estableció como normales. Aunque una heroína negra sea una invitación a empalagoso menú de connotaciones políticas (algunas justificadas: el padre es Barack Obama hecho caricatura), esto no es más que dejo de realidad en una totalidad fantástica: los afroamericanos fueron durante siglos (y en ocasiones siguen siendo) una raza discriminada en las grandes urbes, que durante años relego sus libertades bajo el manto de la servidumbre y la esclavitud. La princesa y el sapo, cuya narración se ubica entre los 50 y 60, no es sino un retrato de esa época. Triste y alegre, emocionante al por mayor, La princesa y el Sapo marca el regreso con gloria de un gigante que se mantuvo durante un lustro sedado por el poderío tecnológico e imbuido en las reglas de la competencia feroz. Fue apenas una siesta, el castillo está de vuelta.
La princesa y el sapo claramente es un regreso a la época dorada de la animación de Disney. Esa misma que logró con Tarzán, El rey León y muchas otras, y que el estudio se ocupó de arruinar con El planeta del tesoro y Atlantis por ejemplo. La peor época se destacó por personajes mal elaborados, historias tontas y con el solo fin de rellenar una cajita felíz. Con La princesa y el sapo limpian todo eso. La película tiene espíritu! Tiene buenos musicales, buenas canciones, buenos momentos. Pero… Es tan clásica que parece vieja. Y lo clásico no tiene que ser así. Creo que limitaron mucho al público. O sea esta será recordada en mi familia como la primer película que mi hija que está por cumplir 3 años vió entera en un cine… La película será disfrutada por los amantes a ultranza de Disney y las niñas más pequeñas. El resto se puede aburrir un poco. Yo la pasé bien, pero no la puedo poner en el mismo estante de las clásicas mencionadas. Se puede hacer algo artísticamente muy bueno como es este caso, pero también pensando en las reacciones de los espectadores, como los primos de Pixar. Vale la pena, es un buen regreso a las fuentes, que espero se siga trabajando para el futuro, para que sea un regreso con gloria.
La Princesa y el Sapo es la mejor película animada estrenada por Disney desde Tarzán. Claro que sacaron buenas producciones a través de Pixar, que con los años desarrolló un estilo propio, aunque cada vez tienen menos que ver con lo que fue alguna vez el arte clásico de Walt Disney. Muchas de las películas de animación computada que acapararon este género en los últimos años se volvieron productos sumamente insulsos que pese a que logran entretener en muchos casos carecen por completo de magia. Basta con comparar los estrenos que pasaron recientemente por la cartelera con las últimas producciones de Hayao Myazaki (El viaje de Chihiro, Ponyo) para notar la diferencia. Existe toda una generación de chicos que hasta ahora no tenían idea lo que era disfrutar un film de animación tradicional en la pantalla grande. Pudieron haber visto ese tipo de filmes en la televisión o en dvd pero no vivieron esa experiencia especial que brinda la animación 2 D en un cine. El nuevo film de Disney rescata la verdadera magia de la animación en un cuento de hadas inolvidable, realizado por los directores Ron Clements y John Musker, quienes en el pasado se destacaron con La Sirenita, Hércules, Aladdin y el Planeta del tesoro, que sigo bancando a muerte aunque haya sido un fracaso. El guión brinda una historia original (que no es poco en estos días), con personajes muy bien desarrollados y una excelente reconstrucción de la cultura de New Orleans en los años ´20. Pasaron 63 años desde que una producción importante de Disney estuvo relacionada con la comunidad negra de los Estados Unidos. El último antecedente había sido Song of the South, de 1946, que combinó la acción en vivo con la animación. Desde entonces los personajes negros no lograron tener relevancia en las historias. La Princesa y el Sapo es un proyecto del estudio que hace mucho años venía demorado y finalmente cobró fuerza otra vez cuando John Lasseter, uno de los principales directivos de Pixar, se hizo cargo de la dirección del departamento de animación de Disney en el 2006. La espera valió la pena porque desde lo artístico este fue el logro más importante del estudio en mucho tiempo. Tiana es por lejos una de las mejores princesas de Disney que surgieron en los últimos años. A diferencia de otros personajes similares la protagonista de este film es una mujer fuerte con sangre y pasión y claramente más inteligente que el príncipe de turno. También se destaca el malvado Hombre Sombra que es mucho más aterrador y serio que los villanos pedorros de James Cameron en Avatar. Creo que uno de los grandes aciertos de este film fue la decisión de Lasseter de delegarle la banda de sonido a Randy Newman, quien vuelve a ofrecer un trabajo brillante. Originalmente la música iba a estar a cargo de Alan Menken (El Rey León), pero para no repetir el mismo estilo de canciones que se escucharon en el pasado, Lasseter prefirió confiarle esa tarea a Newman. Las canciones son fantásticas y no todos los días tenemos la posibilidad de ver un gran film de animación con temas de blues, gospel y jazz. Gracias Randy por esto! El musical de Mama Odie (el mejor personaje de la película), cuya canción tiene como bajada de línea un interesante mensaje espiritual sobre el auto descubrimiento, es maravilloso. Ojalá consiga algunas nominaciones al Oscar porque Newman se lo merece. Aunque después que premiaran a Slumdog Millonaire en ese rubro por un mamarracho que ya nadie recuerda nunca se sabe. Esperemos que este estreno no represente una rareza de Disney, sino un renacimiento para el estudio que nos permita disfrutar más seguido este tipo de filmes que son la razón por la que gente de todas la edades ama el cine de animación.
Bésame mucho Gran apuesta de Disney a la animación tradicional. La apuesta de Disney a regresar al mundo de la animación a mano alzada en momentos en los que todos se lanzan a la digitalización y al 3D fue al menos llamativa cuando se anunció. Y ahora que La princesa y el sapo está en la pantalla, puede apelarse al latiguillo conocido de que Disney lo ha hecho de nuevo para testimoniar que de lo que le faltan a muchos filmes animados del presente -historia, desarrollo de personajes, creatividad, que le decían- La princesa... tiene a borbotones. Los responsables del filme son Ron Clements y John Musker, quienes fueron los adalides del comienzo de la segunda Edad de oro de la animación de la compañía del Ratón, con La Sirenita (1989) y -sí, lo hicieron de nuevo- Aladdin (1992). Claro que después llegaron Hércules (1997) y El planeta del tesoro (2002), filmes no tan logrados y el dúo se tomó su tiempo para volver a dirigir juntos. Y bienvenidos sean. Por varias razones, hay que aplaudir La princesa..., aunque a diferencia de aquellos dos primeros títulos, les falte un plus para convertirse en clásico. Clements y Musker se han especializado en aquéllo que Disney mejor sabe hacer: tomar relatos preexistentes e, importándoles poco respetar los originales, imprimirles vida propia y variarlos como deseen. Y si a los puristas puede molestar(nos), la vuelta de tuerca hecha a la historia del príncipe convertido en sapo que debe conseguir un beso de amor de una joven para volver a convertirse en humano es, digámoslo, ingeniosa. Por un lado, la "princesa", que en verdad no es tal, es una afroamericana. Por otro, es pobre y huérfana de padre -cuándo no le va a faltar un progenitor a un personaje de Disney-, y ansía abrir un restaurante. Y además, la historia transcurre en Nueva Orléans, por los años '20. Y si quedaba algo, La princesa y el sapo es, aquí sí, como La Sirenita y Aladdin, un filme musical. Con canciones, jazz y personajes que se expresan con las letras de Randy Newman (hombre de confianza de John Lasseter, de Pixar, pero ahora también mandamás de Disney). Y si es cierto que no hay muchos "hits" en la banda sonora -ninguna canción que uno salga tarareando y la recuerde al día siguiente sino se la pasan por la radio-, el combo está bien. Por momentos, muy bien. Aquel cambio en la historia tiene que ver con que, al besar al sapo príncipe, éste no se convierte en humano, sino que Tiana pasa a ser una rana. El conjuro de un especialista en vudú algo chanta, el personaje maléfico con algún rasgo de Jafar, de Aladdin, traerá más problemas y personajes secundarios que suman y no restan, como un cocodrilo que siempre soñó salir de los pantanos de Nueva Orleáns para tocar en una banda de jazz. Entre canciones y embrujos lo que abunda es el humor -y Aladdin salta a la mente de inmediato-. Al colorido y el despliegue visual que tiene el filme se le contrapone la oscuridad del maléfico Dr. Facillier, con escenas que pueden asustar a los más pequeñitos. Papis, niñas y niños, vayan avisados.
