El evangelio según Samuel
Si existe un género cinematográfico “histérico” por antonomasia, en el sentido estricto del término, sin lugar a dudas es el terror, esa pequeña zona de incomodidad en que las reacciones nerviosas suelen ir en aumento en concordancia con la progresión dramática: lo anterior funciona como un principio común que en ocasiones, aún más en el presente, corre parejo a un automatismo más o menos exitoso según el caso en cuestión y las expectativas del espectador. Ahora bien, encontrar lo que podríamos denominar “películas histéricas” ya es harina de otro costal, obedece a un estado de angustia continua que se traslada al público.
El mayor mérito de La Profecía del 11-11-11 (11-11-11, 2011) pasa por la tensión que impone en su desarrollo gracias a una serie de elementos que unificados producen un efecto relativamente interesante pero que en forma separada no alcanzarían para solidificar el verosímil: invocando todos los estereotipos vinculados a las tragedias personales, las premoniciones y el nunca bien ponderado advenimiento del apocalipsis, la trama se centra en Joseph Crone (Timothy Gibbs), un escritor norteamericano de fama mundial que padece horribles pesadillas como consecuencia de la muerte de su esposa e hijo en un incendio.
Así las cosas, ni la terapia de grupo ni los millones de dólares en su cuenta bancaria le traen satisfacciones hasta que en el transcurso de unas pocas horas ocurre una seguidilla de acontecimientos que lo conducen hacia nuevos rumbos: conoce a una linda señorita, choca su vehículo y le avisan que debe regresar a la casa familiar en Barcelona porque su padre está agonizando. Mucho odio de por medio, una vez allí aprovechará para descargarse con su progenitor Richard (Denis Rafter) y con su hermano Samuel (Michael Landes), un sacerdote parapléjico que difunde una visión un tanto particular de los “santos evangelios”.
Combinando el esquema de La Profecía (The Omen, 1976) y los aquelarres solapados a la Roman Polanski, el guionista y director Darren Lynn Bousman, responsable máximo de las tres primeras secuelas de la saga de El Juego del Miedo (Saw), se autoafirma como un especialista idóneo aunque no muy original que digamos: aquí simplemente ofrece una obra entretenida que sigue la ola de la “numerología demoníaca” sin desviarse de los cánones tradicionales. A partir de la neurótica actuación de Gibbs y un devenir ameno, la realización no se toma tan en serio a sí misma como parece ni tampoco cuestiona la fe como debería…