Con un gran elenco y un contexto rico como el genocidio armenio se estrena La promesa: una película con potencial pero que no está a la altura de lo que la historia necesita.
Previo a la Primera Guerra Mundial Turquía era un país con varias etnias y religiones conviviendo armoniosamente, o eso parecía. Michael es un joven armenio que vive en un alejado pueblo y que, gracias a su arreglo matrimonial, puede ir a Constantinopla a estudiar medicina. Es entonces cuando Turquía origina una persecución contra los ciudadanos armenios que desatará el primer gran genocidio del siglo pasado. En medio de ese conflicto Michael conoce a Ana, la linda institutriz de sus sobrinas, pero que está de novia con Chris, un responsable y bonachón corresponsal estadounidense que se ve, de un momento a otro, documentando las violaciones a los derechos humanos que se cometen.
El genocidio armenio es una de las grandes deudas del siglo XX. No fue aún reconocido por ningún gobierno turco y casi no tiene difusión. El potencial de este conflicto para contar en el cine es inmenso y, sin embargo, desde muy temprano en la película el director decide teñir la historia con un triángulo amoroso que nada tiene para aportar al cine, ha sido visto muchas veces y es predecible hasta el hartazgo. Situaciones forzadas, casi rayando lo inmoral (por ejemplo que los personajes se enamoren mientras el novio de la protagonista está cubriendo los crímenes cometidos por el estado turco) hacen que el espectador nunca logre conectarse por completo con la historia de amor.
El elenco es de primera: Oscar Isaac en el protagónico está muy bien y Christian Bale como su contrafigura no destaca pero no resta. Sorprende la carismática Charlotte Le Bon que, más allá de su belleza, transmite mucha emotividad.
El resto del producto es correcto pero, principalmente por su temática complicada y la distancia que la historia principal genera en el espectador, no termina teniendo la relevancia que el conflicto histórico reclama y el triángulo amoroso realmente no logra en ningún momento tener la impronta necesaria, probablemente porque el delineado de los personajes no está bien pensado y el espectador nunca siente un deseo real porque ellos construyan su relación.