Bienvenido regreso a las fuentes La princesa y el sapo tiene vistosos musicales, buen jazz y bellas imágenes Luego de adquirir Pixar -y de designar a John Lasseter como el máximo responsable de su división animada-, Walt Disney se dedicó a películas en 3D con un look muy moderno, una tecnología de última generación y un vértigo que sintonizara con estos tiempos. Sin embargo, La princesa y el sapo significa algo así como un regreso a la producción de los años 80 y 90 y, también, al espíritu de sus clásicos. En este sentido, Ron Clements y John Musker (responsables de La sirenita y Hércules ) vuelven aquí al registro que le habían impreso a Aladdin (basta comparar las múltiples secuencias musicales o los malvados de ambas películas), al que le agregan referencias a El libro de la selva , Cenicienta y varios otros títulos. Ambientada en la Nueva Orleans de los años 20, La princesa y el sapo combina el cuento de hadas con unas cuantas pinceladas muy a tono con la corrección política: la elección (reivindicación) de la ciudad es un homenaje a esa zona devastada por el huracán Katrina y la presencia como protagonista de una princesa afroamericana de clase baja está en línea con el período Obama. La decisión de trabajar en ese tiempo y en ese lugar le permite a la dupla Clements-Musker concebir vistosos y creativos segmentos musicales a ritmo de jazz (también hay melodías propias del blues, cajún, creole y zydeco compuestas por Randy Newman), una iconografía algo oscura ligada al vudú, coloridos desfiles propios del Mardi-Gras y segmentos que transcurren en los pantanos de Louisiana. Algunos podrán encontrar estas decisiones entre pintoresquistas y oportunistas, pero lo cierto es que el film saca un enorme provecho estético de ellas. Más allá de algunas escenas no tan inspiradas y de ciertos problemas con un doblaje que debería haber sido en un español más neutro, La princesa y el sapo es un trabajo de gran belleza que reformula con inteligencia e ironía los tradicionales cuentos de hadas para generar así una doble empatía en niños pequeños y en sus acompañantes adultos. No se trata, claro, de una película revolucionaria en el campo de la animación, pero a veces el regreso a las fuentes también puede ser bienvenido.
Disney tradicional, con innovaciones El estudio del ratón abre la temporada de cine infantil con una película de extraña dualidad: su formato está más cerca del estilo clásico –musicales incluidos–, pero su heroína, signo de los tiempos de Obama, es negra. Una vez más, con puntualidad casi perfecta, Disney vuelve a poner en cartel el primer estreno para chicos del año. Los estudios del hombre de hielo eligen golpear dos veces, en una estrategia que no tiene nada de casual: al menos desde 2000 en adelante, sólo un par de años la Disney no consiguió cumplir con el objetivo de abrir la temporada infantil. Una estrategia agresiva para una empresa acostumbrada a monopolizar el género, pero que a partir del progreso de la animación digital se ha visto obligada a repartir una torta cada vez más jugosa. Tampoco es casualidad que La princesa y el sapo sea el título elegido, porque marca el regreso a un tipo de animación de estética tradicional, emparentada de muchas maneras al último período de esplendor del estudio, el que comienza con La sirenita a fines de 1989 y cierra con el estreno de Tarzán en el ’99, año que marca además la consolidación de Pixar con Toy story 2. Como nada es casual, La princesa y el sapo vuelve a contar en guión y dirección con el tándem de veteranos Ron Clements y John Musker (Aladdin, Hércules y la mencionada La sirenita), y su argumento, como los de Blancanieves o Rapunzel (ya lista para enero 2011), también tiene origen en un cuento de los Grimm Brüder. Se trata de aquel en que un príncipe que ha sido transformado en sapo por el hechizo de una bruja espera recibir el beso de una bella princesa, su verdadero amor, único antídoto capaz de romper el anfibio encantamiento. La necesaria vuelta de tuerca reside en el escenario en el cual se desarrolla la trama: lejos de toda connotación europea y medieval, esta versión transcurre en Nueva Orleans durante las primeras décadas del siglo XX. Y la elección parece un acierto desde lo estético: la cultura afroamericana permite a sus directores trasladar de manera natural algunos elementos centrales sin perder encanto. Así, la clásica bruja es ahora un diabólico chamán vudú de medio pelo, a la vez que se aprovecha la efervescencia melódica de la cuna del jazz y todo el colorido festivo del Mardi Gras (lo más parecido al Carnaval que tienen al norte del río Grande) para los renacidos números musicales. Porque si la mitad musical que sostenía muchas de las grandes producciones Disney pre Pixar parecía un recurso obsoleto durante los 2000 (la excepción podría ser la reciente Encantada, que de algún modo preanuncia este regreso a las fuentes, incluidos sus tres temas nominados al Oscar), en La princesa y el sapo las canciones vuelven a estar a la orden del día. Sin embargo, aunque la banda sonora cumple su parte con eficiencia, quienes nunca disfrutaron de esos permanentes intermezzos musicales no esperen que ésta sea la excepción. Pero como las casualidades no existen, la pobre y negra Nueva Orleans le sirve a Disney para reacomodar su universo de fantasía a una nueva realidad política. Si 2009 trajo al primer presidente negro de los Estados Unidos, 2010 le abre la puerta a la primera minoría norteamericana de un modo inédito: La princesa y el sapo representa la aparición de la primera princesa del team Disney surgida de la propia matriz de la cultura afroamericana. Porque hasta ahora las había de todos los colores: princesas chinas e indias, como Mulan y Pocahontas, o árabes, como en Aladdin; y no han faltado heroínas gitanas y hasta mahoríes. Sin embargo, nunca una producción animada de primer nivel surgida de los estudios del gran macartista había tenido una realeza tan negra. ¿Un hecho histórico? No; pero tampoco es un dato menor que la empresa que se ha dedicado a reflejar y propagar el imaginario del American Way, haya decidido incluir después de más de doscientos años de historia norteamericana a una de sus culturas fundamentales, hasta ahora relegada a servidumbre (o papeles de reparto) dentro de su propio escalafón nobiliario. Claro, nada es casualidad.
Un paseo por el mágico mundo del color Al mismo tiempo dentro y fuera de la gran tradición animada de Disney, el nuevo film en dibujos tradicionales es tanto una alegoría política como un cuento de hadas con ritmo y personajes perfectos. En primer lugar, es bueno que la Disney haya vuelto al dibujo animado tradicional. Es falso que la animación deba, por defecto, realizarse por computadoras: el dibujo a mano documenta el trazo del artista mejor que cualquier otra técnica. La firma tiene el secreto de esa técnica. Por lo menos, para contar un largometraje con dibujos sin que el espectador sienta que ese mundo totalmente artificial le es ajeno. Hay otras buenas noticias: La princesa y el sapo es un buen film, entretenido y lleno de color; su banda de sonido –que recorre desde el cajun al jazz y es responsabilidad de Randy Newman- es casi omnipresente y se desluce un poco con el doblaje al castellano, pero realmente funciona. Y –prueba de su efectividad narrativa- parece breve. Aquí la historia: Tiana es hija de una modista (negra) y un cocinero (negro); ambos viven en un suburbio de la ciudad. Papá fallece, Tiana crece soñando tener su propio restaurante. Casi lo logra, y en una fiesta de disfraces una rana –en la Argentina es un sapo; sonaría raro en castellano que una princesa bese sáficamente a una rana- le dice que es un príncipe encantado (es verdad, lo es: un príncipe desheredado que busca matrimonio por conveniencia, embrujado por un villano vudú) y que si la besa se rompe el hechizo. Ella lo hace y se transforma a su vez en rana. El resto es cómo a) se enamoran como batracios y b) cómo logran sus sueños y cambian para mejor en el trayecto. Es decir: si lo que quiere es ver un buen ejercicio de estilo de la casa Disney, este film cumple con creces. Sin embargo, no implica –como sí lo fueron La Bella y la Bestia, El Rey León, Las locuras del emperador o Lilo & Stitch en diferentes contextos- un paso adelante en el campo animado. Es difícil saber si será o no un renacimiento, si el género volverá por sus fueros. Cualquier especulación es vana porque el film es absolutamente tradicional incluso –y esto es lo más extraño de todo- en su mirada social y política, ese “plus” que amanuenses internacionales han repetido. Que es un film “obamista” dado que la princesa del cuento es negra, que homenajea a Nueva Orléans, que reivindica la igualdad entre el hombre y la mujer, etcétera. Nada de esto es novedoso porque, en principio, las películas de Disney siempre fueron reflejo de su tiempo. Nunca –y esto es capital y muchas veces se comprendió como “conservadurismo”- hablaban de posibilidades para América. Así, Blancanieves era el “volver a la familia” tras la disolución de cualquier sociedad durante la Depresión, Cenicienta implicaba los valores de la era Eisenhower de mujer al mismo tiempo bella y maternal, y La Bella y la Bestia hablaba de la igualdad de la mujer de los noventa, una persona audaz, que tomaba decisiones y que estaba a la par del hombre (de hecho, era el Príncipe el que sufría pasivamente el hechizo). Pero en todos estos cuentos campeaba la adaptación más o menos fiel del texto base: sus modificaciones eran por lo general de índole dramática. En cambio aquí estamos ante la adaptación más “infiel” de un cuento, del que sólo se toma una situación básica y se construye alrededor un símil fantástico de lo que se aspira para los Estados Unidos de hoy. Se logra, esto hay que afirmarlo, con humor y buen gusto; con creatividad y personajes perfectos. Incluso con alguna tristeza bien dosificada. ¿Dijimos que este film no era “un paso adelante”? Error: La princesa y el sapo, sin darse cuenta, es la primera alegoría política de los estudios Disney. Signo de los tiempos, aunque no siempre “paso adelante” sea “avance”.
Fantasías animadas de ayer y hoy Cuando la brújula del éxito ha perdido su horizonte; cuando el dibujo animado tradicional ha experimentado la metamorfosis digital, una de las alternativas de recuperar el rumbo es retornar a las fuentes. Sin embargo, ese regreso no debe entenderse como una obsesión por repetir fórmulas, sino más bien como una reincorporación de ciertos elementos que garantizan buenos resultados. Y eso es precisamente lo que define a esta nueva apuesta de la Disney que, fiel a la estrategia comercial de arrancar el año con una nueva película, apuntala un par de piezas desordenadas en la más que interesante La princesa y el sapo. Poco o mucho tendrá que ver -lo cierto es que no es casualidad- el hecho de que en la era Obama las minorías comiencen a tener voz y un protagonismo poco frecuente. Así las cosas, del clásico cuento de los hermanos Grimm que narra las desventuras de un príncipe convertido en sapo gracias al hechizo de una bruja, que deberá recibir el beso de la princesa para romper el maleficio, apenas queda la cáscara. El primer gran cambio respecto al original es la traspolación de la Europa medieval al New Orleans de los tempranos años 20, con los ecos de efervescencia jazzística de fondo y un mago vudú que seduce con promesas de un futuro mejor a un aburrido príncipe y su paje. En esta ocasión será el príncipe Naveen quien arribe al convulsionado lugar en busca de su media naranja real y la Cenicienta del postre la simpática Tiana, cuyos sueños de camarera se resumen en la esperanza de alguna vez poder tener su propio restaurante. No obstante, como siempre, la mejor candidata para el muchacho es la consentida Charlotte, quien de niña junto a Tiana gozaba de esos maravillosos cuentos de hadas que tan dulcemente relataba la madre de ésta. Todo se precipitará cuando surja la sombra de la ambición tanto del príncipe como de su paje y aparezca en acción un pacto fáustico que desencadenará en ambos una doble conversión: Naveen en sapo y su paje en príncipe. En esta suerte de operativo retorno a los orígenes de la dupla Ron Clements y John Musker, experimentados realizadores que tuvieron participación en -por ejemplo- La Sirenita, la idea central parece haber sido aprovechar al máximo el contexto y sus personajes más que la trama en sí misma, apelando a la diversidad como rasgo característico en sintonía con esa reivindicación de las minorías a partir de la inclusión de figuras como un cocodrilo, una luciérnaga, una estrella y una rubia tontona pero de buen corazón. Conjugados estos personajes con los protagonistas, una pareja de sapos, atravesados por la cultura afro-americana no sólo desde lo musical sino en un sentido mucho más amplio, los estudios del ratón Mickey logran concebir un film redondo que recuerda a aquellos productos previos a su fusión con Pixar. Podría decirse que la plataforma ideológica que traza el universo de esta película sería algo así como la del “anti Shrek” porque vuelven los intervalos musicales (que la efectista partitura de Randy Newman se encarga de realzar) y sobre todo la necesidad de abandonar la burla y conducir la imaginación hacia el terreno de la fantasía con alguna que otra innovación y aggiornamiento a los tiempos que corren. La princesa y el sapo rescata la tradición, la recicla sin quedar pegada a ella pero lo más importante no la traiciona.
Muchos piensan que los cuentos de hadas, en su traslado al cine, deben seguir respetando la animación tradicional en 2D. La unión de Pixar con Disney hizo temer que la animación computada en 3D hubiera barrido para siempre aquel delicioso trabajo artesanal. Afortunadamente, Ron Clements y John Musker desembarcaron en los tradicionales estudios para demostrar que no todo estaba perdido. Responsables de éxitos descomunales en el género, como “La Sirenita” y “Aladdin”, siete años después de “El planeta del tesoro” vuelven a la carga con un cuento clásico, adaptado con ligeras variantes. La protagonista, Tiana, es negra, hija de músicos, y la acción transcurre en Nueva Orleans en la década del `20. De modo que se escucha bastante jazz y ragtime. Disney compró los derechos de “La princesa rana”, texto de E. D. Baker que propone otra vuelta de tuerca para la historia original. Como se sabe, si la princesa se animaba a besar a un sapo, hechizado por un brujo, este se convertía en un príncipe y vivían felices. En este otro relato, al besar al batracio ella se convierte en rana. No faltan un caimán que ama el jazz y el inquietante Doctor Facilier, un villano en la línea de los clásicos de Disney. El film deja la sensación de que no todo está perdido y que aún queda mucho por hacer en el rubro de la animación tradicional. Las canciones, inevitables, están a cargo de Randy Newman y seguramente se alzarán con algún Oscar. Cuando se encienden las luces ronda la sensación de que el viejo Walt, aquel de “Blancanieves”, “Bambi” y“Dumbo”, sigue gozando de buena salud. Es para celebrarlo.
Fórmula probada (y más que aprobada). A las mejores épocas de animación de Disney se las suele dividir en: La primera etapa de oro (empezando por el clásico Blancanieves, siguiendo con Pinocho, y otras menores, como La cenicienta) y la segunda etapa de oro (el resurgimiento con colores vivos, fuertes, y canciones simpáticas y alegres). Parte de la responsabilidad de ese electroshock al estudio la tuvieron Ron Clements y John Musker, directores de La sirenita y Aladín. Son también los responsables de este (¿segundo?) resurgimiento. Buscando recuperar ese lugarcito perdido en esta década a manos de la animación computarizada, La princesa y el sapo trata de revivir ese sentimiento de bienstar y entretenimiento que significaron las películas antes mencionadas (y hay que aclarar, llegaron a su máxima expresión con la excelente La bella y la bestia). Más allá de algunos altibajos, el estudio olvidó los musicales y se empeñó en historias de aventuras como La leyenda del tesoro perdido y Atlantis. Disney terminó entonces por lanzarse (por cuenta propia) al mundo de la animación 3D. El resultado fue un pollo que veía marcianos. Ah, y la película es mala. Con La princesa y el sapo se nota ese esfuerzo por volver a esa segunda etapa. Es más, lejos de arriesgarse (el único "riesgo" es la técnica de animación) se afianza en las viejas fórmulas. Sí uno ya conoce el molde de esas películas (princesa más protagonista que el príncipe; bichos, elementos sobrenaturales que hacen el número músical de turno; algún animalito/ote, que es el comic-relief (y también canta); un villano hechicero y codicioso; etc. ya sabe lo que le espera. Las referencias a Pinocho, El rey León, y otras, se terminan cuando uno siente que hay demasiadas. Y empieza a pensar que, como El libro de la selva, acá directamente cambiaron las canciones, pero la historia y los personajes siguen siendo lo mismo. ¿Pero, entonces, de qué trata la historia? Tiana es una camarera, que, desde chiquita fue educada para trabajar duro y así cumplir sus sueños. En Nueva Orleáns, lugar donde se desarrolla la historia, Tiana sueña con abrir su propio restaurante. La llegada del engreído y vago príncipe Naveen mueve la ciudad. Charlotte (disculpen, pero es el personaje cómico de la película) la rubia tonta (pero buena, claro) quiere casarse con el príncipe durante el festival de Mardi Gras. Por allí también anda el Doctor Facilier, un brujo que, mediante engaños (promesas de felicidad = promesas de dólares) terminará conviertiendo al príncipe en un sapo. Sí, el dinero es más fuerte que los sueños. Tiana también terminará eventualmente como una rana, y bueno, juntos deberán abrirse camino por la geografía de Nueva Orleáns (pantanos, cementerios, festivales, etc.). Ahí viene la catarata de moralinas (trabajar duro, darle importancia a lo que uno ama y no a lo material, etc.). Es interesante notar como estas películas animadas se amoldan (¿o las amoldan?) al tiempo histórico en el que se estrenaron. Lo más fácil resultaría decir que, con la llegada de Obama a la presidencia, ahora viene una película donde los dos protagonistas son negros (un poco invento del marketing, la mitad de la película son verdes). Y no sólo eso: La motivación del villano son las deudas, el príncipe está quebrado, y para no seguir nombrando vamos a redondear: el primer motivo de todos los personajes es el dinero. Y la sensación después de cada canción es que, si, los sueños se cumplen, pero igual hay que trabajar duro para cumplirlos. No sea cosa que los chiquitos salgan perezosos ahora que se viene la crisis. Más allá de todo discurso político, social, o moral, de la película, y más allá de toda pobre intención de darle originalidad a la historia, hay que destacar que, aún con canciones que no son totalmente memorables, la película es entretenida. Los directores de La sirenita tiene el toque intacto, y hacen que la narración fluya constantemente. No tanto por las aventuras de los animalitos, sino más bien por los números musicales. Combinan jazz, gospel, blues y claro, ragtime, en divertidas coreografías (que van desde el maléfico mundo vudú, lleno de colores alucinantes con "Friends on the other side", hasta el dorado explosivo del bayou). El tema principal de la película es "Almost there", que también es el leit-motiv de Tiana. Pero si alguno tiene chances de trascender y tener vida más allá de la película (no es que los otros no, pero creo, tienen su gracia acompañados por las imágenes) es la canción de la bruja ciega Mama Odie (en inglés, el tema tan pegadizo es "Digg a little deeper"). Toda una rareza, que, sabiendo que las reglas para Mejor canción original para el premio Oscar, son más estrictas (deben tener un promedio de 8,5 para quedar nominadas) hayan enviado a competir a 5 temas, incluyendo "Ma belle Evangeline" que no está mal, pero no va a ser la mitad de recordado que el tema que antes nombré. De más está decir que el doblaje castellano no permite disfrutarlas en un ciento por ciento (la impresionante voz de Keith David se pierde, por ejemplo). En épocas donde Hollywood parece empezar a apostar a lo seguro y no innovar, se exige, como siempre, tener enfrente a un entretenimiento digno. Y eso es La princesa y el sapo. Haya uno o no visto todas sus versiones anteriores. A ver con qué trivialidad me salís... - El título original era "The frog princess" pero lo cambiaron porque en Francia el título resultaba ofensivo. Y eso no es nada: Hubo críticas a Disney porque el príncipe Naveen no era afroamericano, sino que tenía acento francés. Y bueno, polémicas nunca le faltan al estudio de los mensajes subliminales
Una verdadera sorpresa constituye la llegada este nuevo largo animado, que en la Disney decidieron producir con mucho tiempo de anticipación, sumando a la dupla Clements-Musker que antiguamente habían dado "Aladdin" y "Hércules", y que aquí redoblan la apuesta volviendo a las fuentes de una animación ágil, divertida, y brillantemente narrada. Tiana no es una princesa ni ahí, solo es una laburadora que junta propinas y trabajos con la idea de poner su propio restaurant con números vivos y así prolongar los no concretados sueños de su padre. Asegura que no tiene ni tiempo para mirar chicos, una situación peculiar hará que se encuentre en plena noche de "Mardi-Grass" -ese carnaval tan típico del sur norteamericano- con un principe sapo que desea volver a ser humano y asi por una confusión la historia pegará un giro inesperado alejándolos de la maravillosa Nueva Orleans y enfrentando peligros varios en los pantanos de Louisiana. El tema es que no se trata de una animación más, sino de una muestra de valores artísticos que comandó Mr. Lasseter como productor-hombre-Disney, a quien entre otras cosas se le debe la talentosidad de "Toy Story". "La princesa y el sapo" suma a favor, hay referencias de clásicos genuinos: el personaje del Cocodrilo jazzero es una mezcla del Rey Louie y Baloo de "El libro de la selva" o tienen en algún punto reminiscencias de "Los Aristogatos", o un permanente homenaje a la cuna del jazz negro -hay notables números musicales que nunca aburren y son muy divertidos como el del villano con juegos de sombras y cierta resaltación "lisérgica" que a su vez remite a los muy recordados de "los elefantes rosas" de "Dumbo", o pasajes de "Alicia en el país de las maravillas". Los coloridos son notables, como la música del maestro Randy Newman, y basicamente al filme se lo describe como una verdadera comedia de situaciones, con sus enredos bien marcados, determinando un producto de los mejores vistos en los últimos tiempos, no distante de los productos de esa prima "cool" llamada PIXAR. Obviamente tambíen parece politicamente correcta en plena era Obama, pero no hay que pensar eso y solo ir a disfrutarla en pantalla grande. Vale la pena.
En épocas de tecnología digital y animación 3D, Disney apuesta a recuperar algo del espíritu de sus grandes clásicos con La princesa y el sapo, una comedia musical dibujada a mano, con decorados pastel y abundantes detalles. Aunque para estar a tono con los tiempos que corren, la princesa es afro americana y ciertos tópicos de los cuentos de hadas están reformulados de manera irónica para generar complicidad con los adultos. Así y todo, la protagonista podría ser una digna descendiente de Cenicienta o la Bella Durmiente, si no fuese por su carácter templado que la convierte en una heroína valiente y combativa. La acción transcurre en la Nueva Orleans de los años 20 y le sirve de excusa a los dibujantes para una detallada reconstrucción de la cuidad en el comienzo de la película, pero sobre todo ofrece un marco ideal para la notable banda sonora. El universo musical se integra perfectamente a la narración, la música jazz permite que los animadores se suelten y entreguen por momentos una explosión de colores y figuras abstractas. Si bien la historia central es previsible, y el villano vudú desentona y parece sacado de otra película, los personajes secundarios inclinan la balanza en favor de la película. Se trata de un sinfín de animales alegres y burlescos entre los que se destacan el cocodrilo que anhela tocar jazz con los profesionales y la encantadora luciérnaga con su poética historia de amor. Sin ser una obra personal o que represente algún progreso en el campo de la animación, La princesa y el sapo retoma los fundamentos narrativos y estéticos del dibujo animado clásico para plasmar un trabajo noble e intenso.
El regreso de otro clásico Siempre es agradable redescubrir las clásicas historias de la mano de los estudios Disney y del dúo de realizadores John Musker y Ron Clements (La Sirenita, Hércules), quienes se encargaron también del guión. Esta vez contaron con música del ganador del Oscar, el compositor Randy Newman. Basándose en el argumento del libro, esta película animada cuenta las aventuras de un atractivo y entusiasta príncipe, quien luego de llegar a la ciudad de Nueva Orleans, es encantado por un malvado personaje, y por medio de un maleficio, es encerrado en el cuerpo de un sapo. Pero, tal como cuenta la leyenda, solo el beso de una princesa puede romper el hechizo. Es ahí cuando entra en escena Tiana, una damita afroamericana honesta y trabajadora que, por intentar ayudarlo, se verá envuelta en un sinfín de complicadas travesías. Con algunas variantes sobre el argumento original, esta mágica fabula tiene todos los ingredientes a los que nos tiene acostumbrado este sello, villanos muy malos, animales parlanchines, musicales con puesta en escena tipo Broadway, momentos emotivos y un final bien logrado. Cabe aclarar que esta historia no tiene versión en 3D, lo cual sorprende, ya que venimos de un año con varios films en ese formato tridimensional. En este caso, es una clásica aventura de Disney, que entretiene a los más chicos y deja, a lo largo de noventa minutos, sin aburrir a los mayores . Una cita con un cuento que hemos escuchado infinidad de veces.
La Princesa y el Sapo representa la vuelta de Disney a la animación tradicional en 2D, a pesar de que habían anunciado que Vacas Vaqueras sería la última película de ese estilo. ¿Quién decidió volver a la animación clásica? John Lasseter, que a partir del 2006 y después de la compra de Pixar por parte de Disney, pasó a ser uno de los líderes del departamento de animación y trajo de regreso a los directores de clásicos como Aladdin y La Sirenita (que habían sido despedidos antes de la adquisición de Pixar). La película está basada libremente en el libro La Princesa Rana, y es la primera película de princesas Disney en que la protagonista es de herencia afro-americana. Transcurre alrededor del año 1920 en Nueva Orleans (la ambientación es perfecta) y el jazz además de ser el género musical reinante en la película es el mayor protagonista, al punto que, entre los personajes secundarios (uno, constituye un claro homenaje al gran Louis Armstrong) tocan instrumentos y son fanáticos de ese estilo. Es un clásico automático de Disney, tiene todos los elementos que hicieron de sus animaciones anteriores grandes éxitos incluyendo algunas escenas que recuerdan a historias como la de La Cenicienta (sin perder por esto originalidad en la trama) y musicales al mejor estilo Broadway. Algunas curiosidades: La protagonista principal se iba a llamar originalmente Madeleine (y su apodo Maddy) e iba a ser una sirvienta de clase baja. Debido a varias críticas que compararon al personaje con una esclava, decidieron hacerle varios cambios. El nombre original del príncipe Naveem era Harry (como el príncipe de Gales) y el de Facilier era Duvalier (como el difunto presidente-dictador de Haití).
Desde que John Lasseter se hizo cargo del departamento de animación tradicional de Disney, la alicaída compañía creada por el rey Walt, empezó a levantar cabeza. Primero, fue una entretenida, aunque menor película de animación computada llamada Bolt, acerca de las desventuras de un perro actor. Si bien no carece de simpatía Bolt es completamente olvidable. Especialmente si la comparamos con el nuevo producto de la compañía, La Princesa y el Sapo. Para llevar a cabo la adaptación del clásico cuento infantil de E.D. Baker, Lasseter llamó a dos viejos conocidos de la compañía: Ron Clements y John Musker, directores de Basil, el ratón detective; La Sirenita; Aladdin; Hércules y El Planeta del Tesoro. Excelente elección. Llevada a cabo con trazos y dibujos animados tradicionales, prácticamente con poco uso de un ordenador, la dupla Clements / Musker devuelven la magia y el humor de las películas más clásicas de los estudios del ratón Mickey. Sin embargo son la solidez del guión, las excelentes canciones de Randy Newman, el mensaje contemporáneo y los homenajes a otros clásicos lo que hacen de La Princesa y el Sapo, casi un milagro cinematográfico y una fuente de inspiración entre tanta animación creada con un Mouse. Situada en la década del ’30 aproximadamente en Nueva Orleans, toma la historia de Tania, una joven camarera que debe desempañarse en tres empleos para vivir, mientras que su mejor amiga Charlotte, una rubia tonta, vive como princesa en la mansión de su padre, el magnate local. Tania ahorra para tener su propio restaurante, pero los prejuicios de la sociedad, no le ayudan a conseguir su sueño. Un día llega, el príncipe Naveen de Macedonia, quien necesita casarse con una princesa, para volver al hogar con sus padres, que lo echaron por ser un perezoso. Naveen queda encantado con el jazz y la música sureña. Y pronto es atraído por un mago vudú, que lo convierte en sapo. Solo el beso de una verdadera princesa puede devolverle la forma humana. Debido a una serie de circunstancias, confunde a Tania con una princesa, quien al besarlo, se convierte en sapo (o rana) ella también. Ambos deben escapar del mago que los persigue por los pantanos y bosques del estado. Pero recibirán la ayuda de una luciérnaga y un cocodrilo para surtir los obstáculos que irán sucediéndose. Al igual que la mayoría de cuentos de Disney se encuentra la idea del hechizo, que debe romperse encontrando el amor verdadero, así como no falta el discurso antimaterialista, solo que esta vez llevado a un contexto socio económico que hace bastante verosímil al relato: el mensaje es muy simple, sin esfuerzo no se consiguen resultados, el que no trabaja no progresa en la vida. Se podría leer como una crítica a los yuppies apostadores de Wall Street. El villano tiene que conseguir la herencia del millonario de la ciudad para pagar deudas. Al igual que el cuento de Cenicienta una chica trabajadora se convierte en princesa, solo que esta vez no acepta el puesto, y en cambio su meta es trabajar para vivir. ¿Mensaje socialista en una película de Disney? Porque no. Es probable que algunas de las complicaciones que los protagonistas tienen que afrontar durante su trayecto por los pantanos sureños, sean un poco repetitivas y haya demasiados villanos secundarios que se van acumulando, y de la nada desaparecen. Aun así es una película muy entretenida y no se desea que termine la aventura Visualmente se pueden reconocer rasgos físicos semejantes a los personajes de otras películas de Disney como La Noche de las Narices Frias (101 Dalmatas) o Los Aristogatos. Y no se privan los realizadores de ponerlo a Nerón de La Sirenita en medio de un desfile. Pero también son concientes de una nueva corriente de animación proveniente de uno de los más oscuros e imaginativos narradores cinematográficos contemporáneos: Tim Burton. Hay escenas relacionadas con la muerte y el vudú en donde se nota que los realizadores tomaron elementos de El Extraño Mundo de Jack y, especialmente, El Cadáver de la Novia. Lasseter pone su firma valorando las enseñanzas de la infancia y no perder el niño interior. También cede a Randy Newman, habitual compositor de los temas de Pixar, para componer las inteligentes y mágicas canciones que remiten a las de La Bella y la Bestia o Aladdin. Además le hace homenaje a la música: el jazz, el soul de Nueva Orleans no están ausentes de la banda sonora. Para las voces, decidieron mantener un perfil bajo y reservar roles secundarios a actores de renombre como John Goodman, Oprah Winfrey o Terrence Howard, mientras que el villano recae en Keith David, actor generalmente secundario, que sorprende a la hora de cantar. Magia y hechizos a la orden del día. La animación tradicional a punta de lápiz ha vuelto para quedarse, y los espectadores, que nos criamos viendo todo lo que el gran Walt creó para los más chicos hace 40 años atrás, agradecemos de que la ilusión sigue viva, y por una hora y media, volvemos a tener 9 años otra vez.
Sí, Disney también es bueno Al igual que en el caso de James Cameron, cuya obra –con la excepción quizás de Terminator y Aliens- no goza de tanta buena prensa y el compromiso del público –que parece sentirse en la mayoría de los casos avergonzado de haber disfrutado de Titanic, pero no de haber visto Matrix-, los musicales animados de Disney están rodeados de un halo vinculado al placer culpable. Pareciera que uno fuera un ñoño total si se emociona o se deleita con Hércules, Mulan o La bella y la bestia. Distinto sucede con Pixar: muy pocos tienen problemas de contar cuánto les gustó Toy Story, Monsters Inc. o Wall-E. Pues bien, falta reconocer la estructura estética, formal, analítica y discursiva de estos filmes, y juzgarlos en base a eso. Porque la verdad es que por algo han resultado casi siempre grandes éxitos. Y aunque el éxito monetario no es garantía de calidad cinematográfica, sí obliga a una atención particular. Y a través de una mínima exploración, se pueden reconocer relatos ágiles, que recuperan historias legendarias, para inculcar valores relacionados con la institución familiar, el casamiento, la amistad y hasta cierto conformismo con la sociedad capitalista. Se podrá no estar muy de acuerdo con su ideología, pero se tiene que reconocer que el estudio Disney ha hecho todo un arte –en el mejor de los sentidos- de esto de ser el representante de los parámetros conservadores. Y hasta habría que estar atentos a los momentos en que Disney se aparta de su vocación conservadora, para ir rompiendo con lo establecido. Y el caso de La princesa y el sapo vuelve a plantear claramente esta problemática. Más aún con el aporte de John Lasseter (una de los fundadores de Pixar) como productor. El filme le da una vuelta de tuerca al mito de la princesa que besa al sapo, para que éste se transforme en príncipe. Y va mucho más allá de que la protagonista sea de raza negra. Hay toda una lectura política a partir de situar la narración en Nueva Orleans, ciudad donde el Estado norteamericano se ha mostrado ausente: surge la chance de resurgir de las cenizas, de la convicción de volver a intentar pese a todo, porque al fin y al cabo estamos en Norteamérica, la tierra de las oportunidades. Dentro de esta base, el relato se permite ser crudo, pues el progreso se hace a través del dinero: la protagonista lo necesita para abrir un restaurante; el villano para pagar deudas; el príncipe para solventar su estilo de vida. Y ese progreso se muestra como posible a través del esfuerzo y la persistencia. En sí, el filme de Ron Clements y John Musker (quienes ya estuvieron detrás de excelentes exponentes de la maquinaria Disney como Alladin, Hércules y El planeta del tesoro) es un producto muy característico de la era Obama, donde se intenta insuflar entusiasmo en el alicaído ciudadano estadounidense por todos los medios posibles, tratando de recuperar la confianza en el sistema capitalista. La princesa y el sapo funciona en todos estos niveles analíticos porque es fluida, transparente en su desarrollo, con personajes bien desarrollados, secuencias disparatadas, una utilización productiva de las distintas gamas de colores y secundarios por momentos hilarantes (el cocodrilo jazzero se lleva las palmas). Incluso las canciones son completamente llevaderas (y esto lo dice alguien que no es precisamente un fanático del género musical). Por todo esto es que uno sale feliz y entusiasmado después de ver La princesa y el sapo. Y está bien decirlo, e incluso cantarlo.
La peli cumple a la perfección con todo lo que se precisa para hacer un buen "Disney classic": tiene bichitos parlantes y simpáticos, un malo muy malo con un ayudante torpe, buenos muy buenos y también algo torpes, muchos momentos musicales y algún momento tristón para llorar a mocos tendido. Y todos esos elementos además están bien hechos: hay una banda de sonido excelente, la animación es muy buena y aunque no hay voces muy conocidas para los personajes principales no deja de ser un elenco espectacular. Que marchen los Oscar, a mejor canción es una fija. Lo que realmente quería contar de la película es lo que representa para la Disney y para la animación hecha por grandes estudios; lo que todo el mundo esta viendo es que la "princesa" (cuando la vean van a entender el porque de las comillas) es afroamericana y desde ya es bueno que salgan del conservadurismo pero también hay que destacar que la ambientación es un lugar tan exótico y mágico como la New Orleans de los 30's/40's, que la música incorpora una gran mezcla de ritmos de Jazz y sobre todo que es la primera peli animada de Disney no hecha por CGI para cine desde hace más de 10 años (la ultima creo que fue 'Home on the Range' (Vacas vaqueras) Aunque la animación por computadora avanzó mucho (sobre todo gracias a Pixar por las técnica y a Dreamworks por el tipo de historias) me sigue encantando la vieja escuela de la animación, esa de los 500 dibujantes haciendo cada cuadro a mano. Es un sentimiento parecido al de la animación "stop motion", se sabe que es algo viejo y anticuado pero tiene un sabor único. Por eso espero que 'La princesa y el sapo' no pase desapercibida y que reciba la atención que merece.
Esta es la vuelta de Disney a lo mejor de la animación tradicional, con esto me refiero a la época de "La Bella Durmiente", "La Cenicienta" y otras historias de Princesas, y lejos de las ultimas películas que se hicieron como "Atlantis", "Treasure Planet" y "Home of the Range". John Lasseter, creador de Pixar, asumió el control del Departamento de Animación de Disney y decidió volver a hacer estos films. Eligió a los veteranos Ron Clements y John Musker, directores de "La Sirenita" y "Aladdin", para que intenten recuperar la magia de esos viejos clásicos. Sin duda lo lograron. Si al idea es estrenar una de Pixar y una de animación tradicional por año, siguiendo este nivel de calidad, los chicos lo van a agradecer. Esta es la primer película protagonizada por una princesa negra. En este caso no es la típica princesa de Disney, sino una trabajadora de New Orleans que termina convirtiéndose en princesa. La historia es original (creada a partir del clásico cuento) y ambientada en Louisiana de los años 20, con escenas muy coloridas y entretenidas. Hay muy lindos números musicales, escritos por Randy Newman, al ritmo de jazz y gospel. Esta el clásico príncipe, el malo de turno (esta vez un hechizero) y los simpáticos personajes secundarios... un cocodrilo que sueña con tocar la trompeta, una luciérnaga y una anciana negra. Al igual que en los films de Pixar, casi todos los personajes tienen las voces de actores desconocidos, lo que evita perder atención a la trama intentando sacar de que actor famoso es esa u aquella voz. Apuntada a todo el publico infantil, las nenas de 4 a 8 que atraviesan la etapa de princesas son las que mas disfrutaran la película. Mi hija de 5 años salio fascinada del cine, como cuando vio "Cenicienta" o "Blancanieves" por primera vez. Seguramente se convertirá en otro clásico de Disney.
he princess and the frog es, como todos saben, el regreso de Disney a la animación tradicional. Este regreso no reniega de los años en que Disney se asoció con Pixar. Naturalmente, la adquisición de Pixar por parte de Disney hace unos años, confirma su deseo de seguir expandiéndose en el campo de la animación por ordenador. Sí reniega de los últimos traspiés cometidos por la empresa en el campo del dibujo, películas que carecían del encanto de films como La bella y la bestia, La sirenita, Aladdín o El rey león. Este regreso implicó volver a contar con la dupla conformada por Ron Clements y John Musker, directores de La Sirenita, Aladdín y Hércules, cuya última colaboración con la empresa había sido en 2002, con El planeta del tesoro, un buen film animado que poco tenía que ver con las formulas de sus principales éxitos en este campo. La idea de Disney ha sido rescatar la esencia de los últimos grandes bastiones de la compañía en materia de animación 2D, y esto puede verse en un sinnúmero de elementos de este film que recuerdan a las fórmulas de aquéllos, a lo que se suma el toque de cuento de hadas, tradicional en la historia de Disney. The princess and the frog surge con una pequeña controversia. La idea de que la protagonista sea negra, algo que alimenta el aspecto musical del film, suena oportunista en el país presidido por Barack Obama. Lo cierto es que el ascenso al poder de Obama no resulta algo muy extraño, dada la apertura sociocultural que existe hoy en Estados Unidos (no es casual que una mujer negra, Oprah Winfrey, sea la presentadora más popular de la televisión americana, mientras se dedica a la producción de films de reivindicación social como Precious y que, sin ir más lejos, aporta su voz en este film). De la misma manera, no debería resultarnos extraño que una compañía tradicionalmente conservadora y republicana como Disney haya lanzado un film animado protagonizado una joven negra. Ahora bien, la ilusión de apertura, que puede sostenerse en los primeros minutos del film, cuando se sirve de un par de secuencias para exhibir las diferencias sociales históricas entre blancos y negros, termina en decepción una vez que observamos que la joven protagonista aparece con su fisonomía humana, y negra, al principio y al final del film, y que el resto de la película transcurre con ella convertida en sapo. En ese sentido, lo único que puede sonarnos mínimamente revolucionario, aunque muy inverosímil, es que el príncipe sea negro. Dejando de lado este aspecto, The princess and the frog apela al recuerdo de los clásicos films de Disney, repitiendo todas las fórmulas habituales de la compañía (secuencias musicales, elipsis ingeniosas, secundarios graciosos), pero es esta misma repetición de fórmulas la que hace que este film carezca de identidad propia y se sostenga únicamente por el espíritu retro al que apela, convirtiéndose únicamente en un atractivo para la generación de adultos que fueron chicos a principios de los noventa. Lamentablemente, el enorme talento creativo de Clements y Musker no consigue dotar de autonomía y encanto propio a este film, aunque uno espera que este resultado no de lugar a pensar que ya no es época para esta clase de películas. La vigencia televisiva de los últimos grandes films animados de Disney demuestra que, por muy ingenuos que sean, el encanto de aquellos los mantiene y los mantendrá con vida, por lo que ansiamos que Clements y Musker puedan volver a encontrar la belleza y la magia que hace ya dos décadas supieron entregarnos a millones de chicos.
Disney clásico y al ritmo del jazz Entre tanta parafernalia tecnológica de tridimensión e interacción, llega esta nueva entrega de Disney en formato clásico, similar a sus obras inolvidables del mismo estilo, como La Sirenita o Aladín. La princesa y el sapo es una historia mágica y encantadora sobre la eterna lucha por los sueños y las cosas que uno ama, superando los obstáculos sin importar lo complejos que sean. Y qué más complejo que convertirse en rana y emprender viaje con un príncipe, convertido en sapo por un mago practicante del vudú y las artes oscuras, para intentar revertir las cosas y así seguir luchando por lograr sus respectivos cometidos, tanto de la rana (Tiana, una camarera con aspiraciones a propietaria de un restaurant) como del sapo (Príncipe Naveen, un tiro al aire hijo de reyes que le cortaron el domingo para que se busque una vida más digna de su posición). Al ritmo del jazz compuesto por el genio de Randy Newman (quien le dio vida a Toy Story con sus partituras jazzeras y bluseras), y enmarcada en una New Orleans de principios de los '20, esta historia logra significar un estilo de narración muy propio de la factoría del ratón Mickey, retomando la vieja usanza de lo mágico y lo musical a flor de piel. De hecho, cual Rey León o La Bella y la Bestia, esta peli ideal para los niños pero tambien imperdible para los más grandecitos que crecieron viendo todo lo que logró Walt Disney lleva un ritmo muy llevadero gracias a los musicales y las aventuras de los protagonistas, quienes además se cruzan con un cocodrilo que sueña con ser trompetista y un bichito de luz que está enamorado de... no, mejor véanla y ahi se enterarán. Sólo les digo que esa historia de amor es de lo más tierno que he visto en años. Obviando todo tipo de mensajes subyacentes tan puestos en duda por muchos a lo largo de los años cuando se trata de poner en la balanza las enseñanzas de Disney (tales como la discriminación, el racismo o la lucha de clases, esto último más tirado a una ideología política), este filme con un metraje medianamente justo y una animación de lo más entrañable logra como cúspide un reconocimiento e identificación únicos con cada uno de los personajes, que cuentan con un sueño particular a defender, logrando enmarcar así la idea principal de la trama: hacer entender tanto a chicos como grandes que nunca es tarde para soñar y que lo más importante en esta vida es trabajar duro para conseguir lo que uno más anhele. Disney se hace con un nuevo aspirante a clásico, del calibre de las mencionadas La Sirenita o incluso Blancanieves y los siete enanitos. Y si no está a su altura, según el criterio de ustedes, no tiene nada que envidiarle con una historia encantadora, a la que por supuesto no le falta el golpe bajo a lo Bambi, condimentada con una de las mejores bandas sonoras del año. Era la que faltaba para completar una colección de obras memorables. A bailar y soñar se ha dicho.
Haciendo punta en una primorosa vuelta a las fuentes que está encarando la plana mayor de los Estudios Disney, La princesa y el sapo recuerda aquella época dorada de la animación que volvió inmortal a su creador, Don Walt. Este film realizado en animación tradicional es el primer paso de una serie en la que el cartón pintado vuelve a ser la estrella reemplazando a la digitalización y el motion capture, con Winnie The Pooh como proyecto inminente. En este caso John Musker y Ron Clements, dos experimentados hombres de la productora que tenían en su haber La sirenita y Aladino, plasmaron esta creativa versión de un clásico de los cuentos infantiles con princesa incluída que había quedado pendiente. Y con el condimento musical que caracterizó a films del estudio como Hércules y otros. El nuevo giro del relato original se ambienta en New Orleans en los años veinte y presenta a una chica afroamericana llena de ilusiones que se topará con un sapo en apariencia recién salido de los típicos pantanos de la zona pero que esconde a un príncipe hechizado. Y el proverbial beso que él se procurará para volver a ser humano dará pie a otro resultado y a una aventura colorida dotada de personajes muy divertidos. De todas maneras, y pese al aggiornamiento de situaciones y dibujos, efectos y criaturas, o quizás por esto mismo –por momentos hay un exceso de chistes de dudoso gusto-, La princesa y el sapo no alcanza la estatura de los grandes clásicos de Disney. Pero es un muy buen exponente remozado de una animación tradicional que estaba haciendo falta.
Otra vez Disney nos trae una peli bien hecha, para todo público. Una historia encantadora, llena de magia. Pero haciendo incapié en que la mayor magia esta en los valores, en aquello que de verdad es importante y en el esfuerzo diario por conseguir las metas. Y en esta época en la que predomina "la ley del menor esfuerzo" no viene mal que los chicos tengan este tipo de mensajes en la pantalla, y que de paso los grandes también revisemos algunas cosas. Además de no ser todo magia sin ton ni son, los personajes no son perfectos y eso le da mucho más riqueza a la peli. Otra cosa para destacar es que los personajes secundarios tienen sus personalidades pero además sus metas y subtramas propias, no son meros acompañantes, auqnue si, claro esta, son solidarios unos con otros. Todo esto logra un muy buen ritmo narrativo, repleto de situaciones diversas y contratiempos. Una peli dinámica. Y por si esto fuera poco, tiene también buen ritmo sonoro. Muchísimas partes son presentadas con canciones cual musical. Por lo que no es extraño que uno se descubra moviendo los pies, sentado en la butaca. Recomendadísima.
Disney honra sus clásicos. Un film que me ha quedado sellado en la memoria es Bernardo y Bianca. Tengo vívida esa imagen de entrar al cine con mis padres cuando tendría unos 7 u 8 años y quedarme pasmada ante la historia de esa niña de graciosas colitas viviendo prácticamente en medio de un pantano. Esa estética costó volver a verla en Disney, no sólo desde lo visual sino también desde lo musical. No fue sino hasta que se estrenó La sirenita, film que gracias a mis sobrinas había terminado por aprenderme de memoria, que sentí esa sensación de que se repetía algo similar. Ahora con La Princesa y el sapo puedo decir que Disney me ha hecho revivir esos recuerdos de infancia. No es casual, ya que sus directores no sólo participaron de los departamentos creativos de esos títulos sino que declararon que querían acercarse a la estética de La Dama y el vagabundo y de Bambi, ambos films que representan para ellos la cima de la creación "dineyriana"(?). Ron Clemments y John Musker incluyen en esta historia de la gastrónoma soñadora y del príncipe sapo un montón de guiños a esos clásicos del viejo Disney. Una historia dinámica que mezcla la aventura, la magia y el colorido. Todo perfectamente ambientado en una Nueva Orleans en pleno festejo del Mardi Grass donde la música es una protagonista más. Excelente banda de sonido en manos de Randy Newman a quien le auguro al menos una nominación en los próximas entregas de la academia. La historia es una recreación libre del clásico "la princesa y el sapo" donde Clemments y Musker, quienes también la escribieron, nos cuentan sobre Tiana, una muchacha que trabaja como mesera y que sueña con tener un restaurante propio. Por las fortunas del destino se encuentra con un simpático sapo que dice ser un principe encantado por culpa del vudú pero al besarlo ella misma queda convertida en rana. De ahí en más la aventura será encontrar a Mama Odie, una anciana ciega que vive en medio de un pantano quien parece ser la única capaz de devolverles su forma humana. Este personaje presenta una caracterización inspirada en Coleen Salley, famosa cuentista infantil de Nueva Orleans que lamentablemente no llegó a ver completado el film pero cuyo nombre es acreditado al final de la película. Ver esta animación en su original es sublime desde que los acentos y los personajes están pulcramente cuidados, inclusive puede verse en el Lagarto trompetista- Louis en honor al genial Amstrong- referencias a las mascotas de Madame Medusa o incluso referencias a algunas obras de Tennessee Williams. Algunas de las voces que prestaron vida a estos personajes son John Goodman como La Bouff y hasta Oprah Winfrey como Eudora. Mientras que los protagonistas están encarnados en las interpretaciones de Anika Noni Rose y Bruno Campos, ambos más vistos en series televisivas que en la gran pantalla. La Princesa y el sapo, la primera animación clásica "a mano" desde Vacas vaqueras, es un deleite para los chicos y los grandes, para aquellos que extrañaban al Disney de antaño y para quienes aun pueden enamorarse y emocionarse con las líneas narrativas clásicas y hasta románticas de este tipo de films.
Saludemos el auspicioso retorno de la animación clásica a través de una obra plena de belleza y sensibilidad Seguir la trayectoria transitada por la historia de la cinematografía, desde la pintura rupestre hasta nuestros días, nos induce al descubrimiento de diversos períodos, con sus consiguientes etapas. A lo largo del camino recorrido el séptimo arte se ha proyectado, como todo arte, sobre la base de dos factores determinantes: el desarrollo científico y tecnológico de la humanidad, y la potencialidad creativa del ser humano. En distintas épocas, con diversos grados, entraron en conflicto debido a la valoración que de ellos han hecho la industria y/o los cineastas, a punto tal que en algunas ocasiones llegó a plantearse como un dilema engañoso. A fines de los años ’40 del siglo pasado el desarrollo de la televisión en el orden internacional, pero con mayor efecto en los Estados Unidos, generó una profunda crisis en el mundo del espectáculo, particularmente en el cinematográfico. Mientras el audiovisual hogareño iniciaba el camino hacia el color, el séptimo arte, capitaneado por la industria hollywoodense, comenzaba a recorrer diversos atajos para enfrentar asu enemigo latente. Entre los senderos abiertos caminó por la ampliación de la pantalla a partir de 1952, año que en Nueva York se presenta como demostración el sistema Cinerama, con “Esto es Cinerama”, supervisada por M. Todd, F. Rickey y W. Thompson, que con su gigantesca pantalla curva se conoció más tarde en los principales ciudades del mundo, incluso en Buenos Aires ocupando la sala del hoy desaparecido Teatro Casino adaptada al efecto. El sistema no logró imponerse, más allá de cinco o seis largometrajes, por su alto costo de producción no redituable en boletería, pero abrió nuevas perspectivas. En 1953 se conoce la primera producción en Cinemascope (sistema creado por Henri Chrétien), con el estreno de “The Robe” (en la Argentina “El manto Sagrado”), de la 20th Century Fox, realizada por Henry Koster, con Richard Burton, Jean Simmons, Víctor Mature, Michael Rennie, que Buenos Aires admiró en el cine Broodway. Este formato se impuso masivamente en el negocio fílmico y fue anticipo de una serie de otros similares que le sucedieron con suerte dispar (Vistavisión, Supercope, Totalvisión, Todd AO, Dylescope, etc.). También se sumaron a esa innovación, en apoyo de las pantallas ampliadas, nuevas búsquedas en el tratamiento del sonido, de la iluminación, en los efectos especiales, la incorporación de la computación y la generación de las imágenes cuasi holográficas. El desarrollo tecnológico, y científico, logró con el tiempo equilibrar la competencia industrial-comercial de televisores versus cines, los que actualmente conviven en paz y armonía, sin dejar de lado la rivalidad y aunadas para enfrentar a nuevas amenazas como el truchaje del DVD. En cuanto a la potencialidad creativa del ser humano como factor determinante de la obra cinematográfica a derivado en tres orientaciones. Por una parte, las cinematografías altamente industrializadas, con la hollywoodense a la cabeza, por otra, las que disponen de mediana infraestructura en la materia, como por ejemplo Australia, finalmente las carentes de apropiada sustentación económica para que le permita competir en lo tecnológico, como los países latinoamericanos o Irán, e incluso la misma producción independiente norteamericana. Contrariamente a lo que se podría suponer el mayor desarrollo tecnológico no garantiza, ni avala, la calidad artística integral de una obra audiovisual, aunque en lo económico pueda resultar –en muchos casos- un éxito, y a veces incluso alcanzar la categoría de “tanque”. Claro está que la efectividad de las nuevas tecnologías aplicadas depende del criterio con que sea encarado un proyecto. Lo que aporta la ciencia y la técnica son más herramientas para el trabajo cotidiano, su efectividad dependerá de la forma en que se las emplea. Si se le asigna el rol protagónico en la producción sometiendo a su dominio tema, historia, concepto y estética el resultado podrá ser espectacular, deslumbrará, pero no irá más allá de ofrecer un bello envoltorio –entretenido y escapista- que guarda intrascendentes pompas de jabón, por el contrario cuando se la utiliza con inteligencia y mesura contribuye en forma efectiva al enriquecimiento de las posibilidades expresivas del audiovisual. (1). Alguna vez uno de los Lumiére afirmó que “la técnica puede crear o destruir el arte del cine”. El tiempo le dio la razón. Al considerar específicamente al cine de animación nos encontramos con producciones brillantes, no cabe dudas, en cuanto a su tratamiento como producto tecnológico, pero la narración y los personajes no conmueven emotivamente, resultan estéticamente bellos, rayanos con la perfección, pero humanamente vacíos. La animación generada por computadora tuvo las primeras experiencias en 1982, pero es a partir de de los `90 que logra su desarrollo. Los instrumentos son programados adecuadamente y manipulados con eficiencia por profesionales idóneos, pero los trazos, los colores, los fondos, el perfil, de los personajes no alcanzan a irradiar la subjetividad de la vida que infunde a la realización, como un colega ha precisado, la animación tracción a sangre. El dibujante o titiritero es un artesano que le aporta a la criatura y su entorno un toque personal, su sensibilidad humana y creatividad artística, trasuntado en la delineación del dibujo, o los movimientos, matices imperceptibles, pero que alcanza al espectador, en la articulación de la cosa que anima, trátese de dibujos, muñecos, objetos de material maleable o rígido, etc., hasta la mismísima arena, por ejemplo. Desde 1908 hasta fines del siglo pasado la cinematografía de animación respondía a las técnicas clásicas de sus orígenes, aunque ya al promediar la última década comenzaba a sentar sus reales la animación por computadora. En octubre de 2004 Disney, la tradicional empresa de cine de animación más importante de occidente, resolvió bajar la cortina tras 76 años de animación generada a mano para dedicarse exclusivamente a la digital. En abril de 2006 John Lasseter, padrino de la animación digital y fundador de los Estudios Pixar, asumió como Director Creativo de la empresa Disney. Hubo quienes culparon a Lasseter de la supresión de la animación tradicional. “No fue culpa nuestra. Amamos la animación: Pixar era el único estudio de animación, y ahora Disney también., que es dirigido por gente que lo único que siempre quiso fue hacer animación. Nunca entendí la decisión de cerrar la división de dibujo a mano. Según ellos, el público ya no quería ese tipo de películas. Lo cierto es que la animación a mano se convirtió en chivo expiatorio de las historias malas. Eso es todo. Lo que la gente no quiere ver son películas malas, no tiene nada que ver con que sean dibujadas a mano o en una computadora” Más adelante comenta a propósito de “La princesa y el sapo”, que “nunca en la historia del cine una película fue entretenida por la tecnología con la que se hizo. Lo que importa es que los realizadores hacen con esas técnicas. Es como imaginar que hay dos estudios de películas con actores, uno hace éxito tras éxito y el otro decepción tras decepción y entonces el que fracasa mira hacia el otro lado y dice: “Ahora entiendo por qué no nos va bien, estamos usando las cámaras equivocadas. Vamos a usar la cámara de ellos y haremos éxitos.” Es exactamente el tipo de pensamientos que tuvieron los estudios en ese momento. Ridículo. No se trata de computadoras versus animación a mano. Y creo que esta película lo demuestra. Mi intención era mostrar cuán maravillosa es esta forma de arte.” (2). “La princesa y el sapo” es un delicioso cuento de hadas, con una vuelta de tuerca respecto a un tema abordado por la literatura infantil, a partir de los hermanos Jacob Ludwig Carl (1785-1863) y Wilhelm Carl (1786-1859) Grimm. Tiana es una joven de color, atractiva, independiente y trabajadora. No tiene tiempo para el amor ni para pensar en sus sueños. Le encanta cocinar, y tiene planeado tener un exitoso restaurante, cumpliendo así con el amor a la comida, que es el legado de su padre. Pero a pesar de su duro trabajo y su constancia, en el camino hacia sus objetivos constantemente se interponen obstáculos Durante la era del jazz, en el distrito francés de Nueva Orleans, vive Tiana, una bella muchacha que anhela encontrar al hombre de sus sueños. Cuando, de pronto, se le aparece un curioso sapo que le pide que lo bese, Tiana se niega al principio, aunque después de todo acepta. Sin embargo, el poder del hechizo sobre el sapo no se rompe con el beso de la chica, sino que también cae sobre ella. Ahora, tanto Tiana como el sapo deben encontrar a alguien que pueda devolverlos a la normalidad en una aventura que los llevará a ambos a través de los místicos pantanos de Luisiana. Con su trayectoria profesional Lasseter (3) ha dado sobradas muestras de sostener proyectos inteligentes, originales y de incuestionable calidad artística, pero al abordar “La princesa y el sapo” con la técnica de los dibujos realizado a mano suma la humanización que aún no se ha podido integrar mediante la computación. El espectador tiene las sensaciones y la emotividad que palpita en cada personaje mediante el diseño de miradas y gestos que se animan exhalando un alma que no logra traducir la computación. Para corroborar la existencia de tan sutil intercomunicación de sensaciones los cinéfilos veteranos podrían retroceder en el tiempo, por ejemplo, a “Bambi” (Walt Disney, 1942), rememorando las escenas en que el protagonista enfrenta al gran incendio y la muerte de su madre a manos de cazadores furtivos. Sería como asistir a una exposición plástica donde compita una obra figurativa generada a partir de un programa ejecutado por computación –que se puede reproducir idéntica e indefinidamente- y otra realizada por un artista plástico con el empleo de óleo, acuarela, tinta o colage, única e irrepetible. La calidad de realización de “La princesa y el sapo” es de primer nivel en todos los sentidos, desde el tratamiento de la historia y el proceso de producción hasta la compaginación, donde se logra el tiempo narrativo apropiado, a punto tal que los 97 minutos de duración al espectador lo dejan con ganas de que la historia continúe.. Inclusive la selección de las voces (lamentando no conocer el nombre de los intérpretes), y el trabajo del doblaje al español es de los mejores que hemos recibido. Párrafo aparte merece la partitura musical (que se encontra entre las posibles nominadas para el Oscar en su categoría), simpática, con swing, pegadiza y totalmente integrada a las acciones y las imágenes. En suma, una obra ampliamente recomendable para los chico y preadolescentes, pero que también disfrutarán los adultos que los acompañen, que está en condiciones de competir por el Oscar en su categoría. Información complementaria “El príncipe rana” “El Príncipe rana” es uno de los cuentos de hadas más conocidos, no tanto por la historia en sí sino por la imagen de la rana con corona y de la transformación rana-príncipe, que quizás sea más famosa que la de "Un hombre-lobo americano en Londres". La versión más popular sobre el coronado anfibio es la que escribieron los hermanos Grimm.. El cuento en sí es bastante breve, pero deja un montón de cabos sueltos, un montón de sub-historias que no se llegan a desarrollar. Y los personajes son tan interesantes que merecen un análisis individualizado. Príncipe Rana. Aunque en el cuento de los Grimm no aparece con corona, muchas veces se le representa con ella, por si a la princesa no le parecía evidente la sangre azul que corría por las venas de la rana. Pero, ¿por qué motivo el príncipe había sido transformado en rana? ¿Habría sido una transformación pasional? ¿Una venganza? ¿Y quién habría sido el desalmado o desalmada en hacer los pases mágicos para convertir a un real heredero en un real sapo? ¿Sabría la rana que el hechizo que le hacía ser verde y de ojos saltones se desharía estando cerca de la cama de la princesa, o simplemente quería un rollete con ella? Princesa. La cría más egoísta, inmadura y malcriada con quien se podría haber topado el príncipe rana. Que la chica tiene dinero es evidente, ¿quién podría tener una pelota de oro macizo para jugar? También es un poquito maleducada, pues está constantemente despreciando a la rana. Parece mentira que se le recompense su incumplimiento de promesas con la transformación de la rana en un príncipe atractivo. Aunque en las versiones del cuento más modernas el encantamiento se rompe gracias al beso de la princesa, en el cuento de los Grimm es la violencia de ésta, y en otras versiones de la historia es simplemente el dormir junto a la joven lo que hace que el príncipe recupere su forma humana. Rey. Este buen hombre intenta hacer que la princesa se comporte como una señorita cumpliendo la promesa que le dio a la rana, pero parece ser que no se da cuenta de que con esta actitud, lo que está haciendo es empujar a su hija a meterse en la cama con un desconocido. Para que luego digan que para los padres ningún hombre es merecedor de sus hijas. Heinrich. Llegamos al momento cumbre. El único personaje de la historia que tiene nombre, y que incluso llega a dar nombre al cuento (el cuento de los hermanos Grimm se titula "El príncipe rana o Heinrich el fiel" unas veces, y "El rey rana o Heinrich el férreo" otras). Pero cómo es posible que dé nombre al cuento si casi ni aparece en la historia, ni su papel es importante (es más, hasta podría prescindirse de él). Sólo puede significar una cosa: que el criado realmente tenía un aquel con el príncipe. Alguna relación tiene que tener con él, no parece posible que un criado pueda necesitar atar su corazón con hierros porque su amo se vuelva sapo. Estos dos tenían un lío, seguro. Ahora que lo de los médicos de la época no tiene nombre. ¡¿A qué tipo de doctor se le ocurre prescribir una intervención quirúrgica para poner hierros alrededor del corazón?! ¡Vaya una idea de bombero-torero!. Y como eran las cosas en aquellos tiempos, menuda infección que se podía haber pillado el pobre hombre. Y ya no digo nada de cuando se le soltaron los hierros * * * * * * * * * * Del cuento de hadas a la pantalla de cine: el estilo de Disney Sobre la producción “La princesa y el sapo” señala el regreso de los Estudios Walt Disney Animation a la animación a mano, un regreso al cuento de hadas clásico y al musical. John Lasseter, productor ejecutivo y gerente creativo de los Estudios Walt Disney Animation afirma: “Si hay una lección que podemos tomar de Walt para proyectar los Estudios Walt Disney Animation hacia el futuro, es la de potenciar la riqueza de su pasado: su entrañable narrativa, sus exitosos personajes, su opulencia musical; todo ello como parte esencial de nuestro último proyecto de animación a mano”. Los directores vieron que la animación a mano era un medio que seguía siendo vibrante y atractivo y se aventuraron a la recreación del arte de Disney Animation con respeto, determinación y una renovada sensibilidad. Una vez, hace no muchos años, la animación tradicional a mano de Disney cedió su lugar a la nueva tecnología, y así se dejó atrás el arte que más se identifica con el propio Walt Disney. En 2006, cuando John Lasseter y Ed Catmull tomaron las riendas de los Walt Disney Animation Studios, comprendieron que la tradicional artesanía de la animación de Disney no había perdido su valor ni como arte ni como entretenimiento. Y si bien la fama de Lasseter provenía de haber sido un pionero en el campo de la animación computarizada, su amor no era exclusivo de esta técnica. Lasseter creció viendo animación tradicional y allí comenzó su carrera, en la tradición inventada por Disney, alimentada y desarrollada a lo largo de décadas hasta ser un arte en sí mismo. Así fue que se concibieron nuevas realizaciones animadas, con la técnica de animación más adecuada para cada caso. “Nos invitaron a proponer ideas para nuevas películas de Disney animadas a mano”, recuerda el director John Musker. “Todos nos sentimos particularmente inspirados por el cuento “El príncipe sapo” de los hermanos Grimm.” “Estamos regresando a la narrativa sincera y clásica del cuento de hadas de Disney. Es una vuelta al musical, y también a la calidez y grandeza de la animación y de los fondos realizados a mano. Todo eso, junto, nos hace sentir como de regreso a casa.” El productor Peter Del Vecho se complace en formar parte de este revivir de una grandiosa forma de arte. Dice: “Hay algo verdaderamente reconfortante al ver cómo el animador toma el lápiz, el papel y luego, cuando miramos la película, nos olvidamos de eso, ya que los personajes parecen salirse de la pantalla. Es como si los lleváramos a casa con nosotros en nuestra mente, ya que cada uno posee vida propia”. La música era otro elemento del legado de Disney que el equipo creativo deseaba retomar, pero en una nueva dirección. Clements y Musker propusieron que el film fuera un musical, pero no al estilo tradicional de Broadway, del que Disney fue pionero en 1937 y que luego reinventó en los años ‘80. La idea, esta vez, fue que la música fuese un tapiz de zydeco, blues, gospel, jazz y todos los sonidos distintivamente “estadounidenses”. El regreso a la tradición permite al público compartir una vez más la oportunidad de ver si el amor verdadero puede triunfar, de alentar un final donde todos viven felices para siempre y de dejar a todos tarareando esa canción que no puede sino permanecer en la cabeza durante un buen tiempo.